31/08/2021, 18:15
(Última modificación: 31/08/2021, 18:19 por Aotsuki Ayame. Editado 4 veces en total.)
—Porque los verás en el intercambio. Me das el oro, compruebo en el sitio que es del bueno, y los libero —resolvió, pero Kintsugi no se mostró nada convencida—. Sé lo que estás pensando —añadió, negando con la cabeza—. No funcionaría. Tratar de rescatarlos y ahorrarte un puñado de ryos, digo. Si no hubieses mostrado tu mejor as en el Valle de los Dojos, quizá, quizá, tendrías una posibilidad. No ahora. Daigo y Yota estarán vestidos en sellos explosivos de clase A. Si el oro es falso, si alguien intenta introducirme en un Genjutsu, paralizarme, dormirme… Bueno, tendré preparados los mecanismos adecuados para que esos sellos estallen incluso conmigo fuera de juego. Así que dime, Kintsugi. Qué va a ser, ¿huh? ¿Pagar? ¿O sacrificarles?
Kintsugi inspiró hondo por la nariz. Contuvo el aliento durante varios segundos. Lo expulsó en un largo suspiro. Pasaron uno, dos, tres largos segundos; quizás incluso medio minuto, mientras su cerebro trabajaba a toda velocidad, buscando una salida.
«¿Qué habrías hecho tú, Kenzou-sensei? ¿Qué habrías hecho tú?»
—¿Dónde quedó ese discurso que nos diste en el Valle de los Dojos, Uchiha Zaide? Todo eso de todo por el pueblo, todo eso de los niños mendigando un mendrugo de pan por las esquinas, todo eso de que los ricos deberían morir por nacer con la vida solucionada... ¿Es que el viento se llevó tus palabras? ¡Vas a condenar a toda una aldea a la pobreza por tu ambición! ¡Esos niños de los que tanto decías sentir lástima serán los hijos de mis herreros, o los hijos de los cazadores! ¡Ellos serán los que paguen tu ansia y tu sed de oro! —gritó, extendiendo un brazo hacia su espalda, hacia la aldea que tanto se esforzaba por proteger. Entonces bajó el brazo, y poniendo la máxima carga de desprecio en su voz, añadió—: Oh, ¿pero de qué me extraño? Esas palabras ya perdieron todo su valor en el momento en el que decidisteis asesinar a decenas de personas inocentes allí.
Bajo el mandato de Moyashi Kenzou, la aldea había conocido su máximo esplendor. Había restaurado la prosperidad y había establecido relaciones comerciales con las tierras circundantes. Había sido un Kage de abundancia para todos.
Ahora Zaide le pedía a Kintsugi sesenta mil ryō. Sesenta mil jodidos ryō. Con ese dinero podía sustentar a su gente. Los herreros, los cazadores, los médicos, los senseis... todos necesitaban de ese dinero para alimentar a sus familias. Para seguir subsistiendo. Darle ese dinero a Zaide sería condenar a muchas de esas familias, obligarles a arrastrarse a la oscuridad para conseguir recursos con los que seguir manteniéndose. Darle ese dinero a Zaide sería condenar a muchos de ellos a la indigencia.
Pero Moyashi Kenzou también había sido el padre de toda Kusagakure, y amparaba a todos sus habitantes bajo su protección. Por ellos había dado su vida cuando aquel monstruo con siete colas había estado a punto de arrasar con toda la aldea.
Y ahora Zaide amenazaba la vida de dos de sus shinobi entre sellos explosivos.
Hiciera lo que hiciera aquella noche, la reputación de Aburame Kintsugi estaba condenada. Bajo su rostro impertubable, bajo aquel antifaz de mariposa, una única lágrima resbaló por su mejilla.
—Con nuestro sacrificio servimos a nuestra familia. Con nuestro sacrificio... servimos a Kusagakure.
Zaide sintió una palmada en la espalda.
—Nosotros no negociamos con terroristas.
Un sello explosivo de rango A, colocado por una réplica de Aburame Kintsugi que había estado escondida bajo el puente que daba entrada a la aldea y que la Morikage había tenido a bien enviar antes de acudir al encuentro con el Uchiha por lo que pudiera pasar.
Aquella era su respuesta, y ahora descubrirían si, tal y como sospechaba, aquel Zaide era o no una réplica.
1 AO revelada: Un clon de sombras de Kintsugi escondido bajo el puente de la entrada de la aldea.
Kintsugi inspiró hondo por la nariz. Contuvo el aliento durante varios segundos. Lo expulsó en un largo suspiro. Pasaron uno, dos, tres largos segundos; quizás incluso medio minuto, mientras su cerebro trabajaba a toda velocidad, buscando una salida.
«¿Qué habrías hecho tú, Kenzou-sensei? ¿Qué habrías hecho tú?»
—¿Dónde quedó ese discurso que nos diste en el Valle de los Dojos, Uchiha Zaide? Todo eso de todo por el pueblo, todo eso de los niños mendigando un mendrugo de pan por las esquinas, todo eso de que los ricos deberían morir por nacer con la vida solucionada... ¿Es que el viento se llevó tus palabras? ¡Vas a condenar a toda una aldea a la pobreza por tu ambición! ¡Esos niños de los que tanto decías sentir lástima serán los hijos de mis herreros, o los hijos de los cazadores! ¡Ellos serán los que paguen tu ansia y tu sed de oro! —gritó, extendiendo un brazo hacia su espalda, hacia la aldea que tanto se esforzaba por proteger. Entonces bajó el brazo, y poniendo la máxima carga de desprecio en su voz, añadió—: Oh, ¿pero de qué me extraño? Esas palabras ya perdieron todo su valor en el momento en el que decidisteis asesinar a decenas de personas inocentes allí.
Bajo el mandato de Moyashi Kenzou, la aldea había conocido su máximo esplendor. Había restaurado la prosperidad y había establecido relaciones comerciales con las tierras circundantes. Había sido un Kage de abundancia para todos.
Ahora Zaide le pedía a Kintsugi sesenta mil ryō. Sesenta mil jodidos ryō. Con ese dinero podía sustentar a su gente. Los herreros, los cazadores, los médicos, los senseis... todos necesitaban de ese dinero para alimentar a sus familias. Para seguir subsistiendo. Darle ese dinero a Zaide sería condenar a muchas de esas familias, obligarles a arrastrarse a la oscuridad para conseguir recursos con los que seguir manteniéndose. Darle ese dinero a Zaide sería condenar a muchos de ellos a la indigencia.
Pero Moyashi Kenzou también había sido el padre de toda Kusagakure, y amparaba a todos sus habitantes bajo su protección. Por ellos había dado su vida cuando aquel monstruo con siete colas había estado a punto de arrasar con toda la aldea.
Y ahora Zaide amenazaba la vida de dos de sus shinobi entre sellos explosivos.
Hiciera lo que hiciera aquella noche, la reputación de Aburame Kintsugi estaba condenada. Bajo su rostro impertubable, bajo aquel antifaz de mariposa, una única lágrima resbaló por su mejilla.
—Con nuestro sacrificio servimos a nuestra familia. Con nuestro sacrificio... servimos a Kusagakure.
Zaide sintió una palmada en la espalda.
—Nosotros no negociamos con terroristas.
¡BOOOOOOM!
Un sello explosivo de rango A, colocado por una réplica de Aburame Kintsugi que había estado escondida bajo el puente que daba entrada a la aldea y que la Morikage había tenido a bien enviar antes de acudir al encuentro con el Uchiha por lo que pudiera pasar.
Aquella era su respuesta, y ahora descubrirían si, tal y como sospechaba, aquel Zaide era o no una réplica.
1 AO revelada: Un clon de sombras de Kintsugi escondido bajo el puente de la entrada de la aldea.