17/01/2016, 13:44
(Última modificación: 17/01/2016, 13:45 por Umikiba Kaido.)
La muchacha, inducida por la ciega confianza que permite de vez en cuando la inocencia; tomó el termo característico del tiburón y bebió un sorbo del agua contenida en el mismo. Su rostro mostró regocijo ante la sed que le consternaba y una vez la misma fuese saciada, decidiría acercarse hasta el shinobi de Amegakure para tenderle delicadamente el objeto a fin de devolverlo a su dueño original. Kaido decidió tomarlo con la mano derecha para posteriormente colgarlo una vez más en su cinturón.
Mientras todo aquello sucedía, el tiburón no podía dejar de pensar en la ingenuidad con la que Eri había actuado. Muchos podrían culpar a la edad por tomar una decisión tan delicada, pero él en lo personal —teniendo probablemente una edad similar a la muchacha del remolino— se lo habría pensado bien antes de beber de un frasco que ha sido ofrecido por un ninja de una nación ajena a la suya. Y no porque fuese intrínseco pensar que todo desconocido siempre está dispuesto a hacer daño a los demás, pero el haberse convertido en un shinobi trae implícito que se deba tener en cuenta ese tipo de cuestionamientos.
Quizás esa era la clave de una vida larga y próspera como la del viejo Yarou. Cuidar siempre tu espalda aunque el temor fuera infundado.
Entre tanta dubitativa, casi ni percibió el hecho de que la chica parecía haber olvidado su nombre. Así que se conformó con el mote técnicamente despectivo con el que le llamó posteriormente, lo cual secundó su propia presentación además de su declaración de intenciones. Estaba allí para buscar un cargamento de calabazas, aunque hasta ese momento no parecía ir acompañada. El tiburón se preguntó qué tan grande podría ser su pedido, porque el suyo propio requirió de un amplio transporte.
—Vaya, que casualidad. Yo también estoy aquí por u....
Cuando estuvo dispuesto a responder, algo pareció interrumpir la conversación. Aficionado, les llamó en voz alta. Alegando luego que el agua más pura era la que él tenía en su cantimplora, la cual parecía ser del famoso Valle del fin. Kaido frunció el ceño ante tal agravio y observó a su nuevo interlocutor de arriba a abajo, despreciando su presencia como mejor lo sabía hacer. Irguió su cuerpo y sacó las manos de los bolsillos, poco dispuesto a permitir que otro le llegase a arruinar la fiesta porque le había salido de los cojones.
El gyojin cambió su postura de manera fugaz y esgrimió su típica sonrisa pendenciera. Y entre un ligero intercambio de miradas entre Eri y el nuevo visitante, avanzó unos cuantos pasos para ponerse frente al recién presentado Yota, antes de que la muchacha decidiera tomar ella la cantimplora que el muchacho le había ofrecido. En cambio, fue el ninja de Amegakure quien ocupó su lugar para hacer el papel de juez.
—Bien, Sasagani Yota. Veamos que tanta razón llevas.
Tan pronto como pudo, puso el pico de la botella sobre sus labios y fingió tomar un gran sorbo. Hizo un par de muecas poco agradables y volvió a fingir una vez más, esta vez para tragar. Finalmente volteó la cantimplora en súbito y dejó que el contenido cayera al suelo, donde él pensaba que debía estar.
—Parece que mi paladar no está de acuerdo, amigo mío. Vaya mierda de agua cargas contigo.
El envase se deslizó de sus manos y cayó al suelo. Repiqueteó dos veces y luego el silencio volvió a envolverles.
Mientras todo aquello sucedía, el tiburón no podía dejar de pensar en la ingenuidad con la que Eri había actuado. Muchos podrían culpar a la edad por tomar una decisión tan delicada, pero él en lo personal —teniendo probablemente una edad similar a la muchacha del remolino— se lo habría pensado bien antes de beber de un frasco que ha sido ofrecido por un ninja de una nación ajena a la suya. Y no porque fuese intrínseco pensar que todo desconocido siempre está dispuesto a hacer daño a los demás, pero el haberse convertido en un shinobi trae implícito que se deba tener en cuenta ese tipo de cuestionamientos.
Quizás esa era la clave de una vida larga y próspera como la del viejo Yarou. Cuidar siempre tu espalda aunque el temor fuera infundado.
Entre tanta dubitativa, casi ni percibió el hecho de que la chica parecía haber olvidado su nombre. Así que se conformó con el mote técnicamente despectivo con el que le llamó posteriormente, lo cual secundó su propia presentación además de su declaración de intenciones. Estaba allí para buscar un cargamento de calabazas, aunque hasta ese momento no parecía ir acompañada. El tiburón se preguntó qué tan grande podría ser su pedido, porque el suyo propio requirió de un amplio transporte.
—Vaya, que casualidad. Yo también estoy aquí por u....
Cuando estuvo dispuesto a responder, algo pareció interrumpir la conversación. Aficionado, les llamó en voz alta. Alegando luego que el agua más pura era la que él tenía en su cantimplora, la cual parecía ser del famoso Valle del fin. Kaido frunció el ceño ante tal agravio y observó a su nuevo interlocutor de arriba a abajo, despreciando su presencia como mejor lo sabía hacer. Irguió su cuerpo y sacó las manos de los bolsillos, poco dispuesto a permitir que otro le llegase a arruinar la fiesta porque le había salido de los cojones.
El gyojin cambió su postura de manera fugaz y esgrimió su típica sonrisa pendenciera. Y entre un ligero intercambio de miradas entre Eri y el nuevo visitante, avanzó unos cuantos pasos para ponerse frente al recién presentado Yota, antes de que la muchacha decidiera tomar ella la cantimplora que el muchacho le había ofrecido. En cambio, fue el ninja de Amegakure quien ocupó su lugar para hacer el papel de juez.
—Bien, Sasagani Yota. Veamos que tanta razón llevas.
Tan pronto como pudo, puso el pico de la botella sobre sus labios y fingió tomar un gran sorbo. Hizo un par de muecas poco agradables y volvió a fingir una vez más, esta vez para tragar. Finalmente volteó la cantimplora en súbito y dejó que el contenido cayera al suelo, donde él pensaba que debía estar.
—Parece que mi paladar no está de acuerdo, amigo mío. Vaya mierda de agua cargas contigo.
El envase se deslizó de sus manos y cayó al suelo. Repiqueteó dos veces y luego el silencio volvió a envolverles.