Viejos amigos, nueva voz

[Amedama Daruu]

—¿¡Qué cojones!? —Donde hacía unos segundos estaba Ayame, ahora estaba Datsue. Daruu no estaba seguro de cómo lo había hecho, pero esperaba que el Uchiha supiera volar, de lo contrario probablemente se estrellaría contra alguna azotea. Un pensamiento intrusivo le vino: ¿y si caía encima de uno de los muchos pararrayos de los edificios? Moriría ensartado. ¡Les inculparían!

Naiyoru tuvo que esquivar una gaviota.

—¿Cómo piensa escalar encima de mi lomo hasta la torre de la Arashikage? —preguntó de pronto Naiyoru—. Si me permite la osadía de contradecirle, creo que para esta carrera va a necesitar usted un par de alas.

Un boquiabierto Daruu acababa de ver a Ayame montada en un halcón gigante. Juraría conocer a ese halcón, de hecho, pero hubiese jurado que quien lo invocó por última vez no fue ella, sino Yokuna, el cazador de exiliados, el día en el que conocieron a Chiiro. Chasqueó la lengua, fastidiado.

»Tienes razón. ¡Vuelve, Naiyoru! ¡A la de tres!

»Una...

»Dos...

»¡TRES!

Daruu se impulsó del lomo de Naiyoru justo antes de que se convirtiera en una nube de humo. Formuló tres sellos. Manteniendo el Tigre, escupió una masa de caramelo de color verde lima en la que posó sus pies, y que tomó forma de pájaro gigante. Concentró su mirada en lo alto de la torre, y voló.

En línea recta. La distancia más corta.