19/10/2022, 15:52
Fue visto y no visto. Ayame sintió un súbito tirón y, de repente, se vio a sí misma justo por detrás de Daruu y Datsue, en un punto sobre un tejado que ella ya había dejado atrás hacía varios segundos.
—Es cosa mía, ¿¡o sois un poco lentos!? —exclamó Datsue, en la delantera—. ¡Creo que me daría tiempo a tomarme un té!
La rabia inundó el pecho de Ayame y se extendió por sus extremidades como una borboteante oleada al comprender lo que había sucedido. De alguna manera que no alcanzaba a comprender, Datsue había intercambiado posiciones con ella. Ayame apretó los dientes, con las mejillas enrojecidas. ¡Maldito tramposo! ¡La había dejado la última! ¡Y por si fuera poco, ahora Daruu iba montado en uno de esos gatos suyos! Por muy rápida que fuera, Ayame sabía bien que tenía muy difícil volver a la primera posición. Ninguna de sus técnicas podría ayudarla a ello y, por si no fuera suficiente su desventaja, estaba comenzando a notar los efectos del agotamiento: sus zancadas eran cada vez más pesadas, su respiración más agitada y su corazón bombeaba con la fuerza del Tambor de Raijin. Si seguía a aquel ritmo, no tardaría en desplomarse...
Entrelazó las manos en varios sellos y, tras morderse el dedo pulgar, saltó la azotea que separaba aquellos dos edificios. Justo debajo de ella, tras una nube de humo, surgió el majestuoso cuerpo de un halcón peregrino: Takeshi.
—¿Ayame? ¿Qué ocurre?
La kunoichi, firmemente sujeta a las plumas plateadas del ave, se inclinó para que pudiera ver su brazo y señaló con efusividad a la cima de la Torre de la Arashikage antes de volver a dirigir el dedo hacia las siluetas de Daruu y Datsue en la distancia.
—¡Ja! ¿Una carrera? ¿Es eso? ¡Pues se van a enterar esos polluelos de lo que es capaz el ave más rápida de Ōnindo! ¡Sujétate fuerte!
Con un fuerte aleteo, Takeshi se convirtió en un misil que surcó los cielos de Amegakure a toda velocidad, dispuesto a sobrepasar la posición de los dos shinobi como si no fuera con él la cosa.
—Es cosa mía, ¿¡o sois un poco lentos!? —exclamó Datsue, en la delantera—. ¡Creo que me daría tiempo a tomarme un té!
La rabia inundó el pecho de Ayame y se extendió por sus extremidades como una borboteante oleada al comprender lo que había sucedido. De alguna manera que no alcanzaba a comprender, Datsue había intercambiado posiciones con ella. Ayame apretó los dientes, con las mejillas enrojecidas. ¡Maldito tramposo! ¡La había dejado la última! ¡Y por si fuera poco, ahora Daruu iba montado en uno de esos gatos suyos! Por muy rápida que fuera, Ayame sabía bien que tenía muy difícil volver a la primera posición. Ninguna de sus técnicas podría ayudarla a ello y, por si no fuera suficiente su desventaja, estaba comenzando a notar los efectos del agotamiento: sus zancadas eran cada vez más pesadas, su respiración más agitada y su corazón bombeaba con la fuerza del Tambor de Raijin. Si seguía a aquel ritmo, no tardaría en desplomarse...
Entrelazó las manos en varios sellos y, tras morderse el dedo pulgar, saltó la azotea que separaba aquellos dos edificios. Justo debajo de ella, tras una nube de humo, surgió el majestuoso cuerpo de un halcón peregrino: Takeshi.
—¿Ayame? ¿Qué ocurre?
La kunoichi, firmemente sujeta a las plumas plateadas del ave, se inclinó para que pudiera ver su brazo y señaló con efusividad a la cima de la Torre de la Arashikage antes de volver a dirigir el dedo hacia las siluetas de Daruu y Datsue en la distancia.
—¡Ja! ¿Una carrera? ¿Es eso? ¡Pues se van a enterar esos polluelos de lo que es capaz el ave más rápida de Ōnindo! ¡Sujétate fuerte!
Con un fuerte aleteo, Takeshi se convirtió en un misil que surcó los cielos de Amegakure a toda velocidad, dispuesto a sobrepasar la posición de los dos shinobi como si no fuera con él la cosa.