16/07/2021, 10:41
—Es otra de las aberraciones de Kurama —respondió Juro, colocándose en guardia—. Parece más estable que la criatura que enfrenté. Esta tenía los instintos y el poder de los animales que la formaban, y también era capaz de lanzar algo parecido a una Bijūdama.
—¿Otra... aberración de Kurama? —repitió Ayame, algo confundida. Había oído hablar de aquellas criaturas, pero todo habían sido comentarios vagos lanzados al aire. Y mucho menos se había encontrado cara a cara con uno de aquellos.
—No me puedo creer que mi hermano haya llegado esto... —siseó Kokuō, con todo el pelo de su cuerpo erizado y un tono de voz que mediaba entre la más absoluta tristeza y la ira.
Ayame no pudo evitar sobresaltar cuando Juro, junto a ella, comenzó a verse envuelto por una capa de chakra hirviente de color verde, formando dos cuernos sobre su cabeza y tres colas que ondeaban tras su espalda. Su gesto se volvió feral, pero sus ojos seguían manteniendo la mirada de aquel chico tímido pero resuelto. Estando en comunicación con Chōmei, no había peligro de que perdiera el control. Pero se encontraban en una situación muy peliaguda. Estaban en un túnel cavernoso, prácticamente en un callejón sin salida: frente a ellos estaba el gebijū, a su espalda el espacio se abría al vacío y a las espículas de roca. Podían escapar volando pero... ¿debían dejar al gebijū donde estaba y arriesgar a que se lo encontrara cualquier persona que pasara por allí?
¿Pero qué había de aquella monstruosidad? El gigantesco oso-lechuza se había incorporado sobre sus patas traseras y ahora los observaba con el hocico arrugado y la baba cayéndole desde el pico. Sus ojos, inyectados en sangre, se fijaron de repente en Juro.
—¡Cuidado! —exclamó Ayame.
Pero, dicho y hecho, la criatura se abalanzó sobre Juro. Era bastante más rápido de lo que podría dar a entender su enorme cuerpo. Y cuando tuvo al chico a su altura lanzó una de sus garras hacia su torso (30 PV, cortante) para aplastarlo e inmovilizarlo contra el suelo antes de lanzar un potente picotazo (30 PV, perforante).
—¿Otra... aberración de Kurama? —repitió Ayame, algo confundida. Había oído hablar de aquellas criaturas, pero todo habían sido comentarios vagos lanzados al aire. Y mucho menos se había encontrado cara a cara con uno de aquellos.
—No me puedo creer que mi hermano haya llegado esto... —siseó Kokuō, con todo el pelo de su cuerpo erizado y un tono de voz que mediaba entre la más absoluta tristeza y la ira.
Ayame no pudo evitar sobresaltar cuando Juro, junto a ella, comenzó a verse envuelto por una capa de chakra hirviente de color verde, formando dos cuernos sobre su cabeza y tres colas que ondeaban tras su espalda. Su gesto se volvió feral, pero sus ojos seguían manteniendo la mirada de aquel chico tímido pero resuelto. Estando en comunicación con Chōmei, no había peligro de que perdiera el control. Pero se encontraban en una situación muy peliaguda. Estaban en un túnel cavernoso, prácticamente en un callejón sin salida: frente a ellos estaba el gebijū, a su espalda el espacio se abría al vacío y a las espículas de roca. Podían escapar volando pero... ¿debían dejar al gebijū donde estaba y arriesgar a que se lo encontrara cualquier persona que pasara por allí?
¿Pero qué había de aquella monstruosidad? El gigantesco oso-lechuza se había incorporado sobre sus patas traseras y ahora los observaba con el hocico arrugado y la baba cayéndole desde el pico. Sus ojos, inyectados en sangre, se fijaron de repente en Juro.
—¡Cuidado! —exclamó Ayame.
Pero, dicho y hecho, la criatura se abalanzó sobre Juro. Era bastante más rápido de lo que podría dar a entender su enorme cuerpo. Y cuando tuvo al chico a su altura lanzó una de sus garras hacia su torso (30 PV, cortante) para aplastarlo e inmovilizarlo contra el suelo antes de lanzar un potente picotazo (30 PV, perforante).