22/03/2022, 12:15
(Última modificación: 22/03/2022, 12:17 por Himura Hana. Editado 1 vez en total.)
Hana no pudo hacer más que suspirar. Estaba haciendo tiempo. Estaba rascando cada segundo que podía en aquel lugar, admirando su belleza, sintiendo la brisa, echando un último vistazo... Todo con tal de aferrarse a una vida que ya no era la suya. No había contestado a las cartas de Ren, ni siquiera la había leído y aquí estaba, diciendole a Shiona-sama que iba a intentarlo, que iba a ser una kunoichi de verdad. Suspiró largo y tendido. Tal vez antes de prometer cosas debería hacer algo con sus temas pendientes.
Dio media vuelta, dispuesta a irse del lugar. Tras un par de pasos, escuchó, tarde, el sonido de un galope a su costado. Cuando se puso en guardia era demasiado tarde.
— ¡AH! — exclamó sorprendida cuando el enorme animal se lanzó sobre ella y la tiró al suelo.
Después, sin piedad ninguna, abrió sus fauces y empezó a lamerle toda la cara.
— ¡No! Para, para. — Hana reconoció que se trataba de un perrito domesticado antes de cometer alguna locura.
Sin embargo, el perrete era casi más grande que ella y definitivamente más pesado. Intentó apartarlo a la fuerza, pero no podía parar de reirse de las cosquillas que le hacían los lametones del can. Se trataba de un San Bernardo, blanco como la nieve con parte del lomo y las dos zonas de los ojos de un marron oscuro. Menos mal que no estaba apoyado sobre Hana porque con su peso la hubiese convertido en papel.
— JAJAJAJA, ¡no! ¡No! ¡Para! — la pobre kunoichi había sido derrotada por un enorme y poderoso perrito que solo quería jugar, se revolvía y gritaba, incapaz de controlar el volumen de su voz entre carcajadas.
Dio media vuelta, dispuesta a irse del lugar. Tras un par de pasos, escuchó, tarde, el sonido de un galope a su costado. Cuando se puso en guardia era demasiado tarde.
— ¡AH! — exclamó sorprendida cuando el enorme animal se lanzó sobre ella y la tiró al suelo.
Después, sin piedad ninguna, abrió sus fauces y empezó a lamerle toda la cara.
— ¡No! Para, para. — Hana reconoció que se trataba de un perrito domesticado antes de cometer alguna locura.
Sin embargo, el perrete era casi más grande que ella y definitivamente más pesado. Intentó apartarlo a la fuerza, pero no podía parar de reirse de las cosquillas que le hacían los lametones del can. Se trataba de un San Bernardo, blanco como la nieve con parte del lomo y las dos zonas de los ojos de un marron oscuro. Menos mal que no estaba apoyado sobre Hana porque con su peso la hubiese convertido en papel.
— JAJAJAJA, ¡no! ¡No! ¡Para! — la pobre kunoichi había sido derrotada por un enorme y poderoso perrito que solo quería jugar, se revolvía y gritaba, incapaz de controlar el volumen de su voz entre carcajadas.