5/07/2021, 17:03
(Última modificación: 6/07/2021, 08:45 por Aotsuki Ayame. Editado 5 veces en total.)
Yui, Zetsuo y Kōri apoyaron con firmeza su mano en los hombros de Ayame, aferrándose a su único billete de salida de aquel infierno. Un destello rojizo inundó su campo de visión y, con un súbito sobresalto, saltaron en el espacio-tiempo.
Los shinobi aparecieron súbitamente en la habitación de Ayame, bajo el escritorio donde la kunoichi había transcrito su marca de sangre. Las cabezas se golpearon contra la madera, levantando quejidos de dolor y de incomodidad. Apretujados como estaban, debajo de aquel mueble tan enjuto, tuvieron que retorcerse y hacer verdaderos esfuerzos por salir de aquella lata de sardinas.
—¡Ugh! ¡Joder! ¿No tenías otro sitio donde poner la marca, niña? —refunfuñaba Zetsuo, frotándose la coronilla.
—No quería que se borrara por accidente —respondió ella, sin levantarse aún del sitio. Había cerrado los ojos, tratando de controlar los resueltos que hacían subir y bajar su pecho sin control. Nunca había gastado tanto chakra. Todo le daba vueltas...
Pero todo estaba bien. Porque habían vuelto a casa. El intenso frío de Yukio había desaparecido casi por completo y el ambiente, cargado de humedad, les recibía en su abrazo. Olía a hogar. ¿Pero por qué había tanta claridad?
—¿Dónde está Yui-sama?
Ayame abrió los ojos de golpe, como si la pregunta de su hermano le hubiese arrojado un cubo de agua helada por encima. Sólo entonces se dio cuenta de que el sol brillaba en el cielo de Amegakure como jamás había visto.
—Q... ¿Qué? —apenas un débil hilo de voz fue lo único que salió de su garganta.
Giró la cabeza rápidamente, y el movimiento le provocó un intenso mareo, pero en ese instante no le importó. Buscó bajo el escritorio, buscó por toda su habitación, pero fue en vano: Amekoro Yui no estaba allí con ellos.
—No... No puede ser...
—¡AYAME! ¿DÓNDE ESTÁ YUI-SAMA? —Zetsuo se había volcado hacia su hija y la zarandean por los hombros, pero ella se había quedado con la mirada perdida en el infinito y la piel más pálida que la de su hermano.
—E... Ella... Me había agarrado... No habría ejecutado la técnica si no... Si no...
—¿¡DÓNDE COJONES ESTÁ!?
La técnica de la Invocación Sanguínea no le había fallado jamás. No desde que la había dominado con ayuda de Daruu. Y entonces se dio cuenta de la terrible verdad: Amekoro Yui se había soltado en el último momento, antes de teletransportarse. Los ojos se le llenaron de lágrimas y todo se nubló a su alrededor. Ayame cayó de rodillas y se agarró con ambas manos la cabeza, hundiendo las uñas entre sus cabellos.
—¡¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAHHHHHHH!!!!
El alarido de dolor reverberó en su pecho, desgarró su garganta y perforó sus tímpanos. Y Ayame lloró. Lloró con todas sus fuerzas y toda su desesperación. Porque no había marca que la pudiera devolver a Yukio. Porque no había halcón lo suficientemente rápido como para acudir a su rescate. Porque no había manera alguna de que la réplica de Kokuō pudiera protegerla. Porque, aunque se diera el caso de que lo hiciera, tampoco había manera de que saliera de Yukio con vida. Porque ella había aceptado aquella misión junto a La Tormenta, junto a su anterior Arashikage, en calidad de su guardiana y su defensora y no había conseguido protegerla ni una sola vez.
Porque aquella era la segunda vez que mataba a Amekoro Yui.
Y, de repente, Amekoro Yui se plantó junto a Kokuō. El bijū se volvió hacia ella, incrédula de lo que estaban viendo sus ojos.
—¿Qué está haciendo? ¡Debería haberse marchado con la Señorita! —le cuestionó. Un acto que muy pocas personas se habían atrevido a hacer con la anterior Arashikage.
Pero no era momento para preguntas. Al mismo tiempo que Yui desplegaba un shuriken confeccionado únicamente por agua a partir de su antebrazo, Kuroyuki lanzó una estocada mortal contra ellas. La energía acumulada en el filo de la katana restalló como una bomba mortífera, arrasando todo a su paso. Incluido el dai shuriken en el que se había transformado el arma de La Tormenta tras ser arrojado. Kokuó se deslizó a un lado para evitarlo, dejando que el corte pasara junto a ella. Como réplica, no poseía ni la quinta parte de su poder real ni aguantaría mucho tiempo contra Kuroyuki, pero aprovechando que esta parecía haber volcado toda su atención en Yui, se lanzó hacia delante apoyándose en sus patas traseras para tomar mayor impulso y giró el cuerpo en el último momento para asestar un potente golpe con sus cinco colas.
«No puedo devolverla a Amegakure, y tampoco podré defenderla por mucho tiempo. Espero que sepa lo que está haciendo... Arashikage-sama.»
BAM. PUM. PLAS.
Los shinobi aparecieron súbitamente en la habitación de Ayame, bajo el escritorio donde la kunoichi había transcrito su marca de sangre. Las cabezas se golpearon contra la madera, levantando quejidos de dolor y de incomodidad. Apretujados como estaban, debajo de aquel mueble tan enjuto, tuvieron que retorcerse y hacer verdaderos esfuerzos por salir de aquella lata de sardinas.
—¡Ugh! ¡Joder! ¿No tenías otro sitio donde poner la marca, niña? —refunfuñaba Zetsuo, frotándose la coronilla.
—No quería que se borrara por accidente —respondió ella, sin levantarse aún del sitio. Había cerrado los ojos, tratando de controlar los resueltos que hacían subir y bajar su pecho sin control. Nunca había gastado tanto chakra. Todo le daba vueltas...
Pero todo estaba bien. Porque habían vuelto a casa. El intenso frío de Yukio había desaparecido casi por completo y el ambiente, cargado de humedad, les recibía en su abrazo. Olía a hogar. ¿Pero por qué había tanta claridad?
—¿Dónde está Yui-sama?
Ayame abrió los ojos de golpe, como si la pregunta de su hermano le hubiese arrojado un cubo de agua helada por encima. Sólo entonces se dio cuenta de que el sol brillaba en el cielo de Amegakure como jamás había visto.
—Q... ¿Qué? —apenas un débil hilo de voz fue lo único que salió de su garganta.
Giró la cabeza rápidamente, y el movimiento le provocó un intenso mareo, pero en ese instante no le importó. Buscó bajo el escritorio, buscó por toda su habitación, pero fue en vano: Amekoro Yui no estaba allí con ellos.
—No... No puede ser...
—¡AYAME! ¿DÓNDE ESTÁ YUI-SAMA? —Zetsuo se había volcado hacia su hija y la zarandean por los hombros, pero ella se había quedado con la mirada perdida en el infinito y la piel más pálida que la de su hermano.
—E... Ella... Me había agarrado... No habría ejecutado la técnica si no... Si no...
—¿¡DÓNDE COJONES ESTÁ!?
La técnica de la Invocación Sanguínea no le había fallado jamás. No desde que la había dominado con ayuda de Daruu. Y entonces se dio cuenta de la terrible verdad: Amekoro Yui se había soltado en el último momento, antes de teletransportarse. Los ojos se le llenaron de lágrimas y todo se nubló a su alrededor. Ayame cayó de rodillas y se agarró con ambas manos la cabeza, hundiendo las uñas entre sus cabellos.
—¡¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAHHHHHHH!!!!
El alarido de dolor reverberó en su pecho, desgarró su garganta y perforó sus tímpanos. Y Ayame lloró. Lloró con todas sus fuerzas y toda su desesperación. Porque no había marca que la pudiera devolver a Yukio. Porque no había halcón lo suficientemente rápido como para acudir a su rescate. Porque no había manera alguna de que la réplica de Kokuō pudiera protegerla. Porque, aunque se diera el caso de que lo hiciera, tampoco había manera de que saliera de Yukio con vida. Porque ella había aceptado aquella misión junto a La Tormenta, junto a su anterior Arashikage, en calidad de su guardiana y su defensora y no había conseguido protegerla ni una sola vez.
Porque aquella era la segunda vez que mataba a Amekoro Yui.
. . .
Y, de repente, Amekoro Yui se plantó junto a Kokuō. El bijū se volvió hacia ella, incrédula de lo que estaban viendo sus ojos.
—¿Qué está haciendo? ¡Debería haberse marchado con la Señorita! —le cuestionó. Un acto que muy pocas personas se habían atrevido a hacer con la anterior Arashikage.
Pero no era momento para preguntas. Al mismo tiempo que Yui desplegaba un shuriken confeccionado únicamente por agua a partir de su antebrazo, Kuroyuki lanzó una estocada mortal contra ellas. La energía acumulada en el filo de la katana restalló como una bomba mortífera, arrasando todo a su paso. Incluido el dai shuriken en el que se había transformado el arma de La Tormenta tras ser arrojado. Kokuó se deslizó a un lado para evitarlo, dejando que el corte pasara junto a ella. Como réplica, no poseía ni la quinta parte de su poder real ni aguantaría mucho tiempo contra Kuroyuki, pero aprovechando que esta parecía haber volcado toda su atención en Yui, se lanzó hacia delante apoyándose en sus patas traseras para tomar mayor impulso y giró el cuerpo en el último momento para asestar un potente golpe con sus cinco colas.
«No puedo devolverla a Amegakure, y tampoco podré defenderla por mucho tiempo. Espero que sepa lo que está haciendo... Arashikage-sama.»