8/03/2022, 01:44
(Última modificación: 8/03/2022, 02:43 por Senju Hayato. Editado 1 vez en total.)
El Uzukage pareció entender bastante bien el tema de su padrastro, como si en más de una ocasión se hubiese topado con personajes de esa calaña. Ciertamente no sería extraño, hasta tomar las riendas de la villa seguro que había pasado por demasiadas aventuras y desventuras. A saber todo lo que había vivido hasta ponerse el sombrero. En última instancia, aclaró que trazaría un plan, y que hablarían más adelante al respecto.
—De acuerdo. —Concluyó, y con ello la travesía continuó con charlas un poco más irrelevantes.
Para cuando el tren paró, lo que les rodeaba no era ni mucho menos lluvioso. Aún estaban lejos, y eso era algo que hasta él sabía. Lo que no entendía del todo es el porqué bajaban ya del tren, pues podían acercarse un poco más, ¿no?. Habían bajado en la estación de los Herreros, y con paso sereno y firme, sendos shinobis comenzaron a trazar una ruta que bien conocía el genin. No fue hasta que Datsue habló de nuevo que el Senju entendió lo que buscaba. Por aquél sitio, concretamente por aquél sendero, solo podían toparse con una cosa...
Casi en mitad de la nada, se hallaba un edificio de madera con tono casi negruzco de dos plantas, y casi cuarenta metros de ancho por treinta de largo. Numerosas ventanas de madera blanca daban un poco de luminosidad al interior, o eso dejaban intuir pues desde fuera tan solo podían verse una cortinas de color caoba. El tejado estaba conformado de tejas blancas, y para culminar la obra en cada esquina del mismo había una figura de un oso panda con una pipa. En la puerta principal, una de madera blanca bastante robusta y grande, se encontraba un tipo apoyado y fumando un cigarrillo.
—Sí, la orientación no le ha fallado.
En lo que continuaban andando, el tipo de la puerta no titubeó un segundo, y se reincorporó y abrió la misma. El tipo, de casi dos metros, una masa muscular abrumadora, y unas pintas de pocos amigos que casi asustaba, sonrió al par de "viajeros".
—Buenos días.
Lo primero que se podía ver tras la puerta era una sala enorme, de suelo negro y paredes blancas, con numerosos sillones de cuero también de tono negruzco, y entre cada conjunto una mesa pequeña redonda de color blanco. Al final de la sala había una escalera de caracol negra, y un poco más a la derecha un par de puertas. Una tenía un cartel de un bigote, y la otra tenía una flor. Al lado contrario de la escalera había una gran barra, donde se podían intuir una gran cantidad de licores, y cachimbas.
A éstas horas no parecía haber nadie, tan solo el portero y una camarera de muy bien ver jugando a las cartas en un extremo de la barra.
—Bueno días, Hogo. —Contestó al hombre. Luego miró al Uzukage, y preguntó sabiendo ya la respuesta: —¿Quiere pasar?
¿Para qué habría venido si no?.
—De acuerdo. —Concluyó, y con ello la travesía continuó con charlas un poco más irrelevantes.
[...]
Para cuando el tren paró, lo que les rodeaba no era ni mucho menos lluvioso. Aún estaban lejos, y eso era algo que hasta él sabía. Lo que no entendía del todo es el porqué bajaban ya del tren, pues podían acercarse un poco más, ¿no?. Habían bajado en la estación de los Herreros, y con paso sereno y firme, sendos shinobis comenzaron a trazar una ruta que bien conocía el genin. No fue hasta que Datsue habló de nuevo que el Senju entendió lo que buscaba. Por aquél sitio, concretamente por aquél sendero, solo podían toparse con una cosa...
Casi en mitad de la nada, se hallaba un edificio de madera con tono casi negruzco de dos plantas, y casi cuarenta metros de ancho por treinta de largo. Numerosas ventanas de madera blanca daban un poco de luminosidad al interior, o eso dejaban intuir pues desde fuera tan solo podían verse una cortinas de color caoba. El tejado estaba conformado de tejas blancas, y para culminar la obra en cada esquina del mismo había una figura de un oso panda con una pipa. En la puerta principal, una de madera blanca bastante robusta y grande, se encontraba un tipo apoyado y fumando un cigarrillo.
—Sí, la orientación no le ha fallado.
En lo que continuaban andando, el tipo de la puerta no titubeó un segundo, y se reincorporó y abrió la misma. El tipo, de casi dos metros, una masa muscular abrumadora, y unas pintas de pocos amigos que casi asustaba, sonrió al par de "viajeros".
—Buenos días.
Lo primero que se podía ver tras la puerta era una sala enorme, de suelo negro y paredes blancas, con numerosos sillones de cuero también de tono negruzco, y entre cada conjunto una mesa pequeña redonda de color blanco. Al final de la sala había una escalera de caracol negra, y un poco más a la derecha un par de puertas. Una tenía un cartel de un bigote, y la otra tenía una flor. Al lado contrario de la escalera había una gran barra, donde se podían intuir una gran cantidad de licores, y cachimbas.
A éstas horas no parecía haber nadie, tan solo el portero y una camarera de muy bien ver jugando a las cartas en un extremo de la barra.
—Bueno días, Hogo. —Contestó al hombre. Luego miró al Uzukage, y preguntó sabiendo ya la respuesta: —¿Quiere pasar?
¿Para qué habría venido si no?.