11/04/2021, 17:59
(Última modificación: 11/04/2021, 18:01 por Uchiha Datsue. Editado 2 veces en total.)
Justo cuando asomó la cabeza…
—¿Estás sediento, hijo? —le dijo, sobre él. Tenía la ropa y algunas partes del pelo chamuscadas, y no podía negar que se encontraba algo dolorida, pero nada que la incapacitase.
Con una mano sobre su nuca le sumergió de nuevo bajo el agua para que se diese un buen chapuzón; y, con la otra mano, apresó uno de sus brazos para cruzárselo tras la espalda en una llave de inmovilización. Él chapoteó moviendo piernas y el brazo libre como un pez fuera del agua. Ella rio. ¿Cuánto tiempo aguantaría así? Le notaba tirar con fuerza de su brazo, revolverse como un oso herido, pero ella no cedía.
Pasó un minuto. Pasaron dos. Con una mano todavía sobre su nuca, bajo el agua; con la otra en su brazo, retorciéndoselo; con una rodilla en su espalda, fijando la presa; con un pie sobre el agua, manteniéndose a flote. Podía pasarse así el resto del día, si estuviese en condiciones normales. Pero la Liberación de las tres primeras Puertas tenían un precio, y ella estaba a punto de pagarlo.
«Mira lo que me obligas a hacer». Cabreada, pues solo había traspasado una vez aquel límite y sabía de sus consecuencias, abrió la Cuarta Puerta: la del dolor. Decidió compartir algo de eso con su hijo, y le dio un brusco tirón al brazo. Pese a su armadura, se oyó un característico clac.
Le había dislocado el hombro. Oyó su rugido, seguido de una convulsión. Seguramente había tragado agua al abrir la boca.
—¡Bebe, hijo, bebe, que necesitas hidratarte!
—¿Estás sediento, hijo? —le dijo, sobre él. Tenía la ropa y algunas partes del pelo chamuscadas, y no podía negar que se encontraba algo dolorida, pero nada que la incapacitase.
¡Plaff!
Con una mano sobre su nuca le sumergió de nuevo bajo el agua para que se diese un buen chapuzón; y, con la otra mano, apresó uno de sus brazos para cruzárselo tras la espalda en una llave de inmovilización. Él chapoteó moviendo piernas y el brazo libre como un pez fuera del agua. Ella rio. ¿Cuánto tiempo aguantaría así? Le notaba tirar con fuerza de su brazo, revolverse como un oso herido, pero ella no cedía.
Pasó un minuto. Pasaron dos. Con una mano todavía sobre su nuca, bajo el agua; con la otra en su brazo, retorciéndoselo; con una rodilla en su espalda, fijando la presa; con un pie sobre el agua, manteniéndose a flote. Podía pasarse así el resto del día, si estuviese en condiciones normales. Pero la Liberación de las tres primeras Puertas tenían un precio, y ella estaba a punto de pagarlo.
«Mira lo que me obligas a hacer». Cabreada, pues solo había traspasado una vez aquel límite y sabía de sus consecuencias, abrió la Cuarta Puerta: la del dolor. Decidió compartir algo de eso con su hijo, y le dio un brusco tirón al brazo. Pese a su armadura, se oyó un característico clac.
Le había dislocado el hombro. Oyó su rugido, seguido de una convulsión. Seguramente había tragado agua al abrir la boca.
—¡Bebe, hijo, bebe, que necesitas hidratarte!