10/05/2022, 09:18
(Última modificación: 10/05/2022, 09:19 por Uchiha Datsue.)
Todo había sucedido en una milésima de segundo.
La victoria estaba en la palma de sus manos. Algunos ya empezaban a cantarla, a festejarla. La euforia y el optimismo recorría el Ejército de la Alianza como el alcohol por la garganta de los ninjas en Fin de Año. Dulce y maravillosa, llena de promesas del mañana.
Y entonces el mañana se borró del calendario.
Y entonces las risas se convirtieron en llantos.
El dulce sabor de la gloria no fue más que un viejo sueño interrumpido por la resaca y la bilis en el paladar. Las promesas se convirtieron en rezos. Los vítores en llantos. La determinación en pavor.
Rai cayó de rodillas, incapaz de asimilar lo que acababa de ver: una Bijūdama (666 PV, 133 metros de ancho, 444 metros de explosión hacia adelante), arrasando con todo el frente del ejército de la Alianza. Tan solo habían sobrevivido los de la retaguardia y algún grupo disperso más. El resto… El resto bautizaba con su sangre los arrozales. Ya no los Arrozales del Silencio. No, nunca más. Los que lo habían vivido, los que lo habían sufrido, los que lo habían visto, tan solo tenían un nombre para aquello.
Los Arrozales Sangrientos.
Yuki Yuko se encontraba tirado en el suelo encharcado. Tenía el rostro y el cuerpo tan lleno de sangre y quemaduras por la terrible explosión que mirarle dolía a la vista. Su cuerpo había salido volando y había caído al lado de Nara Jun. Levantó una mano, y Jun pudo verle hueso a través de la carne chamuscada, antes de que esta se cerrase sobre su pierna. Tiró de él, casi sin fuerza. Su mirada, perdida, pareció reconocer por un momento el rostro del amejin. El rostro de un compañero. El rostro de un compatriota.
—T-tengo… T-tengo… —las lágrimas resbalaron por sus mejillas. No pudo contener el sollozo. Era un ninja reputado, además del encargado del edificio de la Arashikage, pero viéndolo ahora parecía un niño pequeño y aterrorizado—. Tengo miedo. Tengo miedo. —Y entonces, justo antes de que sucediese, se dio cuenta. Se dio cuenta de su terrible error—. Por favor, no se lo cuentes… al tonto de mi hermano. Dile que yo… Dile que yo…
Sus ojos azules como el cielo de verano se quedaron clavados en el genin. Tras unos momentos de confusión, Jun se dio cuenta que sus párpados no iban a moverse más por su cuenta. Tampoco sus labios.
Nunca más.
Al lado de Kurogane Toshio cayó un hombre del cielo al que conocía bien. Oh, sí, reconocería aquella barba infinita en cualquier sitio. Aquellos músculos rocosos. Aquellas cicatrices.
Shiten el Acaparador había salido despedido por la explosión y había aterrizado junto a él. Sus piernas habían quedado bajo el agua, y se las había ingeniado para mantener el torso erguido, como si estuviese sentado. Varias decenas de shurikens estaban clavadas en su torso, y entre las muchas cosas que estaban mal con él, la falta de su brazo derecho era la peor de todas.
Miró a Toshio, y por un momento, el menor de los kusajines no vio al Shiten de siempre. Al hombre con arrugas incansable. Al hombre con canas pero con más energía que toda la panda de adolescentes recién salidos de la Academia juntos. No, vio a un hombre con la mirada confusa. Vio a alguien frágil. A... un viejo. Un viejo senil.
Shiten parpadeó varias veces, tratando de recomponerse. De volver a ser él mismo.
—¿Q-qué…? ¿Qué ha pasado?
• • •
En una posición algo más atrasada, el caos era muy parecido.
—¡General! ¿¡Qué ha…!? —La kunoichi se interrumpió de golpe. Sarutobi Komi, la General de la División de Combate de Largo Alcance, estaba tirada entre cadáveres. Su cabeza apenas se mantenía erguida sobre la superficie del agua. Le costaba mantener los ojos abiertos. Le costaba respirar. Le costaba vivir—. ¡¡Rápido!! ¡¡Un médico!! ¡¡UN MÉDICO PARA LA GENERAL!!
Pero, internamente, lo sabía. Sabía que Komi iba a necesitar más que un médico para sobrevivir. Quizá con un equipo entero…
—Koro… —La voz de Komi fue apenas un soplido a través de una flauta rota. Koro corrió a situar la maltrecha cabeza de ella en su regazo—. Av-visa a… H… abi. Necesi… fuer-zos. Dat… Dat… T… ts.
Entre sollozos eclipsados por los llantos que sonaban a su alrededor, Koro cerró los párpados de Komi. Se levantó y se enjugó las lágrimas. No tenía tiempo para llorar su muerte. Tenía una orden que cumplir.