10/07/2021, 20:09
— ¿Mi clon tiene que tener rasgos de Chōmei? —preguntó Juro, mesándose la barbilla con gesto pensativo.
—Algo así. Se podría decir que sí —asintió Ayame—. En la forma humana es como si... tomaran los rasgos más parecidos a su forma de bijū. Pero sin las colas, los cuernos, y todas esas cosas —añadió, agitando la mano frente a su rostro.
—Más quisieran ustedes tener una forma como la nuestra —bufó Kokuō. Era evidente que había herido su orgullo—. Sus cuerpos son lo más endeble que he podido experimentar nunca. Basta con que os soplen para que...
—¡Bueno, bueno, Kokuō! ¡No hace falta que te ofendas así! —se rio Ayame, apoyando la mano sobre su cabeza.
Y Juro volvió a intentarlo. Una y otra vez. Pero los resultados no fueron mucho mejores. Al final, el exiliado estaba bastante agotado. Entre resuellos, y con las piernas temblorosas, se recostó contra la pared y murmuró:
—Necesito... un pequeño descanso. En cuanto recupere el aliento, volveré a intentarlo.
—No te preocupes, tómate tu tiempo. Lo importante es que entiendas el concepto, la práctica vendrá después —le consoló Ayame, al verle tan frustrado.
—Quizá no lo esté enfocando bien. Sé lo que tengo que imaginar. Creo que lo estoy cogiendo. Pero aun así... supongo que es difícil para mí.
—No creo que sea una cuestión de imaginar nada... Sino de proyectarlo hacia el exterior —intentó explicarse, ladeando la cabeza a ambos lados—. No creo que sepas cómo va a ser Chōmei en su forma humana hasta que lo veas con tus propios ojos.
—Chōmei es completamente diferente a mí, ¿sabes? Al principio, me intimidó mucho. Pero cuando lo conocí, no supe que pensar. Definitivamente es un alma libre, y le encanta gastarme bromas y burlarse de todo constantemente, casi como un niño pequeño. Y yo he sido siempre tan serio... Pero aun así, su lealtad hacia mí y su compromiso por ayudarme me sorprendió, incluso si era por un bien común. Y ahora, después de tanto tiempo juntos, siento que... —Juro se detuvo un instante, y entonces exclamó a la nada, como si estuviese respondiendo a otra entidad—: ¡Me encantaría tener un poco de privacidad!
Ayame no pudo evitar soltar una risilla, imaginando lo que debía estar pasando en el interior del jinchūriki.
—Es parecido a mi hermano Shukaku —intervino Kokuō. Y entonces entrecerró los ojos ligeramente—, pero... no tan cínico, ni mucho menos tan sangriento como él.
—Estoy deseando conocerle —admitió Ayame, con una sonrisa de oreja a oreja.
Pero la sangre se congeló en sus venas cuando un repentino y violento temblor sacudió la caverna. Con una exclamación de sorpresa, Ayame, se aferró a la pared más cercana para no perder el equilibrio. El temblor se prolongó durante varios segundos que se le hicieron eternos. Pero, justo cuando creía que la cueva se les iba a echar encima, se detuvo.
—¿Qué ha sido eso?
—Humanos, miren al frente —les indicó Kokuō, con las rodillas flexionadas y todo el cuerpo en tensión.
Ayame siguió la dirección de su mirada, pero enseguida deseó no haberlo hecho. Porque allí, al fondo de la cueva y entre un montón de escombros, una especie de enorme oso, de pelaje negro como el carbón les miraba con ojos sedientos de sangre. O al menos parecía un oso, porque también tenia algo que parecía un pico donde debía estar su hocico. Pero no era eso lo más preocupante, porque seis colas ondeaban tras el final de su espalda.
—¿¡QUÉ ES ESO!?
—Algo así. Se podría decir que sí —asintió Ayame—. En la forma humana es como si... tomaran los rasgos más parecidos a su forma de bijū. Pero sin las colas, los cuernos, y todas esas cosas —añadió, agitando la mano frente a su rostro.
—Más quisieran ustedes tener una forma como la nuestra —bufó Kokuō. Era evidente que había herido su orgullo—. Sus cuerpos son lo más endeble que he podido experimentar nunca. Basta con que os soplen para que...
—¡Bueno, bueno, Kokuō! ¡No hace falta que te ofendas así! —se rio Ayame, apoyando la mano sobre su cabeza.
Y Juro volvió a intentarlo. Una y otra vez. Pero los resultados no fueron mucho mejores. Al final, el exiliado estaba bastante agotado. Entre resuellos, y con las piernas temblorosas, se recostó contra la pared y murmuró:
—Necesito... un pequeño descanso. En cuanto recupere el aliento, volveré a intentarlo.
—No te preocupes, tómate tu tiempo. Lo importante es que entiendas el concepto, la práctica vendrá después —le consoló Ayame, al verle tan frustrado.
—Quizá no lo esté enfocando bien. Sé lo que tengo que imaginar. Creo que lo estoy cogiendo. Pero aun así... supongo que es difícil para mí.
—No creo que sea una cuestión de imaginar nada... Sino de proyectarlo hacia el exterior —intentó explicarse, ladeando la cabeza a ambos lados—. No creo que sepas cómo va a ser Chōmei en su forma humana hasta que lo veas con tus propios ojos.
—Chōmei es completamente diferente a mí, ¿sabes? Al principio, me intimidó mucho. Pero cuando lo conocí, no supe que pensar. Definitivamente es un alma libre, y le encanta gastarme bromas y burlarse de todo constantemente, casi como un niño pequeño. Y yo he sido siempre tan serio... Pero aun así, su lealtad hacia mí y su compromiso por ayudarme me sorprendió, incluso si era por un bien común. Y ahora, después de tanto tiempo juntos, siento que... —Juro se detuvo un instante, y entonces exclamó a la nada, como si estuviese respondiendo a otra entidad—: ¡Me encantaría tener un poco de privacidad!
Ayame no pudo evitar soltar una risilla, imaginando lo que debía estar pasando en el interior del jinchūriki.
—Es parecido a mi hermano Shukaku —intervino Kokuō. Y entonces entrecerró los ojos ligeramente—, pero... no tan cínico, ni mucho menos tan sangriento como él.
—Estoy deseando conocerle —admitió Ayame, con una sonrisa de oreja a oreja.
Pero la sangre se congeló en sus venas cuando un repentino y violento temblor sacudió la caverna. Con una exclamación de sorpresa, Ayame, se aferró a la pared más cercana para no perder el equilibrio. El temblor se prolongó durante varios segundos que se le hicieron eternos. Pero, justo cuando creía que la cueva se les iba a echar encima, se detuvo.
—¿Qué ha sido eso?
—Humanos, miren al frente —les indicó Kokuō, con las rodillas flexionadas y todo el cuerpo en tensión.
Ayame siguió la dirección de su mirada, pero enseguida deseó no haberlo hecho. Porque allí, al fondo de la cueva y entre un montón de escombros, una especie de enorme oso, de pelaje negro como el carbón les miraba con ojos sedientos de sangre. O al menos parecía un oso, porque también tenia algo que parecía un pico donde debía estar su hocico. Pero no era eso lo más preocupante, porque seis colas ondeaban tras el final de su espalda.
—¿¡QUÉ ES ESO!?