20/07/2021, 22:37
Afortunadamente, Juro era un shinobi con experiencia tanto en el combate como con aquellos monstruos. Y sabía bien cómo desenvolverse ante una situación así. Con apenas un sello de sus manos, desapareció de la vista de todos los presentes. O al menos de casi todos, pues Ayame fue capaz de ver su sombra deslizándose hacia la espalda del gebijū para lanzar después un frasco que se rompió en una nube amarillenta.
—¡Son neurotoxinas paralizantes! ¡Hacen efecto al contacto, pero no creo que duren mucho!
En aquella ocasión, Kokuō fue más rápida que ella. Estiró el cuello para agarrar a la kunoichi por la parte de atrás de su falda y, con un fuerte tirón, la lanzó hacia atrás antes de retroceder ella misma.
—¡Au, au, au! ¡Mi culo! —se quejaba Ayame, dolorida por el golpe que había recibido al caer al suelo.
—Prefiero que le duela el trasero a que se quede paralizada frente a esa cosa —le espetó Kokuō, en respuesta.
El oso-lechuza, por su parte, había quedado atrapado dentro de la nube de gas paralizante. Sin embargo, la criatura era grande... y poderosa. Y aunque la parálisis sí pareció ralentizar notablemente sus movimientos, no terminó de paralizarla del todo. Así lo comprobaron cuando se desplazó hacia un lado para esquivar los brazos de chakra. Aunque no consiguió evadirlos todos, y graznó de dolor cuando tres de ellos se clavaron en su cuerpo. De un momento a otro, cogió con sus zarpas delanteras una colosal roca que debía ser tres veces más grande que Juro y la lanzó contra él. Pero Kokuō, aprovechando su despiste, cargó contra el gebijū por la espalda, utilizando sus cuernos para asestar una buena cornada.
—¡Son neurotoxinas paralizantes! ¡Hacen efecto al contacto, pero no creo que duren mucho!
En aquella ocasión, Kokuō fue más rápida que ella. Estiró el cuello para agarrar a la kunoichi por la parte de atrás de su falda y, con un fuerte tirón, la lanzó hacia atrás antes de retroceder ella misma.
—¡Au, au, au! ¡Mi culo! —se quejaba Ayame, dolorida por el golpe que había recibido al caer al suelo.
—Prefiero que le duela el trasero a que se quede paralizada frente a esa cosa —le espetó Kokuō, en respuesta.
El oso-lechuza, por su parte, había quedado atrapado dentro de la nube de gas paralizante. Sin embargo, la criatura era grande... y poderosa. Y aunque la parálisis sí pareció ralentizar notablemente sus movimientos, no terminó de paralizarla del todo. Así lo comprobaron cuando se desplazó hacia un lado para esquivar los brazos de chakra. Aunque no consiguió evadirlos todos, y graznó de dolor cuando tres de ellos se clavaron en su cuerpo. De un momento a otro, cogió con sus zarpas delanteras una colosal roca que debía ser tres veces más grande que Juro y la lanzó contra él. Pero Kokuō, aprovechando su despiste, cargó contra el gebijū por la espalda, utilizando sus cuernos para asestar una buena cornada.