9/05/2022, 12:31
(Última modificación: 9/05/2022, 12:32 por Amedama Daruu.)
En aquél rincón de los mares de Oonindo, reinaba la calma. Una calma tensa. La calma que sabe que se aproxima una tormenta.
No sería una tormenta como las del húmedo oeste, una vorágine rugiente y gris de truenos con una densa cortina de lluvia perenne. Tampoco como las del cálido sur, con olas cuyas crestas aspiran a acariciar las nubes y vientos capaces de arrancar las velas de un navío de cuajo.
No. Sasaki Reiji, Akimichi Katsudon y el bijū de ocho colas, Gyūki, se dirigían al noreste, a una gran isla sumida casi en totalidad en la fría nieve. Allí las tormentas eran diferentes. Peligros naturales de hielo y muerte. Y ellos iban de frente a sumergirse de lleno en la peor de las tormentas que el País del Hierro había vivido en los últimos siglos.
Un lector avezado se habrá percatado de que esto no tiene por qué ocurrir exactamente en el sentido literal, y aquél que ha seguido los pasos de este muchacho espadachín sabrá ya a qué tormenta me refiero.
Dejad que os cuente la historia.
La historia de la muerte de Sasaki Reiji, shinobi de Uzushiogakure.
—Llevamos ya unos cuantos días navegando. ¿Aún no te has acostumbrado, hombretón?
Gyūki se refería a Akimichi Katsudon, que había vuelto a vomitar el desayuno. Digo esto porque es importante reseñar que esta era también la tercera vez que desayunaba.
—No sabes el hambre que estoy pasando. No me entra nada. Todo lo que como, acabo tirándolo. ¿Falta mucho para llegar al Hierro?
—Por lo menos tres días más.
Katsudon emitió un quejido lastimero.
No sería una tormenta como las del húmedo oeste, una vorágine rugiente y gris de truenos con una densa cortina de lluvia perenne. Tampoco como las del cálido sur, con olas cuyas crestas aspiran a acariciar las nubes y vientos capaces de arrancar las velas de un navío de cuajo.
No. Sasaki Reiji, Akimichi Katsudon y el bijū de ocho colas, Gyūki, se dirigían al noreste, a una gran isla sumida casi en totalidad en la fría nieve. Allí las tormentas eran diferentes. Peligros naturales de hielo y muerte. Y ellos iban de frente a sumergirse de lleno en la peor de las tormentas que el País del Hierro había vivido en los últimos siglos.
Un lector avezado se habrá percatado de que esto no tiene por qué ocurrir exactamente en el sentido literal, y aquél que ha seguido los pasos de este muchacho espadachín sabrá ya a qué tormenta me refiero.
Dejad que os cuente la historia.
La historia de la muerte de Sasaki Reiji, shinobi de Uzushiogakure.
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—Llevamos ya unos cuantos días navegando. ¿Aún no te has acostumbrado, hombretón?
Gyūki se refería a Akimichi Katsudon, que había vuelto a vomitar el desayuno. Digo esto porque es importante reseñar que esta era también la tercera vez que desayunaba.
—No sabes el hambre que estoy pasando. No me entra nada. Todo lo que como, acabo tirándolo. ¿Falta mucho para llegar al Hierro?
—Por lo menos tres días más.
Katsudon emitió un quejido lastimero.