21/05/2021, 22:34
(Última modificación: 21/05/2021, 22:35 por Uchiha Datsue.)
Lo primero que sintió fue un extraño sabor en la boca. Tenía los labios secos, con un dulce regusto en ellos que, a medida que los humedecía con la lengua y tragaba saliva, se iba transformando en algo así como un limón agriado. Una rápida ojeada desde el suelo le confirmó sus sospechas: la habían jodido, y de la manera que más le irritaba.
Dos jodidas décadas. Más de siete mil jodidos días llevaba machacando sus riñones, su hígado, su jodida salud, para evitar cosas como aquella. Todas las malditas noches, mientras la gran mayoría se tomaba leche con galletitas antes de acostarse, ella bebía veneno. O lo inhalaba, según se le diese. No lo bastante como para no despertarse a la mañana siguiente… y a las que siguiesen a esta, pero sí lo suficiente como para que su cuerpo estuviese siempre alerta, y sus defensas, siempre afiladas. La resistencia a los venenos que había adquirido con el paso del tiempo tenía un precio a pagar, claro, y ella era consciente de que si moría de vieja, no sería de muy vieja. Era un precio que pagaba con gusto.
Pero la resistencia a los venenos no le había servido de nada contra un puto somnífero.
Masculló una serie de improperios e insultos —tan solo unos pocos de los mucho que conocía—, y sintió las zarpas de un viejo águila cortando las esposas que la retenían. Se levantó como el tigre que se pasa la tarde tumbado en una siesta hasta ventear una presa, y recorrió rápidamente la estancia en la que se encontraba con sus ojos eléctricos.
No tardó en darse cuenta que estaba la familia Aotsuki al completo, además de un montón de polvo y todavía más escombros.
—El somnífero que me echaron en la limonada debe de tener algún alucinógeno. ¿O sigo soñando? —replicó a las palabras de Zetsuo, y todavía cabreada porque hubiese caído con una puta droga—. Eso explicaría que sea yo quien deba consultarte a ti, y que seas tú quien des las órdenes aquí.
Entendía la frustración del viejo y orgulloso Zetsuo. Había sacrificado ya mucho, y tenía miedo de perder todavía más. Precisamente por ello no le había comentado nada de aquel plan, aunque él, de alguna manera, se las había ingeniado para enterarse de su destino. ¡Ja! Tenía que habérselo imaginado. Obviamente se alegraba de su oportuna entrada, pero…
Pero que no le tocase los ovarios, ¡coño! ¡Que no era el momento!
—¿Qué me he perdido? ¿Y el zorro? —preguntó a todos y a nadie en concreto.
Dos jodidas décadas. Más de siete mil jodidos días llevaba machacando sus riñones, su hígado, su jodida salud, para evitar cosas como aquella. Todas las malditas noches, mientras la gran mayoría se tomaba leche con galletitas antes de acostarse, ella bebía veneno. O lo inhalaba, según se le diese. No lo bastante como para no despertarse a la mañana siguiente… y a las que siguiesen a esta, pero sí lo suficiente como para que su cuerpo estuviese siempre alerta, y sus defensas, siempre afiladas. La resistencia a los venenos que había adquirido con el paso del tiempo tenía un precio a pagar, claro, y ella era consciente de que si moría de vieja, no sería de muy vieja. Era un precio que pagaba con gusto.
Pero la resistencia a los venenos no le había servido de nada contra un puto somnífero.
Masculló una serie de improperios e insultos —tan solo unos pocos de los mucho que conocía—, y sintió las zarpas de un viejo águila cortando las esposas que la retenían. Se levantó como el tigre que se pasa la tarde tumbado en una siesta hasta ventear una presa, y recorrió rápidamente la estancia en la que se encontraba con sus ojos eléctricos.
No tardó en darse cuenta que estaba la familia Aotsuki al completo, además de un montón de polvo y todavía más escombros.
—El somnífero que me echaron en la limonada debe de tener algún alucinógeno. ¿O sigo soñando? —replicó a las palabras de Zetsuo, y todavía cabreada porque hubiese caído con una puta droga—. Eso explicaría que sea yo quien deba consultarte a ti, y que seas tú quien des las órdenes aquí.
Entendía la frustración del viejo y orgulloso Zetsuo. Había sacrificado ya mucho, y tenía miedo de perder todavía más. Precisamente por ello no le había comentado nada de aquel plan, aunque él, de alguna manera, se las había ingeniado para enterarse de su destino. ¡Ja! Tenía que habérselo imaginado. Obviamente se alegraba de su oportuna entrada, pero…
Pero que no le tocase los ovarios, ¡coño! ¡Que no era el momento!
—¿Qué me he perdido? ¿Y el zorro? —preguntó a todos y a nadie en concreto.