24/03/2022, 20:39
Hubo silencio, amargo silencio. La pregunta de Hayato, inocente, quizás había tocado un poco de sangre reciente... nunca mejor dicho. Y no fue la mujer quien contestó, si no Datsue. El Uzukage dijo que había sido quien le había hecho una marca, con hierro al rojo vivo. Que ese tal Soroku había sido un gran amigo, y socio. Hasta le había proveído para su tienda con numerosos metales, katanas de todo tipo. Le había hecho grandes favores, y éste le había correspondido con favores que hasta prefería guardarse. Sin duda una amistad de lo más singular...
«¿Qué clase de amigos salen de fiesta y se dicen: No hay huevos de marcarse con un hierro ardiendo? Amistades raras...»
Un detalle importante, y que el Senju no dejó escapar, era sobre la supuesta tienda de armas del Uzukage. Jamás había escuchado de ella, aunque ciertamente Siete se manejaba bien poco con ellas, él era más de quemar cosas. Pero bueno, lo importante: Una tienda. Quizás a eso se refería con que tenían cosas en común, ¿no?. Tal vez, y solo tal vez, comenzaba a entender un poco a su superior.
—Pues lo siento mucho... —Respondió con pesar. —Tenemos que acabar con ese puto zorro, para que éste tipo de cosas no sea tan común como mirar la hora... Lo siento mucho por vuestra pérdida, de verdad.
Siendo un poco empático, la sensación de perder a un ser querido cercano —como podría ser su madre—, no era para nada agradable. No le gustaba la idea de ir a la guerra, ¿a quién en su sano juicio le gustaría?. Pero dejar que Kurama campara a sus anchas era como firmar la muerte de todos. De todos y cada uno de los habitantes de Onindo. Le gustase o no, fuese buen negocio o no, no había elección posible. O combatías hasta morir, o simplemente esperabas a la muerte cruzado de brazos. El riesgo de muerte era la única certeza.
«¿Qué clase de amigos salen de fiesta y se dicen: No hay huevos de marcarse con un hierro ardiendo? Amistades raras...»
Un detalle importante, y que el Senju no dejó escapar, era sobre la supuesta tienda de armas del Uzukage. Jamás había escuchado de ella, aunque ciertamente Siete se manejaba bien poco con ellas, él era más de quemar cosas. Pero bueno, lo importante: Una tienda. Quizás a eso se refería con que tenían cosas en común, ¿no?. Tal vez, y solo tal vez, comenzaba a entender un poco a su superior.
—Pues lo siento mucho... —Respondió con pesar. —Tenemos que acabar con ese puto zorro, para que éste tipo de cosas no sea tan común como mirar la hora... Lo siento mucho por vuestra pérdida, de verdad.
Siendo un poco empático, la sensación de perder a un ser querido cercano —como podría ser su madre—, no era para nada agradable. No le gustaba la idea de ir a la guerra, ¿a quién en su sano juicio le gustaría?. Pero dejar que Kurama campara a sus anchas era como firmar la muerte de todos. De todos y cada uno de los habitantes de Onindo. Le gustase o no, fuese buen negocio o no, no había elección posible. O combatías hasta morir, o simplemente esperabas a la muerte cruzado de brazos. El riesgo de muerte era la única certeza.