28/01/2016, 23:16
(Última modificación: 28/01/2016, 23:18 por Amedama Daruu.)
—Él... Casi nos hace... O mejor dicho... Obliga... —Con voz temblorosa, Eri se lanzó a contar lo que recordaba—. Pero corrimos... Y me alcanzó... Nos amenazó varias veces y ni si quiera teníamos oportunidades para defendernos... Luego quedé inconsciente... —terminó en un susurro, posando sus ojos acuosos en su compañera de procedencia de la Aldea de la lluvia.
Kinma asintió con profundo pesar.
—Debió de ser horrible. Lamento no haber podido estar allí para ayudaros. Fui débil, demasiado débil. Y a decir verdad, además de un monstruo terrible, ese Kabocha es endemoniadamente fuerte.
—Yo... —intervino Ayame. Kinma le dirigió toda su atención y leyó a través de ella todo lo bien que pudo, pero los detalles concretos se le escapaban. Sin embargo, estaba claro que ocultaba algo. Algo peligroso. Temblaba como alguien que había vivido más que cualquier tipo de trauma, más que lo debido incluso para una situación como la que acababan de vivir. Alguien poco experimentado no habría notado la diferencia.
— Logré... logré defenderme... más o menos... No recuerdo... qué pasó después... ni qué ha sido de Kabocha... yo... desperté aquí, sin más...
Era imposible de creer. No sólo por la evidente falta de credibilidad de la postura, de la lágrima y del rostro, sino por la sensación que bullía dentro de Kinma y que le indicaba que habían más cosas. Cosas grandes. Cosas poderosas.
—Ya veo. Tú también tienes monstruos con los que luchar. —Se levantó y se dio la vuelta, alejándose un poco de las dos kunoichis—. Sin embargo... ¿es luchar contra ellos siempre la opción correcta?
Giró el rostro, lo justo para clavar la mirada en Ayame. Fue una mirada larga y profunda. Y en sus ojos grises vio una sombra, que se movía, que luchaba, que protagonizaba su propio baile de gritos y movía otras muchas sombras alargadas.
Pero sólo era una sombra. Un reflejo de algo que no había.
Kinma sonrió y dio la espalda a las muchachas.
—El poder que un día tomé prestado aún no se ha agotado. Kabocha está derrotado, pero lo siento, allá en lo lejos, débil, malherido. Debo terminar con su vida y con el sufrimiento de sus víctimas. Sólo entonces podré descansar.
Echó a caminar a paso ligero, y pronto se perdió en el espeso trigal, que se hacía más denso a medida que se acercaba al horizonte.
—Que el destino os traiga mejores cartas.
Cuando Ayame giró y vio los ojos de Eri, vio una pequeña sombra que bailaba en sus pupilas.
Pero sólo era una sombra. Un reflejo de algo que no había.
¿Aún así, se puede decir que no hay nada a pesar de que sea sólo sombra de lo real lo que reste?
Kinma asintió con profundo pesar.
—Debió de ser horrible. Lamento no haber podido estar allí para ayudaros. Fui débil, demasiado débil. Y a decir verdad, además de un monstruo terrible, ese Kabocha es endemoniadamente fuerte.
—Yo... —intervino Ayame. Kinma le dirigió toda su atención y leyó a través de ella todo lo bien que pudo, pero los detalles concretos se le escapaban. Sin embargo, estaba claro que ocultaba algo. Algo peligroso. Temblaba como alguien que había vivido más que cualquier tipo de trauma, más que lo debido incluso para una situación como la que acababan de vivir. Alguien poco experimentado no habría notado la diferencia.
— Logré... logré defenderme... más o menos... No recuerdo... qué pasó después... ni qué ha sido de Kabocha... yo... desperté aquí, sin más...
Era imposible de creer. No sólo por la evidente falta de credibilidad de la postura, de la lágrima y del rostro, sino por la sensación que bullía dentro de Kinma y que le indicaba que habían más cosas. Cosas grandes. Cosas poderosas.
—Ya veo. Tú también tienes monstruos con los que luchar. —Se levantó y se dio la vuelta, alejándose un poco de las dos kunoichis—. Sin embargo... ¿es luchar contra ellos siempre la opción correcta?
Giró el rostro, lo justo para clavar la mirada en Ayame. Fue una mirada larga y profunda. Y en sus ojos grises vio una sombra, que se movía, que luchaba, que protagonizaba su propio baile de gritos y movía otras muchas sombras alargadas.
Pero sólo era una sombra. Un reflejo de algo que no había.
Kinma sonrió y dio la espalda a las muchachas.
—El poder que un día tomé prestado aún no se ha agotado. Kabocha está derrotado, pero lo siento, allá en lo lejos, débil, malherido. Debo terminar con su vida y con el sufrimiento de sus víctimas. Sólo entonces podré descansar.
Echó a caminar a paso ligero, y pronto se perdió en el espeso trigal, que se hacía más denso a medida que se acercaba al horizonte.
—Que el destino os traiga mejores cartas.
Cuando Ayame giró y vio los ojos de Eri, vio una pequeña sombra que bailaba en sus pupilas.
Pero sólo era una sombra. Un reflejo de algo que no había.
¿Aún así, se puede decir que no hay nada a pesar de que sea sólo sombra de lo real lo que reste?
![[Imagen: K02XwLh.png]](https://i.imgur.com/K02XwLh.png)