3/08/2021, 22:15
A través de los destellos de dolor que aún inundaban su visión borrosa, Ayame pudo ver la borrosa silueta de una extraña criatura que surgió de entre los restos de la humareda y golpeaba con fuerza al Gebijū, que rugió enardecido al recibir el golpe y le devolvió un brutal zarpazo (30 PV cortante) antes de recibir un segundo. Como quien trata de aplastar una mosca molesta. Después, trastabillando, tuvo que sacudir la cabeza para no caer derribado.
Ayame tensó los músculos del cuerpo al ver a la criatura posarse cerca de ella. Cinco colas de chakra ondeaban tras su espalda, dos alas surgían de algún punto en su espalda y un extraño casco se había ceñido a su cabeza. Aquella extraña capa de energía hervía, y le ponía los pelos de punta incluso desde donde se encontraba.
Le tomó varios largos segundos reconocerle.
—J... ¿Juro?
Verle de aquella manera despertaba terroríficos recuerdos en ella. Recuerdos de cuando su relación con Kokuō parecía imposible y perdía el control cada vez que sus sentimientos se desbordaban. Recordaba aquella sensación de perder el conocimiento, el cómo parecía estar ardiendo en su propia piel, la rabia... Desde que se había reconciliado con el bijū no había vuelto a suceder un episodio así, ni ella había sentido la necesidad de pedirle prestado su poder.
De hecho, le daba miedo hacerlo.
Se levantó a duras penas, era un milagro que no se hubiese roto algo en su choque contra las rocas, y se restregó la manga contra la frente para apartar el hilo de sangre que se derramaba sobre su ojo, impidiéndole ver. No dejaba de mirar de reojo a Juro, sopesando si el chico seguía en sus plenas facultades o había ocurrido algo con él. Pero su mayor problema era, precisamente, aquel monstruoso oso-lechuza.
—Oh, no...
Porque, de hecho, había abierto el pico y había comenzado a acumular energía. Una energía que ambos Jinchūriki conocían muy bien. No tenían más que unos pocos segundos. Pero, en un espacio tan reducido como aquel y que corrían el riesgo de sepultar, no tenían muchas opciones.
—¡Tenemos que acabar con esto YA! —exclamó Ayame, abalanzándose hacia el frente y alzando el dedo índice en forma de pistola. De la punta de este surgió una bala de agua que recortó la distancia que la separaba del Gebijū, casi al mismo tiempo que este disparaba la tan temida Bijūdama, pero...
¿Sería suficiente?
Ayame tensó los músculos del cuerpo al ver a la criatura posarse cerca de ella. Cinco colas de chakra ondeaban tras su espalda, dos alas surgían de algún punto en su espalda y un extraño casco se había ceñido a su cabeza. Aquella extraña capa de energía hervía, y le ponía los pelos de punta incluso desde donde se encontraba.
Le tomó varios largos segundos reconocerle.
—J... ¿Juro?
Verle de aquella manera despertaba terroríficos recuerdos en ella. Recuerdos de cuando su relación con Kokuō parecía imposible y perdía el control cada vez que sus sentimientos se desbordaban. Recordaba aquella sensación de perder el conocimiento, el cómo parecía estar ardiendo en su propia piel, la rabia... Desde que se había reconciliado con el bijū no había vuelto a suceder un episodio así, ni ella había sentido la necesidad de pedirle prestado su poder.
De hecho, le daba miedo hacerlo.
Se levantó a duras penas, era un milagro que no se hubiese roto algo en su choque contra las rocas, y se restregó la manga contra la frente para apartar el hilo de sangre que se derramaba sobre su ojo, impidiéndole ver. No dejaba de mirar de reojo a Juro, sopesando si el chico seguía en sus plenas facultades o había ocurrido algo con él. Pero su mayor problema era, precisamente, aquel monstruoso oso-lechuza.
—Oh, no...
Porque, de hecho, había abierto el pico y había comenzado a acumular energía. Una energía que ambos Jinchūriki conocían muy bien. No tenían más que unos pocos segundos. Pero, en un espacio tan reducido como aquel y que corrían el riesgo de sepultar, no tenían muchas opciones.
—¡Tenemos que acabar con esto YA! —exclamó Ayame, abalanzándose hacia el frente y alzando el dedo índice en forma de pistola. De la punta de este surgió una bala de agua que recortó la distancia que la separaba del Gebijū, casi al mismo tiempo que este disparaba la tan temida Bijūdama, pero...
¿Sería suficiente?