17/07/2021, 23:55
(Última modificación: 18/07/2021, 00:02 por Eikyuu Juro. Editado 2 veces en total.)
La situación era peliaguda, desde luego. Pero dejar así la cosa no era una opción, ni mucho menos. Aunque su objetivo era Kurama, Juro estaba más que dispuesto a arriesgar su vida si con ello podía evitar que una de sus criaturas sembrara el terror. Aún tenía grabada en su cabeza la desesperación de ese padre por encontrar a su hija secuestrada; el cuerpo inconsciente de esa niña, tan ligero y frágil que era un milagro que no se hubiera roto en las profundidades de la cueva; esas bandanas de los ninjas de Uzushiogakure que murieron en servicio esperando encontrar una bestia normal y no un pseudobijuu...
Nunca dormiría tranquilo si dejaba a ese monstruo suelto y contribuía así con la maldita época de terror que ese zorro quería erigir a su costa.
Ayame balbuceó a su lado, pero el marionetista no tuvo tiempo de preocuparse por ella ni por Kokuō. Ambas eran luchadoras experimentadas y estaba seguro de que podrían recomponerse para la batalla. Despegar los ojos del monstruo que tenía delante podía significar la muerte. Echó un vistazo rápido a los alrededores, para cerciorarse de que no se llevarían sorpresas. Si fuesen capaces de utilizar el entorno contra el monstruo y lanzarle contra los pilares rocosos, quizá, solo quizá, podrían acabar con la bestia de forma efectiva. Pero el monstruo no sería tan estúpido y de cualquier forma, ellos estaban en mitad de la trayectoria.
Cuando el monstruo se lanzó a por él, Juro supo que tenían pocas opciones. Y que debía aprovechar las bazas que había.
Su concentración fue tal que ni siquiera escuchó la advertencia de Ayame. Sí, la bestia era rápida, pero pudo verla venir. Un golpe de un monstruo de tal envergadura le pondría en problemas incluso en unión con Chōmei. Por eso, el marionetista observó bien el recorrido del monstruo, que en poco tiempo se le echó encima. Cuando la bestia se detuvo para alzar la letal garra, Juro no perdió un instante: formuló el sello del carnero y desapareció del espacio, que poco después fue atravesado por aquellas garras.
El chico se había desplazado a velocidad ultra rápida, aprovechando que era mucho más pequeño y móvil y que podía colarse perfectamente por el espacio que la criatura había dejado en el momento en que se había lanzado hacia él. Ahora se encontraba a unos metros detrás de ella.
Mientras que la criatura aún estaría recuperándose de la embestida fallida, Juro hurgó en su portaobjetos y le lanzó rápidamente un frasco de líquido amarillento, que al contacto con ella estallaría en una nube de humo. Con suerte, el humo podría invadir sus piernas, torso y brazos, o al menos, afectar a la mayor parte de la criatura, puesto que su tamaño era enorme y el chico no las tenía todas consigo.
— ¡Son neurotoxinas paralizantes! ¡Hacen efecto al contacto, pero no creo que duren mucho! — gritó, para que ninguna de sus compañeras tuviera la idea de acercarse demasiado.
El marionetista no desperdició la oportunidad: acto seguido, dos brazos de chakra surgieron de su cuerpo y se lanzaron hacia la bestia. En el camino, cinco ramificaciones brotaron de ellos, tres de uno y dos de otro, en forma de afilados apéndices. Un brazo agarró al monstruo del cuello y comenzó a arrastrarlo hacia el suelo, mientras el otro se curvó para empujar el torso del oso al lado contrario, para que entre los dos pudieran desestabilizarle y tirarle. Los apéndices se clavaron en sus piernas y parte trasera, para aumentar la probabilidad de éxito. Si todo iba bien, el efecto del veneno en combinación con el poder del chakra bruto del bijuu podrían derribarlo y contenerlo ahí, donde no tendría un punto de apoyo.
Nunca dormiría tranquilo si dejaba a ese monstruo suelto y contribuía así con la maldita época de terror que ese zorro quería erigir a su costa.
Ayame balbuceó a su lado, pero el marionetista no tuvo tiempo de preocuparse por ella ni por Kokuō. Ambas eran luchadoras experimentadas y estaba seguro de que podrían recomponerse para la batalla. Despegar los ojos del monstruo que tenía delante podía significar la muerte. Echó un vistazo rápido a los alrededores, para cerciorarse de que no se llevarían sorpresas. Si fuesen capaces de utilizar el entorno contra el monstruo y lanzarle contra los pilares rocosos, quizá, solo quizá, podrían acabar con la bestia de forma efectiva. Pero el monstruo no sería tan estúpido y de cualquier forma, ellos estaban en mitad de la trayectoria.
Cuando el monstruo se lanzó a por él, Juro supo que tenían pocas opciones. Y que debía aprovechar las bazas que había.
Su concentración fue tal que ni siquiera escuchó la advertencia de Ayame. Sí, la bestia era rápida, pero pudo verla venir. Un golpe de un monstruo de tal envergadura le pondría en problemas incluso en unión con Chōmei. Por eso, el marionetista observó bien el recorrido del monstruo, que en poco tiempo se le echó encima. Cuando la bestia se detuvo para alzar la letal garra, Juro no perdió un instante: formuló el sello del carnero y desapareció del espacio, que poco después fue atravesado por aquellas garras.
El chico se había desplazado a velocidad ultra rápida, aprovechando que era mucho más pequeño y móvil y que podía colarse perfectamente por el espacio que la criatura había dejado en el momento en que se había lanzado hacia él. Ahora se encontraba a unos metros detrás de ella.
Mientras que la criatura aún estaría recuperándose de la embestida fallida, Juro hurgó en su portaobjetos y le lanzó rápidamente un frasco de líquido amarillento, que al contacto con ella estallaría en una nube de humo. Con suerte, el humo podría invadir sus piernas, torso y brazos, o al menos, afectar a la mayor parte de la criatura, puesto que su tamaño era enorme y el chico no las tenía todas consigo.
— ¡Son neurotoxinas paralizantes! ¡Hacen efecto al contacto, pero no creo que duren mucho! — gritó, para que ninguna de sus compañeras tuviera la idea de acercarse demasiado.
El marionetista no desperdició la oportunidad: acto seguido, dos brazos de chakra surgieron de su cuerpo y se lanzaron hacia la bestia. En el camino, cinco ramificaciones brotaron de ellos, tres de uno y dos de otro, en forma de afilados apéndices. Un brazo agarró al monstruo del cuello y comenzó a arrastrarlo hacia el suelo, mientras el otro se curvó para empujar el torso del oso al lado contrario, para que entre los dos pudieran desestabilizarle y tirarle. Los apéndices se clavaron en sus piernas y parte trasera, para aumentar la probabilidad de éxito. Si todo iba bien, el efecto del veneno en combinación con el poder del chakra bruto del bijuu podrían derribarlo y contenerlo ahí, donde no tendría un punto de apoyo.
Hablo / Pienso
Avatar hecho por la increible Eri-sama.
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Sellos implantados: Hermandad intrepida
- Juro y Datsue : Aliento nevado, 218. Poder:60