15/02/2016, 18:07
Todo el grupo reaccionó con un estupor extremo ante el bizarro espectáculo que aquella suerte de chamán estaba teatralizando en medio del risco. Todos, excepto Kori, aunque Daruu imaginó que su expresión ausente en ese preciso instante también significaba que estaba estupefacto.
—Q... ¿Qué era eso...? —formuló Ayame.
—Sólo los dioses lo saben ahora —sentenció Daruu, escenificando un poco. Medio en broma medio en serio.
Zetsuo y Kori suspiraron como si estuvieran coordinados. Allí plantados, los dos, se notaba que eran padre e hijo. Bueno, en el comportamiento, quiero decir, porque Kori era todo blanco. ¿Habría salido Kori a su madre o... o... o...?
«¿Será adoptado...?», se preguntó Daruu, verdaderamente interesado.
Zetsuo adelantó el brazo y le tendió al guardia los papeles que les identificaban.
—Aotsuki Ayame, participante del Torneo de los Dojos, Aotsuki Kōri y Aotsuki Zetsuo, sus invitados
—A ver, déjeme comprobar... —El guarda cogió los papeles y los examinó detenidamente—. Muy bien, pueden pasar. No olviden sus identificaciones, les servirán para alojarse de manera totalmente gratuita en muchos hoteles de los Dojos. ¡Feliz estancia!
Allí plantado con las armas y la armadura, por la manera de hablar que tenía, Daruu pensó que el guardia parecía invitarles a una especie de parque de atracciones en lugar de a unos dojos de combate y entrenamiento. De cualquier forma eso le parecía totalmente correcto. «No son unos amargados estirados, al menos...»
Por un momento, barajó la posibilidad de que a lo mejor se lo pasaba bien durante el torneo.
Su madre se adelantó a él y le entregó los dos papeles de identificación al guardia.
—Hanaiko Daruu y Amedama Kiroe... De acuerdo, pasen. —El guardia le devolvió los papeles a Kiroe.
—Bueeeeno, ¡vamos allá! —indicó la mujer de ojos morados, y el grupo se internó dentro del valle.
—Uaaala, qué pasada —se sorprendió Daruu.
El valle era un lugar enorme entre montañas, un precioso resort de hierba verde y fresca, cortado por sinfín de arroyos y ríos y puentes que los cruzaban. A simple vista se observaba la cantidad de dojos, hoteles y plazas de entrenamiento al aire libre que albergaba.
—Como te dije, Zetsuo, he estado varias veces aquí, así que sé qué hoteles merecen la pena y cuales no —explicó Kiroe, mientras descendía por una colina en dirección a un puentecito—. Conozco uno que tiene incluso varios dojos de entrenamiento para él sólo, y me he enterado de que durante el Torneo están reservados para los participantes. No es muy conocido, pero las habitaciones son geniales y la comida más genial aún. Y soy cocinera, te puedes fiar de mí. Así que estaremos prácticamente sólos, ¡y bien a gusto!
»La merluza en salsa de pimienta verde que hacen allí me vuelve loca.
«PUAAAGHGHGHHG, PEZZZZ» —Daruu, detrás, le hacía gestos de asco a Ayame, bromeando.
—Pero lo que realmente está para morirse es el pato. Dios, qué bien que hacen el pato. Dicen que la receta es secreta.
Caminaron durante un rato, cruzando varios puentes y pasando de largo la entrada al pueblo que había en el centro de los Dojos. Según su madre, el hotel estaba en la otra parte de los riscos, pegado a la montaña. Un "paraíso para el entrenamiento y la meditación, muy tranquilo". La mujer no frenaba su elogio al establecimiento.
—Algo que no he entendido nunca es la numeración de las habitaciones. He estado en la 114, en la 578 y en la 325, pero juraría no haber contado más de veinte. Sólo hay dos pasillos, con diez cada una. Y luego están los tatamis y las plazas al aire libre. No sé, muy raro.
Y eso que nadie la había tirado de la lengua.
Finalmente llegaron a la puerta del local. Cierto era que era de elogio: al borde de la montaña, en la cima de una colina subiendo un camino de piedra. Era un hotel pequeño pero extraordinariamente cuidado. A la izquierda, adyacente, habían varios dojos de entrenamiento y varias plazas amplias de piedra para pelear. A la derecha, unos baños de aguas termales.
—¡Dios, qué divino! ¡Eso no estaba antes! —exclamó Kiroe señalando al balneario—. Y no me digáis que no tienen sentido del humor. —Señaló al rótulo.
Había un dibujo de un patito de goma sumergido en una sartén con aceite como si fuera una bañera. El cartel rezaba: El patito frito.
—El... patito frito...
—Q... ¿Qué era eso...? —formuló Ayame.
—Sólo los dioses lo saben ahora —sentenció Daruu, escenificando un poco. Medio en broma medio en serio.
Zetsuo y Kori suspiraron como si estuvieran coordinados. Allí plantados, los dos, se notaba que eran padre e hijo. Bueno, en el comportamiento, quiero decir, porque Kori era todo blanco. ¿Habría salido Kori a su madre o... o... o...?
«¿Será adoptado...?», se preguntó Daruu, verdaderamente interesado.
Zetsuo adelantó el brazo y le tendió al guardia los papeles que les identificaban.
—Aotsuki Ayame, participante del Torneo de los Dojos, Aotsuki Kōri y Aotsuki Zetsuo, sus invitados
—A ver, déjeme comprobar... —El guarda cogió los papeles y los examinó detenidamente—. Muy bien, pueden pasar. No olviden sus identificaciones, les servirán para alojarse de manera totalmente gratuita en muchos hoteles de los Dojos. ¡Feliz estancia!
Allí plantado con las armas y la armadura, por la manera de hablar que tenía, Daruu pensó que el guardia parecía invitarles a una especie de parque de atracciones en lugar de a unos dojos de combate y entrenamiento. De cualquier forma eso le parecía totalmente correcto. «No son unos amargados estirados, al menos...»
Por un momento, barajó la posibilidad de que a lo mejor se lo pasaba bien durante el torneo.
Su madre se adelantó a él y le entregó los dos papeles de identificación al guardia.
—Hanaiko Daruu y Amedama Kiroe... De acuerdo, pasen. —El guardia le devolvió los papeles a Kiroe.
—Bueeeeno, ¡vamos allá! —indicó la mujer de ojos morados, y el grupo se internó dentro del valle.
—Uaaala, qué pasada —se sorprendió Daruu.
El valle era un lugar enorme entre montañas, un precioso resort de hierba verde y fresca, cortado por sinfín de arroyos y ríos y puentes que los cruzaban. A simple vista se observaba la cantidad de dojos, hoteles y plazas de entrenamiento al aire libre que albergaba.
—Como te dije, Zetsuo, he estado varias veces aquí, así que sé qué hoteles merecen la pena y cuales no —explicó Kiroe, mientras descendía por una colina en dirección a un puentecito—. Conozco uno que tiene incluso varios dojos de entrenamiento para él sólo, y me he enterado de que durante el Torneo están reservados para los participantes. No es muy conocido, pero las habitaciones son geniales y la comida más genial aún. Y soy cocinera, te puedes fiar de mí. Así que estaremos prácticamente sólos, ¡y bien a gusto!
»La merluza en salsa de pimienta verde que hacen allí me vuelve loca.
«PUAAAGHGHGHHG, PEZZZZ» —Daruu, detrás, le hacía gestos de asco a Ayame, bromeando.
—Pero lo que realmente está para morirse es el pato. Dios, qué bien que hacen el pato. Dicen que la receta es secreta.
Caminaron durante un rato, cruzando varios puentes y pasando de largo la entrada al pueblo que había en el centro de los Dojos. Según su madre, el hotel estaba en la otra parte de los riscos, pegado a la montaña. Un "paraíso para el entrenamiento y la meditación, muy tranquilo". La mujer no frenaba su elogio al establecimiento.
—Algo que no he entendido nunca es la numeración de las habitaciones. He estado en la 114, en la 578 y en la 325, pero juraría no haber contado más de veinte. Sólo hay dos pasillos, con diez cada una. Y luego están los tatamis y las plazas al aire libre. No sé, muy raro.
Y eso que nadie la había tirado de la lengua.
Finalmente llegaron a la puerta del local. Cierto era que era de elogio: al borde de la montaña, en la cima de una colina subiendo un camino de piedra. Era un hotel pequeño pero extraordinariamente cuidado. A la izquierda, adyacente, habían varios dojos de entrenamiento y varias plazas amplias de piedra para pelear. A la derecha, unos baños de aguas termales.
—¡Dios, qué divino! ¡Eso no estaba antes! —exclamó Kiroe señalando al balneario—. Y no me digáis que no tienen sentido del humor. —Señaló al rótulo.
Había un dibujo de un patito de goma sumergido en una sartén con aceite como si fuera una bañera. El cartel rezaba: El patito frito.
—El... patito frito...