12/07/2021, 16:52
(Última modificación: 12/07/2021, 16:53 por Uchiha Datsue.)
Yui puso un brazo frente a su rostro, a modo de escudo frente a los restos de escombro y la brutal polvareda que el explosivo levantó. En un sonoro crash, el techo se vino abajo frente a ella, y no le hizo falta mirar para saber que Kokuō ya no estaba presente.
Mas no estaba sola.
El vapor que había generado su propio cuerpo con el Suika al recibir el tremendo corte de antes se había acumulado en la zona superior del pasillo, y poco a poco había ido tomando consistencia y forma. La forma de ella misma, más pequeña, no por ello menos letal. Un clon hecho puramente de vapor y recubierto de una fina capa de aceite. Así era el Jōki Bōi, la máxima expresión del clan Hōzuki.
El clon aterrizó en el suelo y de su antebrazo nació una cuchilla con forma de hacha con la que empezó a golpear frenéticamente la pared de escombros que separaban a verdugo y reo. Toc, toc, toc, como un pájaro carpintero.
Yui, mientras tanto, danzaba. Las columnas cedían bajo un peso que ya no podían soportar, las vigas colapsaban, los bloques de hormigón caían a puñados, y ella danzaba a su alrededor. Danzaba como un rayo encerrado en un frasquito de cristal. Un paso atrás, un paso al lado, tres pasos a la izquierda. Crash, crash, crash. Tres rocas más que no habían dado en el blanco.
Toc, toc, toc. A cada segundo que pasaba, a cada movimiento, la presión del vapor acumulado en el interior del clon se incrementaba. La capa de aceite se veía obligada a estirarse, el clon aumentaba en tamaño. Ahora era tan alto como la original, pero todavía más robusto. Su boca era el tajo de una herida abierta; sus ojos, dos puñaladas.
¡Toc, toc, toc! Aquello ya no era un pájaro carpintero, aquello era un gigante llamando a la puerta de tu casa.
El sonido del hacha se volvió insoportable de oír. Era un ariete en tiempos de guerra; era un trueno en mar abierto; era Izanami abriendo las puertas del Yomi y gritando tu nombre.
—¿¡Estás rezando a tu Dios, Kuroyuki!? —rugió Yui, impaciente. La cólera y el frenesí reverberaba en su voz, y en su tono se apreciaba el ansia de una amante por ver a su querida tras años separados por la mar—. ¡¡NO TEMAS!! ¡¡PRONTO TU DIOS SE REUNIRÁ CONTIGO!! —soltó una carcajada, tan placentera de escuchar como el sonido de tus propios huesos partiéndose por la mitad—. ¡ALLÁ A DONDE PIENSO MANDARTE!
Mas no estaba sola.
El vapor que había generado su propio cuerpo con el Suika al recibir el tremendo corte de antes se había acumulado en la zona superior del pasillo, y poco a poco había ido tomando consistencia y forma. La forma de ella misma, más pequeña, no por ello menos letal. Un clon hecho puramente de vapor y recubierto de una fina capa de aceite. Así era el Jōki Bōi, la máxima expresión del clan Hōzuki.
El clon aterrizó en el suelo y de su antebrazo nació una cuchilla con forma de hacha con la que empezó a golpear frenéticamente la pared de escombros que separaban a verdugo y reo. Toc, toc, toc, como un pájaro carpintero.
Yui, mientras tanto, danzaba. Las columnas cedían bajo un peso que ya no podían soportar, las vigas colapsaban, los bloques de hormigón caían a puñados, y ella danzaba a su alrededor. Danzaba como un rayo encerrado en un frasquito de cristal. Un paso atrás, un paso al lado, tres pasos a la izquierda. Crash, crash, crash. Tres rocas más que no habían dado en el blanco.
Toc, toc, toc. A cada segundo que pasaba, a cada movimiento, la presión del vapor acumulado en el interior del clon se incrementaba. La capa de aceite se veía obligada a estirarse, el clon aumentaba en tamaño. Ahora era tan alto como la original, pero todavía más robusto. Su boca era el tajo de una herida abierta; sus ojos, dos puñaladas.
¡Toc, toc, toc! Aquello ya no era un pájaro carpintero, aquello era un gigante llamando a la puerta de tu casa.
¡TOC, TOC, TOC!
El sonido del hacha se volvió insoportable de oír. Era un ariete en tiempos de guerra; era un trueno en mar abierto; era Izanami abriendo las puertas del Yomi y gritando tu nombre.
—¿¡Estás rezando a tu Dios, Kuroyuki!? —rugió Yui, impaciente. La cólera y el frenesí reverberaba en su voz, y en su tono se apreciaba el ansia de una amante por ver a su querida tras años separados por la mar—. ¡¡NO TEMAS!! ¡¡PRONTO TU DIOS SE REUNIRÁ CONTIGO!! —soltó una carcajada, tan placentera de escuchar como el sonido de tus propios huesos partiéndose por la mitad—. ¡ALLÁ A DONDE PIENSO MANDARTE!