15/02/2022, 00:14
En el camino, habían caído preguntas de todo tipo. En las conversaciones hablaron un poco de todo, desde sus habilidades hasta consejos nutricionistas y de entrenamiento. No le había llamado directamente escuálido o flacucho, pero indirectamente sí que lo había hecho. Pero esas palabras en su mayoría cayeron en saco roto, pues el Senju tenía bastante claro que las habilidades que le primaban mejorar eran las intelectuales, así como sus técnicas ígneas. Cual pirómano, le encantaba prender fuego cosas y ver el desenlace, aunque con una ligera diferencia... el pirómano lo hace por mero gusto de ver el fuego expandirse y arrasar, a Siete le gustaba más el buscar más y mejores maneras de uso para las llamas.
En el tren, tuvieron asientos de primera clase. Era todo un lujo, la verdad. Tenían a su disposición todo un camarote del férreo vehículo, para su goce y disfrute. En lo que pasaron los minutos, y con ello unos carritos de mercancías por los pasillos del tren, se vieron Uchiha y Senju con un paquete de patatas cada uno, así como un refresco de frutas del bosque para el último.
Siete se dispuso a darle el primer trago al refresco en lo que el Uzukage se lanzó de nuevo a la conversación. En ésta ocasión, la charla distaba de ser tan trivial y de relleno como lo había sido la del camino. Tenían una charla pendiente, y parecía recordarlo bastante bien. Sin pelos en la lengua, Datsue preguntó de quién se trataba. Quién era el objetivo de Senju Hayato.
¿Quién?
En realidad la pregunta era más bien... ¿qué?.
Un maldito demonio. Un malnacido. Un hijo de una señora que intercambiaba su cuerpo, contando el tiempo, a cambio de unas monedas.
—Pues verá —no se cortó, y le propinó el deseado buche al refresco. —señor Uzukage, se trata de mi padrastro. Ni más ni menos. Pero no es que le odie por ser mi padrastro, ni mucho menos... mi madre es libre de estar con quien quiera, tengo suficiente cabeza como para entender eso. Pero éste tipo... éste tipo es una mala bestia, un maldito demonio. Se aprovechó de la situación de mi familia para casarse con ella, y ahora no es más que una de sus muchas posesiones. No sé que clase de artimañas está usando con ella, pero la tiene amarrada. No literalmente, vamos, si no que de alguna manera está impidiendo que se escape... supongo que alguna amenaza.
»El problema viene principalmente cuando sus apuestas o su humor fallan. En esas ocasiones mi madre pasa de ser su esposa a un puto saco de boxeo. A veces, ni hace falta eso, simplemente se levanta y quiere abrir una puerta con su cara. Y la última vez que intenté detenerlo, tuvo la poca verguenza de usar a unos guardaespaldas para darme una paliza y obligarme a ver cómo le quitaban la mitad de la cabellera a pellizcos...
El Senju miró hacia afuera en ese momento, totalmente indignado e iracundo.
—Ese tipo no tiene perdón de Diosa. —Sentenció, sin saber muy bien si debía sentenciarlo abiertamente.
Quizás el Uzukage le estaba dando confianzas, pero ni por asomo se sentía aún con las suficientes. Ni tan siquiera le tuteaba, o le llamaba por su nombre... ¿cómo iba a confiar del todo en él aún? No, ni de coña. Pero en fin, por lo menos podía confiarle sus propósitos, ¿no?. Si decidía impedírselo, tan solo tendría que buscar otra vía...
Siete tenía bien claro que había de ser como el agua, amoldándose a los problemas y fluyendo, buscando siempre una salida.
En el tren, tuvieron asientos de primera clase. Era todo un lujo, la verdad. Tenían a su disposición todo un camarote del férreo vehículo, para su goce y disfrute. En lo que pasaron los minutos, y con ello unos carritos de mercancías por los pasillos del tren, se vieron Uchiha y Senju con un paquete de patatas cada uno, así como un refresco de frutas del bosque para el último.
Siete se dispuso a darle el primer trago al refresco en lo que el Uzukage se lanzó de nuevo a la conversación. En ésta ocasión, la charla distaba de ser tan trivial y de relleno como lo había sido la del camino. Tenían una charla pendiente, y parecía recordarlo bastante bien. Sin pelos en la lengua, Datsue preguntó de quién se trataba. Quién era el objetivo de Senju Hayato.
¿Quién?
En realidad la pregunta era más bien... ¿qué?.
Un maldito demonio. Un malnacido. Un hijo de una señora que intercambiaba su cuerpo, contando el tiempo, a cambio de unas monedas.
—Pues verá —no se cortó, y le propinó el deseado buche al refresco. —señor Uzukage, se trata de mi padrastro. Ni más ni menos. Pero no es que le odie por ser mi padrastro, ni mucho menos... mi madre es libre de estar con quien quiera, tengo suficiente cabeza como para entender eso. Pero éste tipo... éste tipo es una mala bestia, un maldito demonio. Se aprovechó de la situación de mi familia para casarse con ella, y ahora no es más que una de sus muchas posesiones. No sé que clase de artimañas está usando con ella, pero la tiene amarrada. No literalmente, vamos, si no que de alguna manera está impidiendo que se escape... supongo que alguna amenaza.
»El problema viene principalmente cuando sus apuestas o su humor fallan. En esas ocasiones mi madre pasa de ser su esposa a un puto saco de boxeo. A veces, ni hace falta eso, simplemente se levanta y quiere abrir una puerta con su cara. Y la última vez que intenté detenerlo, tuvo la poca verguenza de usar a unos guardaespaldas para darme una paliza y obligarme a ver cómo le quitaban la mitad de la cabellera a pellizcos...
El Senju miró hacia afuera en ese momento, totalmente indignado e iracundo.
—Ese tipo no tiene perdón de Diosa. —Sentenció, sin saber muy bien si debía sentenciarlo abiertamente.
Quizás el Uzukage le estaba dando confianzas, pero ni por asomo se sentía aún con las suficientes. Ni tan siquiera le tuteaba, o le llamaba por su nombre... ¿cómo iba a confiar del todo en él aún? No, ni de coña. Pero en fin, por lo menos podía confiarle sus propósitos, ¿no?. Si decidía impedírselo, tan solo tendría que buscar otra vía...
Siete tenía bien claro que había de ser como el agua, amoldándose a los problemas y fluyendo, buscando siempre una salida.