15/09/2022, 12:50
—¿Y a ti qué te pasa? —soltó el Shukaku de golpe.
Y Ayame, al levantar la mirada, se sintió petrificarse de terror. Ella no conocía tan bien al Ichibi como su jinchūriki, pero había escuchado demasiadas cosas sobre su fama como para hacerse una idea aproximada de lo peligroso que podía ser ese bijū. ¡Y Daruu parecía estar a punto de estallar a reír al ver su verdadera apariencia!
—Bueeeeno. Pues se ha quedado buen día, ¿eh? —intervino Datsue, rápidamente. Para él debía de ser una mentira tan grande como el mismo Shukaku en su estado normal. Pero para los Amejines, que ver un día soleado solía ser presagio de mala suerte, aquella lluvia era tan placentera como la brisa en una llanura despejada—. ¡Oigan, ¿una carrera?! —propuso, para sorpresa de todos los allí presentes—. No es por meterme contigo, Ayame… ¡pero te he visto un poco lenta con tu padre! No sé, empiezo a pensar que podría ganarte, y todo. De hecho, estoy bastante convencido.
Ella se sonrojó y agachó la mirada, profundamente avergonzada. Era cierto que después del trauma que aún no había superado había empeorado notablemente en sus capacidades como kunoichi. De hecho, no se había decidido a volver a entrenar hasta hacia relativamente poco. pero también era cierto una cosa: Uchiha Datsue estaba metiendo el dedo en la llaga, pinchando uno de sus mayores orgullos.
—Qué coño. ¡De hecho, me apostaría algo y todo! ¡Como mil ryōs!
Y ni siquiera era el dinero.
Ayame volvió a levantar la mirada, con el ceño fruncido. Una media sonrisa torcida en sus labios. Entonces levantó un dedo. Señalaba la Torre de la Arashikage. Su parte más alta. Y sin esperar siquiera una respuesta de Daruu o de Datsue, giró sobre sus talones, apoyó la mano sobre lo que debería ser la grupa de Kokuō y con un torpe salto subió a su lomo. El bijū ni siquiera esperó a que Ayame terminara de acomodarse y agarrarse a su cuello antes de echar a galopar a toda velocidad. Saltó por encima de un tronco caído y se dirigió hacia la salida más cercana del parque.
Y Ayame, al levantar la mirada, se sintió petrificarse de terror. Ella no conocía tan bien al Ichibi como su jinchūriki, pero había escuchado demasiadas cosas sobre su fama como para hacerse una idea aproximada de lo peligroso que podía ser ese bijū. ¡Y Daruu parecía estar a punto de estallar a reír al ver su verdadera apariencia!
—Bueeeeno. Pues se ha quedado buen día, ¿eh? —intervino Datsue, rápidamente. Para él debía de ser una mentira tan grande como el mismo Shukaku en su estado normal. Pero para los Amejines, que ver un día soleado solía ser presagio de mala suerte, aquella lluvia era tan placentera como la brisa en una llanura despejada—. ¡Oigan, ¿una carrera?! —propuso, para sorpresa de todos los allí presentes—. No es por meterme contigo, Ayame… ¡pero te he visto un poco lenta con tu padre! No sé, empiezo a pensar que podría ganarte, y todo. De hecho, estoy bastante convencido.
Ella se sonrojó y agachó la mirada, profundamente avergonzada. Era cierto que después del trauma que aún no había superado había empeorado notablemente en sus capacidades como kunoichi. De hecho, no se había decidido a volver a entrenar hasta hacia relativamente poco. pero también era cierto una cosa: Uchiha Datsue estaba metiendo el dedo en la llaga, pinchando uno de sus mayores orgullos.
—Qué coño. ¡De hecho, me apostaría algo y todo! ¡Como mil ryōs!
Y ni siquiera era el dinero.
Ayame volvió a levantar la mirada, con el ceño fruncido. Una media sonrisa torcida en sus labios. Entonces levantó un dedo. Señalaba la Torre de la Arashikage. Su parte más alta. Y sin esperar siquiera una respuesta de Daruu o de Datsue, giró sobre sus talones, apoyó la mano sobre lo que debería ser la grupa de Kokuō y con un torpe salto subió a su lomo. El bijū ni siquiera esperó a que Ayame terminara de acomodarse y agarrarse a su cuello antes de echar a galopar a toda velocidad. Saltó por encima de un tronco caído y se dirigió hacia la salida más cercana del parque.