9/02/2016, 10:26
(Última modificación: 9/02/2016, 10:27 por Umikiba Kaido.)
Pues que el tiburón terminó acertando. Eri y Yota eran compañeros de aldea, y ambos ejercían la función de un shinobi. Aunque por la tardanza con la que la bandana del muchacho salió a relucir, el tiburón pudo suponer que no se encontraba en servicio. Él tampoco lo estaba oficialmente, pero no era de los que guardaba normalmente el único símbolo que podía identificarle...
y habiendo tantos maníacos allí afuera que podrían querer experimentar con él por su apariencia —o venderlo en el puto mercado negro, quien sabe— era mejor tener una garantía que les impidiera tomar la iniciativa de hacer algo de esa índole.
Pero al final cada quien con lo suyo. Lo que importaba ahora era guardar las apariencias, porque de haber decidido pegarle minutos antes cuando tuvieron el encontronazo, probablemente se hubiese metido en un gran problema. Y Yarou-sama siempre era muy claro con lo cuidadoso que había que ser con los extranjeros.
—Vaya, vaya. Que suerte entonces que no te pateé el culo... podría haber causado una guerra —bromeó.
Kaido tenía en su cabeza el camino a seguir. Les soltó del abrazo "fraternal" con que les había impulsado al principio y continuó su avance con la suficiente velocidad para aventajarles un par de pasos. En el trayecto no dijo demasiado salvo para saludar a alguno que otro ciudadano, causándoles la impresión que amerita ser un tiburón y se inquirió a sí mismo un par de veces intentando recordar si debía cruzar a la derecha o a la izquierda.
Finalmente tomó su lado diestro y señaló a un par de metros más adelante lo que parecía ser una plantación. La gran plantación de Yachi, cubierta de un manto anaranjado, aunque adornado de tonalidades verdosas perteneciente a los frondosos arbustos. En el cielo, no muy lejos, las aves carroñeras aguardaban pacientemente el momento oportuno de descender para picar las frutas, pero la incipiente mirada de los estáticos espantapájaros parecía acobardarlas.
—Bueno, habéis venido por esto, ¿no?
y habiendo tantos maníacos allí afuera que podrían querer experimentar con él por su apariencia —o venderlo en el puto mercado negro, quien sabe— era mejor tener una garantía que les impidiera tomar la iniciativa de hacer algo de esa índole.
Pero al final cada quien con lo suyo. Lo que importaba ahora era guardar las apariencias, porque de haber decidido pegarle minutos antes cuando tuvieron el encontronazo, probablemente se hubiese metido en un gran problema. Y Yarou-sama siempre era muy claro con lo cuidadoso que había que ser con los extranjeros.
—Vaya, vaya. Que suerte entonces que no te pateé el culo... podría haber causado una guerra —bromeó.
Kaido tenía en su cabeza el camino a seguir. Les soltó del abrazo "fraternal" con que les había impulsado al principio y continuó su avance con la suficiente velocidad para aventajarles un par de pasos. En el trayecto no dijo demasiado salvo para saludar a alguno que otro ciudadano, causándoles la impresión que amerita ser un tiburón y se inquirió a sí mismo un par de veces intentando recordar si debía cruzar a la derecha o a la izquierda.
Finalmente tomó su lado diestro y señaló a un par de metros más adelante lo que parecía ser una plantación. La gran plantación de Yachi, cubierta de un manto anaranjado, aunque adornado de tonalidades verdosas perteneciente a los frondosos arbustos. En el cielo, no muy lejos, las aves carroñeras aguardaban pacientemente el momento oportuno de descender para picar las frutas, pero la incipiente mirada de los estáticos espantapájaros parecía acobardarlas.
—Bueno, habéis venido por esto, ¿no?