3/08/2021, 01:12
—¿Rango? ¿Quién es Rango? ¡Ah! Siempre tan bromista, Makoto, nunca cambies, jaja
Al agacharse Lyndis para hablarle, la señora le pellizcó la mejilla cariñosamente.
—Y lávate la cara antes de cenar.
La mujer dejó la puerta abierta y entró de nuevo, a paso ahora lento, pero alegre. Ranko tragó saliva. No quería sentir que se aprovechaba de una ancianita.
—Di-disculpe, mi compañera tiene razón... Estamos de paso en una misión y quisiéramos, si no es mucha molestia, señora...
La mujer se volteó al instante y se le acercó el doble de veloz que se había alejado.
—¿Señora? ¡Qué atrevimiento, Yuriko! —le golpeó en la mano, aunque la señora no tenía casi nada de fuerza —. No tienes que dejar de decirme "mamá" sólo porque te mudaste. ¿Tanto tienes sin venir a verme? Y yo teniendo una cena calientita lista para ti y tu esposo. ¡Jum! —Y volvió caminar hacia adentro, lentamente.
—¿Esposo? N-no queremos importunarla, p-por supuesto que le pagaremos, si-siempre que no haya problemas y...
Ranko se había asomado. El interior estaba bastante limpio, como si su habitante se dedicara todos los días a mantenerlo así con dedicación. Había una mesa con cuatro sillas y tres platos puestos, además de algunos muebles y estantes más, todo sencillo y pulcro, pero muy viejo. La anciana se detuvo en el umbral que daba a lo que parecía la cocina y rió con todas las ganas que una viejita podría ponerle a una carcajada.
—¡Pagarle a tu madre! Ay, Makoto, le has contagiado el sentido del humor a tu esposa. ¡Ja ja ja!
—E-entiend- ¿Esposa? —Ranko volteó a ver a Lyndis. "Esposa..." El carmesí regresó a su rostro con suma fuerza —¡N-n-n-o, p-para nada! ¡S-señora!
Pero la mujer había desaparecido en la cocina, y pronto se escuchó cómo canturreaba y movía alguno que otro traste.
—¿D-deberíamos... Re-retirarnos...? —susurró Ranko a Lyndis, aunque mantenía la mirada baja, sin poder evitar que la palabra "esposa" reverberara en su cabeza—. C-creo que me sentiría mal a-aceptando... N-no quisiera causar problemas, p-pero... Ella suena tan... Dulce.
Al agacharse Lyndis para hablarle, la señora le pellizcó la mejilla cariñosamente.
—Y lávate la cara antes de cenar.
La mujer dejó la puerta abierta y entró de nuevo, a paso ahora lento, pero alegre. Ranko tragó saliva. No quería sentir que se aprovechaba de una ancianita.
—Di-disculpe, mi compañera tiene razón... Estamos de paso en una misión y quisiéramos, si no es mucha molestia, señora...
La mujer se volteó al instante y se le acercó el doble de veloz que se había alejado.
—¿Señora? ¡Qué atrevimiento, Yuriko! —le golpeó en la mano, aunque la señora no tenía casi nada de fuerza —. No tienes que dejar de decirme "mamá" sólo porque te mudaste. ¿Tanto tienes sin venir a verme? Y yo teniendo una cena calientita lista para ti y tu esposo. ¡Jum! —Y volvió caminar hacia adentro, lentamente.
—¿Esposo? N-no queremos importunarla, p-por supuesto que le pagaremos, si-siempre que no haya problemas y...
Ranko se había asomado. El interior estaba bastante limpio, como si su habitante se dedicara todos los días a mantenerlo así con dedicación. Había una mesa con cuatro sillas y tres platos puestos, además de algunos muebles y estantes más, todo sencillo y pulcro, pero muy viejo. La anciana se detuvo en el umbral que daba a lo que parecía la cocina y rió con todas las ganas que una viejita podría ponerle a una carcajada.
—¡Pagarle a tu madre! Ay, Makoto, le has contagiado el sentido del humor a tu esposa. ¡Ja ja ja!
—E-entiend- ¿Esposa? —Ranko volteó a ver a Lyndis. "Esposa..." El carmesí regresó a su rostro con suma fuerza —¡N-n-n-o, p-para nada! ¡S-señora!
Pero la mujer había desaparecido en la cocina, y pronto se escuchó cómo canturreaba y movía alguno que otro traste.
—¿D-deberíamos... Re-retirarnos...? —susurró Ranko a Lyndis, aunque mantenía la mirada baja, sin poder evitar que la palabra "esposa" reverberara en su cabeza—. C-creo que me sentiría mal a-aceptando... N-no quisiera causar problemas, p-pero... Ella suena tan... Dulce.
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