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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#33
El intenso quemazón que la azoraba fue tan fuerte que Ayame sintió que iba a arder en llamas, pero tan sólo duró unos segundos. Fuera lo que fuese que estaba envolviéndola no deseaba hacerle daño, y se sentía llena de un poder que tan sólo podría haber creído posible tener en sueños. No obstante, al mismo tiempo y claras como las aguas del lago más limpio de la Tierra también sintió otras sensaciones menos agradables. Otras sensaciones que ya vivía diariamente en sueños. El grito de un niño. El llanto de una madre.

Esta vez, no la aterrorizaron, porque no fue una pesadilla, sino un recuerdo. Alguien la sostenía en brazos. Alguien se colaba en su mente. Pero su subconsciente lo había grabado todo. Lo había...

Estaba furiosa. Furiosa. Agitaba sus colas en medio de la noche, matando a gente a diestro y siniestro. Los gritos no hacían sino ponerla más nerviosa, y era cuestión de tiempo que alguien tratara de sellarla de nuevo en alguien. Con mala suerte, podría acabar de nuevo dentro de aquella niña llorona e inútil. Y cuando tenía pensado salir corriendo, huir de allí, encontrar otro sitio, aquél demonio se le apareció y empezó a recordarle las sombras que no tenía que haberle recordado nadie.

Las que la mataron a ella sus hermanos con aquél jutsu tan terrible.

Aquellos que se decían portadores de la paz no eran más que unos asesinos con distinto objetivo. Los humanos les habían esclavizado, los habían utilizado para matarse entre ellos, a pesar del papel tan importante que debían desempeñar. Y entonces, y entonces, aparecieron ante ella, y ella no pudo controlarse.

Después, volvió al cuerpo de la niña.

Ayame registraba todos esos sentimientos como suyos, pero el animal salvaje que llevaba dentro también buceaba en su corazón, y eso le había llevado a la situación en la que se encontraba. Odiaba admitirlo, pero no se había podido resistir a salvarla.

A salvarlas.

Una de las colas de chakra se deslizó por el suelo y envolvió a la kunoichi peliazul. El sonido de la pierna de Eri cuando la recolocó en su sitio no fue agradable, pero sí necesario. Allí dejó parte de su manto, y su manto lo envolvió y sus heridas comenzaron a cerrarse inmediatamente.

«Que esto no te sirva de precedente, niña. Pero viviréis.»

¿Qué... qué eres...? ¡Monstruo! —gimió Kinma, dando un paso atrás y encontrándose con que su última salida era el sello que él no era capaz de abrir.

Zarandeó las manos frente a sí mismo y del suelo surgieron nuevas ramas con espinas. Pero de alguna forma el cuerpo de Ayame emitía tanta energía que las rechazaba sin que ella tuviera que moverse.

Y entonces habló. Pero no fue su voz la que salió de ella.

Qué irónico, yo soy el monstruo. De todos los seres humanos que he conocido, sin duda tú eres el peor. Bajo los ojos de esta niña inocente como testigo, yo te condeno a muerte, bastardo.

La capa de chakra tomó vida propia y se manifestó frente a Ayame con la forma extraña y etérea de una especie de cetáceo con las mandíbulas abiertas. El chakra de la muchacha se entremezclaba sin quererlo con aquél poder extraño que salía de ella, y frente a su mano extendida una esfera de energía negra y purpúrea se iba haciendo cada vez más grande.

No... no... ¡Perdóname, no me hagas daño!

¡MUERE! —La imagen de Kusagakure en llamas se intercaló a parpadeos en la percepción visual de Ayame durante unos segundos. El pasillo se transformaba en casas en llamas, Kinma en un albino que le sonaba de algo, pero que estaba seguro que no era su hermano... Lo único que permanecía exactamente igual, aunque en realidad mucho más pequeña, era la bala de chakra que se precipitaba hacia el falso monje.

¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!

La esfera impactó en Kinma, quien fue impulsado hacia atrás y chocó con la puerta. Durante unos instantes, toda la casa vibró, como si el chakra de la criatura que había poseído a Ayame intentase luchar contra el sello. Ni siquiera aquella técnica tan elaborada pudo contener la energía de la esfera que abrió la puerta, mandó su objetivo volando a más de quinientos metros y explotó en el horizonte, dejando un rastro lumínico que sin duda daría que hablar a los aldeanos más conspiranoicos.

Ayame perdió el conocimiento.


···


Las dos muchachas despertaron en un solitario campo de hierba seca en el que se suponía antes había una casa de pesadillas. A ambas les dolía el cuerpo como si les hubieran dado una paliza, pero ni siquiera la que se había llevado la peor parte tenía rasguño alguno en todo su cuerpo.

Pese a que había dormido un buen rato, Aotsuki Ayame no había tenido sus terrores nocturnos habituales, ni los volvería a tener en un buen tiempo. Sin embargo, ahora debía ocuparse de un terror más grande que ninguno, el recuerdo de un crimen que ella misma cometió... o que le hicieron cometer.

Eri sabía que había estado al borde de la muerte, y sentía aún el dulce calor de una energía que, sin saber por qué, intuía que la había salvado la vida.

Frente a ellas, a un par de metros, un hombre viejo, calvo, vestido con una túnica larga de aspecto remendado y con una barba de hechicero de las leyendas, acababa de levantarse y las miraba con desasosiego.

¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Kabocha? ¿Qué ha sido esa explosión? ¿Qué...?

Agitó la cabeza y enseñó las palmas de las manos, como pidiendo una disculpa.

¿Estáis bien? —se corrigió.

Turnos: Eri, Ayame, Daruu
[Imagen: K02XwLh.png]

No hay marcas de sangre registradas.


Mensajes en este tema
Chillidos - por Aotsuki Ayame - 26/10/2015, 23:35
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