8/11/2022, 14:31
Con el viento golpeando su silueta y meciendo sus cabellos al aire, Ayame comenzó el ascenso de la Torre de la Arashikage montada sobre Takeshi. Por su firme postura sobre el ave, era evidente que no era la primera vez que compartían aquellos vuelos de alta velocidad. Y aún les quedaba algún que otro as en la manga que mostrar.
Cerca de ellos venía Daruu, que se había impulsado sobre el lomo de su gato y ahora montaba de forma similar en uno de aquellos pájaros de caramelo que solía utilizar. Pero su principal objetivo estaba al frente: Uchiha Datsue, que escalaba la torre a toda velocidad después de haberse impulsado con una técnica de Doton.
Era hora de terminar con aquello.
Ayame palmeó el lomo de Takeshi. Una señal que él conocía bien. Aún cuando Ayame tenía su voz, cuando volaban a aquella terrible velocidad con el viento zumbando en sus oídos, era imposible que el ave la escuchara. Por eso habían ideado aquel código. Ayame se inclinó aún más sobre el lomo de Takeshi; y este, con un último aleteo, se convirtió en apenas una sombra que sobrevoló como un misil supersónico la distancia que le separaba de la meta, del fin de la carrera: la mismísima cima de la Torre de la Arashikage.
Fue la victoria más silenciosa de la historia. Ayame, henchida de un orgullo y una felicidad que hacía mucho que no sentía, se bajó del lomo de Takeshi y dio vueltas sobre sí misma, alzando los brazos al aire. No le importó marearse. No le importó terminar tropezándose con sus propios tobillos y caer de espaldas sobre el tejado. Desde allí, respirando agitadamente y con la lluvia cayendo sobre su rostro, se sintió... plena.
—Vais a tener que esforzaros más la próxima vez, polluelos. ¡No hay un sólo ser en Ōnindo que me supere en velocidad! —se burló Takeshi, hinchado de orgullo como un pavo real.
Cerca de ellos venía Daruu, que se había impulsado sobre el lomo de su gato y ahora montaba de forma similar en uno de aquellos pájaros de caramelo que solía utilizar. Pero su principal objetivo estaba al frente: Uchiha Datsue, que escalaba la torre a toda velocidad después de haberse impulsado con una técnica de Doton.
Era hora de terminar con aquello.
Ayame palmeó el lomo de Takeshi. Una señal que él conocía bien. Aún cuando Ayame tenía su voz, cuando volaban a aquella terrible velocidad con el viento zumbando en sus oídos, era imposible que el ave la escuchara. Por eso habían ideado aquel código. Ayame se inclinó aún más sobre el lomo de Takeshi; y este, con un último aleteo, se convirtió en apenas una sombra que sobrevoló como un misil supersónico la distancia que le separaba de la meta, del fin de la carrera: la mismísima cima de la Torre de la Arashikage.
Fue la victoria más silenciosa de la historia. Ayame, henchida de un orgullo y una felicidad que hacía mucho que no sentía, se bajó del lomo de Takeshi y dio vueltas sobre sí misma, alzando los brazos al aire. No le importó marearse. No le importó terminar tropezándose con sus propios tobillos y caer de espaldas sobre el tejado. Desde allí, respirando agitadamente y con la lluvia cayendo sobre su rostro, se sintió... plena.
—Vais a tener que esforzaros más la próxima vez, polluelos. ¡No hay un sólo ser en Ōnindo que me supere en velocidad! —se burló Takeshi, hinchado de orgullo como un pavo real.