4/04/2021, 16:50
Otro escalón...
¿Y qué había sido de Umikiba Kaido? Desde que Yui lo había rescatado de Dragón Rojo no había vuelto a saber de él. Lo había visto alguna vez por la aldea, pero, cobarde como sólo ella podía ser en situaciones así, lo había estado evitando. Kaido había sido una persona muy importante para ella: no sólo compartían vínculos de linaje, sino que había sido un buen amigo, casi un hermano. ¡Había acudido a salvarle la vida de los Kajitsu Hōzuki incluso! ¿Entonces por qué? ¿Por qué no podía olvidar aquellas hirientes palabras que le dedicó cuando se lo encontró con Akame? ¿Por qué le seguía doliendo el abdomen, allí donde le había disparado la bala de agua cuando le sorprendió en aquel almacén de omoide? ¿Por qué no era capaz de volver a mirarle a los ojos?
Otro escalón...
Tan concentrada estaba en sus propios pensamientos, que Ayame no se dio cuenta de que alguien más subía aquellos escalones a unas buenas decenas de metros por delante de ella. No hasta que detuvo sus pasos, probablemente agotado por la caminata, y ella terminó alcanzándole.
«No puede ser...»
Ayame alzó los ojos hacia él cuando la voz de Kokuō en su mente volvió a sorprenderla y le miró con cierta cautela. La figura se volvió hacia ella, y Ayame quiso dedicarle una sonrisa de ánimo, pero esta quedó congelada en su rostro cuando le vio. Al principio no le reconoció: tenía un aspecto mucho más desmejorado que la última vez que se encontró con él y llevaba el cabello largo, apagado y más sucio, recogido en una coleta que se escondía por debajo de la capa. Incluso la mirada de sus ojos oscuros parecía diferente, pero su frente, ahora libre de flequillo, ya no lucía rastro alguno de banda.
Y él la miraba de forma similar.
«¡Chōmei!»
—J... ¿Juro? —pronunció, al cabo de varios segundos de incredulidad concentrada.
Todo Ōnindo le había estado buscando durante los últimos meses; y, de un momento a otro, había sido ella la que se acabara presentando cara a cara con él por accidente. Cara a cara con un exiliado de la aldea shinobi que le vio nacer; pero no un exiliado cualquiera: el exiliado con la mayor recompensa sobre sus hombros, acusado de asesinar a su Kage en Kusagakure. Cualquier shinobi, sobre todo si provenía del País del Bosque, habría dado cualquier cosa por una oportunidad así. Ellos, por venganza. Otros porque si lo entregaban a las autoridades Kusajines no sólo se harían monstruosamente ricos, sino que además podría convertirse en los héroes que forjaran de nuevo la alianza entre Kusagakure y el resto de las aldeas.
¿Pero de verdad quería algo así?
No. No así. Ayame ya había demostrado en más de una ocasión no ser una kunoichi corriente. Ella no era ninguna profesional, y prefería guiarse por el dictado de su corazón. Aunque este la condujera en más de una ocasión a los problemas.
Así, terminó alzando las manos y mostró las palmas en señal de paz.
—No voy a hacerte daño —le aseguró, pero seguía mostrándose cautelosa y no despegaba los ojos de él. Juro no podría verlo, pero su cuerpo se estaba preparando para un posible ataque. Después de todo, aún quedaba una oscura sospecha en su mente—: Pero, antes de nada, sólo dime: ¿Estás con Kurama?
¿Y qué había sido de Umikiba Kaido? Desde que Yui lo había rescatado de Dragón Rojo no había vuelto a saber de él. Lo había visto alguna vez por la aldea, pero, cobarde como sólo ella podía ser en situaciones así, lo había estado evitando. Kaido había sido una persona muy importante para ella: no sólo compartían vínculos de linaje, sino que había sido un buen amigo, casi un hermano. ¡Había acudido a salvarle la vida de los Kajitsu Hōzuki incluso! ¿Entonces por qué? ¿Por qué no podía olvidar aquellas hirientes palabras que le dedicó cuando se lo encontró con Akame? ¿Por qué le seguía doliendo el abdomen, allí donde le había disparado la bala de agua cuando le sorprendió en aquel almacén de omoide? ¿Por qué no era capaz de volver a mirarle a los ojos?
Otro escalón...
Tan concentrada estaba en sus propios pensamientos, que Ayame no se dio cuenta de que alguien más subía aquellos escalones a unas buenas decenas de metros por delante de ella. No hasta que detuvo sus pasos, probablemente agotado por la caminata, y ella terminó alcanzándole.
«No puede ser...»
Ayame alzó los ojos hacia él cuando la voz de Kokuō en su mente volvió a sorprenderla y le miró con cierta cautela. La figura se volvió hacia ella, y Ayame quiso dedicarle una sonrisa de ánimo, pero esta quedó congelada en su rostro cuando le vio. Al principio no le reconoció: tenía un aspecto mucho más desmejorado que la última vez que se encontró con él y llevaba el cabello largo, apagado y más sucio, recogido en una coleta que se escondía por debajo de la capa. Incluso la mirada de sus ojos oscuros parecía diferente, pero su frente, ahora libre de flequillo, ya no lucía rastro alguno de banda.
Y él la miraba de forma similar.
«¡Chōmei!»
—J... ¿Juro? —pronunció, al cabo de varios segundos de incredulidad concentrada.
Todo Ōnindo le había estado buscando durante los últimos meses; y, de un momento a otro, había sido ella la que se acabara presentando cara a cara con él por accidente. Cara a cara con un exiliado de la aldea shinobi que le vio nacer; pero no un exiliado cualquiera: el exiliado con la mayor recompensa sobre sus hombros, acusado de asesinar a su Kage en Kusagakure. Cualquier shinobi, sobre todo si provenía del País del Bosque, habría dado cualquier cosa por una oportunidad así. Ellos, por venganza. Otros porque si lo entregaban a las autoridades Kusajines no sólo se harían monstruosamente ricos, sino que además podría convertirse en los héroes que forjaran de nuevo la alianza entre Kusagakure y el resto de las aldeas.
¿Pero de verdad quería algo así?
No. No así. Ayame ya había demostrado en más de una ocasión no ser una kunoichi corriente. Ella no era ninguna profesional, y prefería guiarse por el dictado de su corazón. Aunque este la condujera en más de una ocasión a los problemas.
Así, terminó alzando las manos y mostró las palmas en señal de paz.
—No voy a hacerte daño —le aseguró, pero seguía mostrándose cautelosa y no despegaba los ojos de él. Juro no podría verlo, pero su cuerpo se estaba preparando para un posible ataque. Después de todo, aún quedaba una oscura sospecha en su mente—: Pero, antes de nada, sólo dime: ¿Estás con Kurama?