19/01/2016, 16:14
«¡Ya casi está!» Pensó, y su corazón se llenó de alivio al ver el rellano de las escaleras prácticamente al alcance de la mano. Ahora sólo tendría que bajar y entonc...
—¡AH! —una colosal sombra se alzó ante ella, obligándola a detenerse. Era un muro. Un férreo muro constituido por un entramado de serpenteantes tallos cargados de espinas y hojas amplias y lobuladas. Entre algunos recovecos, a Ayame le pareció distinguir lo que parecían ser calabazas.
Era imposible que pudiera pasar a través de él. Ni siquiera convirtiéndose en agua.
—¡No p...! —se había dado la vuelta con un brusco movimiento para avisar a su compañera, pero ella no estaba tras su espalda.
Estaba unos metros más allá. Colgada bocabajo por una de aquellas enredaderas, como un animal que hubiese caído en la trampa del cazador. Y el cazador estaba junto a ella, dibujando una fina línea carmesí bajo en su mejilla.
—No habéis querido por las buenas... Vamos a ver si por las malas estáis por la labor, dulzuras —dio un suspiro, y la mirada que le dirigió a Ayame la estremeció de arriba a abajo—. La morena de ojitos marrones... Despega el sello, ¡vamos! Si no, le rajo el cuello a tu compañera. Y te aseguro que No BRRoMEO.
¿Qué podía hacer? La situación era extrema... No podía pasar a través del muro. Kinma tenía en su poder a la kunoichi de Uzushiogakure... Y amenazaba con su vida si no obedecía su orden de despegar el sello que mantenía la puerta cerrada a cal y canto.
—E... ¡Espera! Espera... —balbuceó, temblorosa como una hoja. Sus movían, angustiados, del sello en la puerta del color de la sangre al rostro de la kunoichi de Uzushiogakure—. P... ¿Por qué estás haciendo esto..? —dio un paso adelante, situándose junto a una de las antorchas colgadas en la pared. Los dedos de su mano derecha temblaron un instante, cuando los acarició un débil cosquilleo—. Prometiste... prometiste que nos sacarías de aquí... ¿Por qué...?
—¡AH! —una colosal sombra se alzó ante ella, obligándola a detenerse. Era un muro. Un férreo muro constituido por un entramado de serpenteantes tallos cargados de espinas y hojas amplias y lobuladas. Entre algunos recovecos, a Ayame le pareció distinguir lo que parecían ser calabazas.
Era imposible que pudiera pasar a través de él. Ni siquiera convirtiéndose en agua.
—¡No p...! —se había dado la vuelta con un brusco movimiento para avisar a su compañera, pero ella no estaba tras su espalda.
Estaba unos metros más allá. Colgada bocabajo por una de aquellas enredaderas, como un animal que hubiese caído en la trampa del cazador. Y el cazador estaba junto a ella, dibujando una fina línea carmesí bajo en su mejilla.
—No habéis querido por las buenas... Vamos a ver si por las malas estáis por la labor, dulzuras —dio un suspiro, y la mirada que le dirigió a Ayame la estremeció de arriba a abajo—. La morena de ojitos marrones... Despega el sello, ¡vamos! Si no, le rajo el cuello a tu compañera. Y te aseguro que No BRRoMEO.
¿Qué podía hacer? La situación era extrema... No podía pasar a través del muro. Kinma tenía en su poder a la kunoichi de Uzushiogakure... Y amenazaba con su vida si no obedecía su orden de despegar el sello que mantenía la puerta cerrada a cal y canto.
—E... ¡Espera! Espera... —balbuceó, temblorosa como una hoja. Sus movían, angustiados, del sello en la puerta del color de la sangre al rostro de la kunoichi de Uzushiogakure—. P... ¿Por qué estás haciendo esto..? —dio un paso adelante, situándose junto a una de las antorchas colgadas en la pared. Los dedos de su mano derecha temblaron un instante, cuando los acarició un débil cosquilleo—. Prometiste... prometiste que nos sacarías de aquí... ¿Por qué...?