11/03/2022, 19:58
El hombre de melena y bigote rojizos aceptó abiertamente la invitación, y no fue si no el primero en adentrarse en el local. Avanzó un poco, seguido por Hayato, y no tardó en exclamar que sí que sabía montárselo, acompañando la admiración con un silbido. Y como era obvio, no tardó en cuestionarse qué había arriba. No era el único, todos lo hacían al entrar. Había sido todo un éxito para el negocio esa curiosidad pasajera en la mayoría de clientes.
—Es mejor verlo que oírlo, la verdad. —Y un gesto con la mano sirvió de señal para que le acompañase.
Hayato avanzó por la sala, y alzó levemente la mano hacia la barra, saludando a la chica. Tras lo cuál, tomó la barandilla de la escalera, y comenzó a subir los peldaños de caracol. Para cuando llegó al último peldaño de la escalera, el suelo cambió de tono, y la madera se hizo reina de la sala. La madera cubría la mayor parte visual de la enorme sala, siendo suelo, pared e incluso techo. Eso sí, de un tono negruzco, por acompañar la estética y el símbolo del local. A ambos laterales de la sala habían varios altavoces, un genial invento del País de la Tormenta que amplificaba con creces los sonidos trasmitidos por cables desde instrumentos e incluso el "micrófono". Al fondo había un gran escenario, de casi veinte centímetros de altura y elaborado de la misma madera que el resto de la sala, y decorado por varias ramas de bambú a sendos laterales del mismo. El centro del escenario tenía un largo metal que agarraba el mencionado artilugio, el micrófono, y a los lados había unos cuantos instrumentos musicales. Entre altavoz y altavoz, una enorme figura de un oso panda de casi dos metros de altura. Obviamente, todos los pandas fumaban.
Lo que nadie esperaba, es que los osos panda escupieran espuma en pleno cénit de los conciertos.
Al fondo, justo tras el escenario y un tanto lateralizado hacia la izquierda, había una puerta de metal negra. En la puerta colgaba un cartel que decía: 37. Quizás alguien no conocedor no entendía a simple vista qué sentido pudiese tener ese cartel. Alguien que conociese a ambos propietarios, lograría llegar rápidamente a la solución... el número y apodo de sendos chicos.
—Aquí está la mejor parte del local, una sala para música en directo que puedes disfrutar incluso desde abajo. La idea está teniendo bastante éxito, aunque el cambio tan radical ha hecho que aún sigan apareciendo viejos clientes por la zona. —El chico se cruzó de brazos. —Ésta pequeña joyita está siendo algo menos beneficiosa que antes, pero está produciendo un ingreso algo más estable. Vamos, que no hay tantos picos de perdidas y ganancias como antes.
»Bueno, y allí tiene también la oficina, que es algo pequeña pero está bastante bien. Y obviamente insonorizada, porque sería una tortura para la pobre Tres. Seguramente estará allí, por si quieres ver la oficina, o si lo que prefiere un trago... no hay problema, podemos bajar.
—Es mejor verlo que oírlo, la verdad. —Y un gesto con la mano sirvió de señal para que le acompañase.
Hayato avanzó por la sala, y alzó levemente la mano hacia la barra, saludando a la chica. Tras lo cuál, tomó la barandilla de la escalera, y comenzó a subir los peldaños de caracol. Para cuando llegó al último peldaño de la escalera, el suelo cambió de tono, y la madera se hizo reina de la sala. La madera cubría la mayor parte visual de la enorme sala, siendo suelo, pared e incluso techo. Eso sí, de un tono negruzco, por acompañar la estética y el símbolo del local. A ambos laterales de la sala habían varios altavoces, un genial invento del País de la Tormenta que amplificaba con creces los sonidos trasmitidos por cables desde instrumentos e incluso el "micrófono". Al fondo había un gran escenario, de casi veinte centímetros de altura y elaborado de la misma madera que el resto de la sala, y decorado por varias ramas de bambú a sendos laterales del mismo. El centro del escenario tenía un largo metal que agarraba el mencionado artilugio, el micrófono, y a los lados había unos cuantos instrumentos musicales. Entre altavoz y altavoz, una enorme figura de un oso panda de casi dos metros de altura. Obviamente, todos los pandas fumaban.
Lo que nadie esperaba, es que los osos panda escupieran espuma en pleno cénit de los conciertos.
Al fondo, justo tras el escenario y un tanto lateralizado hacia la izquierda, había una puerta de metal negra. En la puerta colgaba un cartel que decía: 37. Quizás alguien no conocedor no entendía a simple vista qué sentido pudiese tener ese cartel. Alguien que conociese a ambos propietarios, lograría llegar rápidamente a la solución... el número y apodo de sendos chicos.
—Aquí está la mejor parte del local, una sala para música en directo que puedes disfrutar incluso desde abajo. La idea está teniendo bastante éxito, aunque el cambio tan radical ha hecho que aún sigan apareciendo viejos clientes por la zona. —El chico se cruzó de brazos. —Ésta pequeña joyita está siendo algo menos beneficiosa que antes, pero está produciendo un ingreso algo más estable. Vamos, que no hay tantos picos de perdidas y ganancias como antes.
»Bueno, y allí tiene también la oficina, que es algo pequeña pero está bastante bien. Y obviamente insonorizada, porque sería una tortura para la pobre Tres. Seguramente estará allí, por si quieres ver la oficina, o si lo que prefiere un trago... no hay problema, podemos bajar.