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Pese a su silencioso recelo, lo cierto era que algo dentro de Ayame se moría por hablar. Como un pájaro enjaulado, quería volar. Volar y gritar que sabía la verdad. Que sabía que la destrucción de Kusagakure se había producido a sus manos, que le había arrancado la vida a miles de personas en una sola noche sin ser siquiera consciente de ello... Que sabía que la habían utilizado para convertirla en un monstruo. Quería apoyarse en sus familiares y sus amigos, desahogarse con ellos... Pero no podía hacerlo. Simplemente, no podía.
Su padre y su hermano ya conocían esa verdad y la habían engañado. Daruu no conocía esa verdad, pero si lo hacía despertaría una respuesta negativa hacia la Arashikage.
Ayame no quería sembrar la discordia, y por eso se tragaba sus aullidos desesperados. Se limitaba a desahogarse llorando silenciosamente por las noches, cuando nadie podía escucharla, mientras pensaba una y otra vez qué era lo que debía hacer con aquella situación. Qué era lo que debía hacer para redimirse.
Y la conclusión a la que estaba llegando últimamente... Simplemente le aterraba.
—Bueeeno... —la voz de Daruu volvió a sobresaltarla. Se había sumergido demasiado en sus propios pensamientos sin darse cuenta, y prácticamente se había olvidado de que no estaba sola. El chico caminaba aparentemente ajeno a sus quebraderos de cabeza, con los brazos cruzados tras la nuca en un gesto relajado. No pudo evitar envidiarle—. Quiero ganar esa apuesta por una cuestión de dignidad, pero si me toca contra ti seguro que será un combate muy bueno. La última vez estuvo muy igualado.
—La verdad es que sí... Aunque terminaste ganándome —se había sonrojado, halagada por sus palabras.
En realidad, el final de aquel combate fue una especie de tregua pactada. Ayame se llevó una mano a la bandana en un gesto inconsciente, al recordar en el momento en el que se le había caído y cómo de desesperada estaba por recuperarla. Aquello había sido una derrota en toda regla. Si Daruu lo hubiese querido, podría haber terminado con ella en aquel mismo instante.
—Si no, siempre podríamos rendirnos los dos y joderles el pique, pero... Algo me dice que tú no podrías aceptar eso. No eres ese tipo de persona.
—¡No! ¡Rendirse no es una opción! —replicó, completamente horrorizada—. ¡Un shinobi debe seguir luchando hasta que no se pueda mantener en pie con tal de defender sus propósitos! Si no... —su mirada se deslizó durante un brevísimo instante hacia la espalda de Zetsuo—. Además, si lo hiciera, mi padre me desollaría viva —añadió, con una risilla.
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11/02/2016, 13:41
(Última modificación: 11/02/2016, 13:42 por Amedama Daruu.)
—La verdad es que sí... Aunque terminaste ganándome. —Ayame se sonrojó, halagada.
«No hubo victoria ni derrota, ¿recuerdas, Ayame?». Pero Daruu sabía que lo recordaba, así que se limitó a sonreír. Ayame era siempre así: se infravaloraba a sí misma y se odiaba por haber perdido los papeles en aquél momento. En realidad, Daruu sólo le había ofrecido una pequeña tregua al verla así. Pero había estado muy lejos de ganar.
—Si no, siempre podríamos rendirnos los dos y joderles el pique, pero... Algo me dice que tú no podrías aceptar eso. No eres ese tipo de persona.
Ayame torció el gesto y pareció enfadarse.
—¡No! ¡Rendirse no es una opción! ¡Un shinobi debe seguir luchando hasta que no se pueda mantener en pie con tal de defender sus propósitos! Si no...
«¿Es la victoria lo verdaderamente importante?»
—Además, si lo hiciera, mi padre me desollaría viva. —rió.
Daruu suspiró y cerró los ojos.
—¿Y si el propósito que quieres defender no es ganar? —explicó—. ¿Y si el propósito es salvar la vida, o salvar a alguien? En este caso, ¿y si el propósito fuese fastidiarles la apuesta y reírnos de ellos?
Sonrió y le dio a Ayame un golpecito en el hombro con el puño.
—Venga, tonta, admítelo. Odias perder. No me engañas.
Le guiñó el ojo, y siguió su camino junto a toda la comitiva.
Tardaron aún media hora en llegar al borde de la entrada del risco. Era un camino de rocas serpenteante, que subía hasta llegar a una amplia apertura. Allí, un hombre vestido con una armadura de samurai, de cabello largo atado en una cinta blanca y un bigote anacrónico muy cuidado, les detuvo.
—¿Identificación?
—¡UN CHACA CHACA ÚN! —Un bramido delató a un hombre en taparrabos que estaba intentando cruzar ante otro guardia distinto—. ¡Te he dicho que Noka me conoce de sobra, soy un reputado hechicero, déjame pasar o lo laMENTARÁS. UN CHACA UN.
—Déjalo pasar, Hikiru, lo conocemos. Viene a comprar materiales a los mercaderes.
El guardia suspiró. El chamán entró y se perdió en el horizonte dando saltitos.
«Qué tío más raro...»
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Para su sorpresa, Daruu suspiró profundamente al escuchar sus palabras.
—¿Y si el propósito que quieres defender no es ganar? —explicó—. ¿Y si el propósito es salvar la vida, o salvar a alguien? En este caso, ¿y si el propósito fuese fastidiarles la apuesta y reírnos de ellos? —Ayame abrió la boca para replicar, pero Daruu le sonrió y le dio un suave golpe en el hombro—. Venga, tonta, admítelo. Odias perder. No me engañas.
—Yo... yo no estaba hablando de ganar... —refunfuñó, y agachó la mirada para que Daruu no la viera sonrojarse ante la evidencia. Se tocó el hombro, allí donde Daruu le había dado el toque amistoso. Realmente, en ningún momento había pronunciado la palabra "ganar"; pero él parecía tener la facultad de leer a través de ella como un libro abierto.
El viaje continuó durante varios largos minutos más; y, al cabo de lo que a Ayame le pareció una eternidad, llegaron al fin al paso que atravesaba el risco por un sinuoso camino repleto de rocas. No pudo evitar quedarse mirando con curiosidad al imponente hombre que guardaba la entrada. Tenía el pelo largo, atado con una cinta blanca, y lucía un extraño bigote sobre el labio superior. Sin embargo, lo que de verdad le había llamado la atención de aquel es que vestía una armadura que jamás había visto.
—¿Identificación?
Zetsuo se adelantó, pero antes de que pudiera entregarle las invitaciones al guardia, una estruendosa voz les sobresaltó:
—¡UN CHACA CHACA ÚN!
—¡¡¡EEEEEEEEEEEKKKK!!!
Ayame había pegado un agudo chillido e inmediatamente se había tapado los ojos con ambas manos para no presenciar aquella grotesca visión. El hombre que trataba de pasar ante otro guardia estaba vestido únicamente en taparrabos.
—¡Te he dicho que Noka me conoce de sobra, soy un reputado hechicero, déjame pasar o lo laMENTARÁS. UN CHACA UN.
Ayame entreabrió ligeramente la abertura de sus dedos, lo justo para poder observar a aquel extraño personaje. Si sumaban su extraña manera de hablar y su apariencia física, parecía un chamán sacado de un cuento de hadas. Cubría su rostro con una máscara de madera y no sólo eso, su mano derecha blandía un amenazador bastón del mismo material.
—Déjalo pasar, Hikiru, lo conocemos. Viene a comprar materiales a los mercaderes —intervino el guardia que estaba frente a ellos. El otro suspiró, pero no tardó en obedecer a su compañero. Y así, el extraño hombre-chamán entró en el risco y se perdió entre las rocas.
—Q... ¿Qué era eso...? —se atrevió a formular al fin Ayame, que seguía con su rostro sonrojado parcialmente oculto.
Zetsuo y Kōri suspiraron con pesadez al unísono. Tratando de ignorar lo inverosímil de la situación, el médico le tendió al guardia los tres papeles.
—Aotsuki Ayame, participante del Torneo de los Dojos, Aotsuki Kōri y Aotsuki Zetsuo, sus invitados —respondió al fin, con toda la calma que fue capaz de reunir.
Pero a Ayame no se le había escapado la mirada de profunda desaprobación que su padre le había echado al chamán. Como si de una enfermedad mal curada se tratara.
«Espero que nunca me mire as... Bah, a quién voy a engañar. Me engañó... No soy nada para él» Apartó la mirada, simulando observar las vistas.
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Todo el grupo reaccionó con un estupor extremo ante el bizarro espectáculo que aquella suerte de chamán estaba teatralizando en medio del risco. Todos, excepto Kori, aunque Daruu imaginó que su expresión ausente en ese preciso instante también significaba que estaba estupefacto.
—Q... ¿Qué era eso...? —formuló Ayame.
—Sólo los dioses lo saben ahora —sentenció Daruu, escenificando un poco. Medio en broma medio en serio.
Zetsuo y Kori suspiraron como si estuvieran coordinados. Allí plantados, los dos, se notaba que eran padre e hijo. Bueno, en el comportamiento, quiero decir, porque Kori era todo blanco. ¿Habría salido Kori a su madre o... o... o...?
«¿Será adoptado...?», se preguntó Daruu, verdaderamente interesado.
Zetsuo adelantó el brazo y le tendió al guardia los papeles que les identificaban.
—Aotsuki Ayame, participante del Torneo de los Dojos, Aotsuki Kōri y Aotsuki Zetsuo, sus invitados
—A ver, déjeme comprobar... —El guarda cogió los papeles y los examinó detenidamente—. Muy bien, pueden pasar. No olviden sus identificaciones, les servirán para alojarse de manera totalmente gratuita en muchos hoteles de los Dojos. ¡Feliz estancia!
Allí plantado con las armas y la armadura, por la manera de hablar que tenía, Daruu pensó que el guardia parecía invitarles a una especie de parque de atracciones en lugar de a unos dojos de combate y entrenamiento. De cualquier forma eso le parecía totalmente correcto. «No son unos amargados estirados, al menos...»
Por un momento, barajó la posibilidad de que a lo mejor se lo pasaba bien durante el torneo.
Su madre se adelantó a él y le entregó los dos papeles de identificación al guardia.
—Hanaiko Daruu y Amedama Kiroe... De acuerdo, pasen. —El guardia le devolvió los papeles a Kiroe.
—Bueeeeno, ¡vamos allá! —indicó la mujer de ojos morados, y el grupo se internó dentro del valle.
—Uaaala, qué pasada —se sorprendió Daruu.
El valle era un lugar enorme entre montañas, un precioso resort de hierba verde y fresca, cortado por sinfín de arroyos y ríos y puentes que los cruzaban. A simple vista se observaba la cantidad de dojos, hoteles y plazas de entrenamiento al aire libre que albergaba.
—Como te dije, Zetsuo, he estado varias veces aquí, así que sé qué hoteles merecen la pena y cuales no —explicó Kiroe, mientras descendía por una colina en dirección a un puentecito—. Conozco uno que tiene incluso varios dojos de entrenamiento para él sólo, y me he enterado de que durante el Torneo están reservados para los participantes. No es muy conocido, pero las habitaciones son geniales y la comida más genial aún. Y soy cocinera, te puedes fiar de mí. Así que estaremos prácticamente sólos, ¡y bien a gusto!
»La merluza en salsa de pimienta verde que hacen allí me vuelve loca.
«PUAAAGHGHGHHG, PEZZZZ» —Daruu, detrás, le hacía gestos de asco a Ayame, bromeando.
—Pero lo que realmente está para morirse es el pato. Dios, qué bien que hacen el pato. Dicen que la receta es secreta.
Caminaron durante un rato, cruzando varios puentes y pasando de largo la entrada al pueblo que había en el centro de los Dojos. Según su madre, el hotel estaba en la otra parte de los riscos, pegado a la montaña. Un "paraíso para el entrenamiento y la meditación, muy tranquilo". La mujer no frenaba su elogio al establecimiento.
—Algo que no he entendido nunca es la numeración de las habitaciones. He estado en la 114, en la 578 y en la 325, pero juraría no haber contado más de veinte. Sólo hay dos pasillos, con diez cada una. Y luego están los tatamis y las plazas al aire libre. No sé, muy raro.
Y eso que nadie la había tirado de la lengua.
Finalmente llegaron a la puerta del local. Cierto era que era de elogio: al borde de la montaña, en la cima de una colina subiendo un camino de piedra. Era un hotel pequeño pero extraordinariamente cuidado. A la izquierda, adyacente, habían varios dojos de entrenamiento y varias plazas amplias de piedra para pelear. A la derecha, unos baños de aguas termales.
—¡Dios, qué divino! ¡Eso no estaba antes! —exclamó Kiroe señalando al balneario—. Y no me digáis que no tienen sentido del humor. —Señaló al rótulo.
Había un dibujo de un patito de goma sumergido en una sartén con aceite como si fuera una bañera. El cartel rezaba: El patito frito.
—El... patito frito...
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16/02/2016, 23:22
(Última modificación: 16/02/2016, 23:23 por Aotsuki Ayame.)
—A ver, déjeme comprobar... —el guarda cogió los papeles y los examinó detenidamente—. Muy bien, pueden pasar. No olviden sus identificaciones, les servirán para alojarse de manera totalmente gratuita en muchos hoteles de los Dojos. ¡Feliz estancia!
—¡Gracias, señor! —exclamó una repentinamente emocionada Ayame.
Con todo lo que estaba ocurriendo estaba olvidando poco a poco... pero cuando Kōri le dirigió una breve mirada de soslayo se sonrojó y rompió el contacto visual. El médico frunció ligeramente el ceño, pero sin perder el tiempo, la familia Aotsuki sólo esperó a que Kiroe y Daruu los alcanzaran antes de ponerse en camino hacia el valle que sería su hogar durante varias largas semanas.
—Uaaala, qué pasada —Ayame voz de Daruu junto a ella, pero apenas le escuchaba. Sus ojos, que brillaban como hacía mucho que no lo hacían, estaban abiertos de par en par, prácticamente bebiendo el mundo que les rodeaba.
Una enorme pradera de hierba verde y mullida se extendía ante ellos como una gigantesca alfombra tan solo interrumpida por los serpenteantes arroyos, ríos y lagos que la cruzaban. Un sinfín de puentes sorteaban estos obstáculos, permitiendo el fácil acceso entre una tierra y la siguiente. Y, entre ellos, un incontable número de edificios, dojos y plazas de estilo clásico constituían lo que parecía una ciudad en miniatura... Si lo comparaban con los interminables rascacielos de Amegakure, claro.
—Es precioso... —se le escapó, en apenas un murmullo.
Por delante de ellos, el trío de adultos parecía haber iniciado una amigable conversación. Aunque, realmente, era Kiroe la única que hablaba.
—Como te dije, Zetsuo, he estado varias veces aquí, así que sé qué hoteles merecen la pena y cuales no —explicaba, mientras descendían por una colina en dirección a un puentecito—. Conozco uno que tiene incluso varios dojos de entrenamiento para él sólo, y me he enterado de que durante el Torneo están reservados para los participantes.
«Es decir, que no me van a dar tregua ni siquiera entre los combates...» Pensó Ayame, de manera haragana. No le apetecía combatir. De verdad que no le apetecía. Tenía cosas demasiado importantes en las que pensar, cosas que decidir... Aunque el reto hacia Daruu había despertado parte de aquel interés dormido que residía dentro de su personalidad competitiva y orgullosa.
—No es muy conocido, pero las habitaciones son geniales y la comida más genial aún. Y soy cocinera, te puedes fiar de mí. Así que estaremos prácticamente sólos, ¡y bien a gusto!
—Oh, genial... —respondió Zetsuo, y a Ayame se le escapó una risilla al notar el sarcasmo en su tono de voz. Para alguien amante del orden y de la tranquilidad como era su padre, tener a Kiroe junto a él era como tener una mosca zumbándole en la oreja continuamente. O al menos eso daba a entender el gesto incómodo de su rostro mientras Kiroe parloteaba sin parar.
—La merluza en salsa de pimienta verde que hacen allí me vuelve loca.
Daruu llamó su atención repentinamente, y Ayame tuvo que taparse la boca con ambas manos para no romper a reír cuando le vio poner muecas exageradas de asco y desprecio ante la mención del pescado.
—Pero lo que realmente está para morirse es el pato. Dios, qué bien que hacen el pato. Dicen que la receta es secreta.
—Me pregunto si habrá pastelerías —intervino repentinamente Kōri. Ayame supo de inmediato qué era lo que estaba pasando por la mente de su hermano mayor, y lo peor fue que a ella se le hizo la boca agua de tan sólo pensarlo.
Siguieron caminando durante largo rato, subiendo y bajando varios puentes y atravesando la entrada al puedo. Al parecer, la entrada al hotel al que les estaba conduciendo estaba en la otra punta de los riscos, junto a la ladera de la montaña. "Un paraíso para el entrenamiento y la meditación, muy tranquilo", según sus palabras textuales.
—Algo que no he entendido nunca es la numeración de las habitaciones. He estado en la 114, en la 578 y en la 325, pero juraría no haber contado más de veinte. Sólo hay dos pasillos, con diez cada una. Y luego están los tatamis y las plazas al aire libre. No sé, muy raro.
A aquellas alturas del viaje, Zetsuo ya ni siquiera escuchaba a la mujer. Se limitaba a asentir de vez en cuando y a seguir caminando hacia delante sin descanso. Y así al final llegaron a la puerta de un edificio pequeño pero increíblemente acogedor y bien cuidado. A la izquierda, adosado, había algunos dojos de entrenamiento; a la derecha...
—¡Aguas termales! ¡Llevo años queriendo probar eso!
—Hace años eras una renacuaja, Ayame —replicó su padre, pero parecía que ella no era la única emocionada con la idea.
—¡Dios, qué divino! ¡Eso no estaba antes! —exclamó Kiroe—. Y no me digáis que no tienen sentido del humor.
Señalaba al rótulo... Y Ayame no supo si volver a reír u horrorizarse ante lo que veían sus ojos. El eslogan del hotel era un pato bañándose en una sartén rebosante de aceite con un gesto antinaturalmente feliz, dadas las circunstancias. Junto a esta figura, varios kanji rezaban el nombre del lugar:
—El... patito frito... —leyó Daruu en voz alta.
—¿Me estás hablando en serio, Kiroe? —le preguntó Zetsuo, nada convencido—. Sigo pensando que habría sido mucho mejor alojarnos en el Hotel Sakura. Esto...
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—¿Me estás hablando en serio, Kiroe? Sigo pensando que habría sido mucho mejor alojarnos en el Hotel Sakura. Esto...
Daruu sonrió. Zetsuo era exactamente la clase de tipo que parecía: el humor no era muy de su clase. Estaba seguro de que sólo le parecía mal por el nombre. Desde luego, porque todo lo demás tenía un aspecto limpio, pulcro, súper formal.
—¡JA! ¿Eres tú el que está bromeando, tío? ¿El Hotel Sakura? Sólo he estado una vez, y no podría recomendárselo ni al menos exigente de los inquilinos. Y, desde luego, conociéndote no eres precisamente uno de esos —rió Kiroe—. Cucarachas correteando por las habitaciones, sopas correosas y carne en mal estado. Todas las normas de la hostelería, a la mierda. Seguro que puedes entender, como director de hospital, que me indigne. Pues tú hazme caso, que en restaurantes y hoteles, yo soy la experta.
»Ya sabes, Zetsuo, no te dejes llevar por las falsas apariencias. —Le guiño un ojo—. Ese nombre es lo que le da la guinda hogareña a este fantástico hotel. ¡Pero mira lo que tienes alrededor! Venga, tira p'adentro, ya verás.
Kiroe y Zetsuo debían conocerse de hace mucho tiempo, o su madre tener los ovarios muy, muy grandes. El caso es que Daruu no entendía cómo la mujer se tomaba tantas confianzas con él. Ahora mismo, estaba allí, detrás del hombre, empujándole hacia dentro del resort.
Daruu se encogió de hombros y echó una mirada de soslayo a Ayame y a Kori, que estaban junto a él, y decidió caminar con sus padres.
La visión de Kiroe no estaba muy alejada de la realidad. El suelo estaba tan limpio que brillaba, y la atmósfera era muy acogedora, sin dejar de tener apariencia de un complejo hotelero de mucha, mucha calidad. Mientras que el parqué era de madera clara, las paredes y el techo parecían estar construídas con troncos de pino. A la derecha, había una puerta que llevaba a los baños termales, a la izquierda, la que llevaba a los tatamis y plazas de entrenamiento. En el centro estaba el mostrador, y a ambos lados del mostrador habían dos grandes portales con una decoración de torii, que presumiblemente llevaban a los dos largos pasillos que contenían las habitaciones.
Kiroe le arrebató a Zetsuo la invitación de la mano y se acercó al mostrador. Allí la esperaba una señora mayor, que iba cogiendo folios de un montoncito de papeles y estampándolos con un sello. Era rechoncha y bajita, con la piel muy arrugada y el pelo plateado levantado en una melena rizada que subía hacia arriba, a lo afro. Llevaba unas gafas más pequeñas de lo que necesitaba, caídas casi hasta la punta de la nariz.
—¡¡Dos habitaciones familiares, porrr favor!! —teatralizó Kiroe, dejando los papeles enfrente de ella.
Como si a la señora no le hiciese mucha gracia darles las habitaciones gratis, a pesar de que probablemente los Dojos les pagasen los gastos a los hoteles adscritos a la promoción del torneo, la abuela clavó los ojos, desorbitados, sobre los papeles. Pero finalmente los cogió, les clavó dos sellos, se los guardó y dijo, sin una pizca de emoción:
—Haaabitaaaciiiooooones dooooosss cuaatro sieeete y uuuno dooos sieeeeteeee... eee... —Hablaba a trompicones. Le temblaba la mano al coger el sello, también. Probablemente fuese una de las dueñas de aquél recinto, si no la única, que debía de tener muchos años ya.
Kiroe volvió canturreando a donde la esperaban los demás. Pero antes, se dio la vuelta.
—¿En qué pasillo están? —preguntó.
—Deeeeeeee....recho.
—¿Veis? Os lo dije, los números no tienen sentido.
La vieja resopló detrás de ella.
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19/02/2016, 23:58
(Última modificación: 20/02/2016, 00:00 por Aotsuki Ayame.)
—¡JA! ¿Eres tú el que está bromeando, tío? ¿El Hotel Sakura? Sólo he estado una vez, y no podría recomendárselo ni al menos exigente de los inquilinos. Y, desde luego, conociéndote no eres precisamente uno de esos —rió Kiroe—. Cucarachas correteando por las habitaciones, sopas correosas y carne en mal estado. Todas las normas de la hostelería, a la mierda. Seguro que puedes entender, como director de hospital, que me indigne. Pues tú hazme caso, que en restaurantes y hoteles, yo soy la experta.
Zetsuo había alzado una ceja con gesto escéptico, pero Ayame sintió un desagradable escalofrío de tan sólo imaginar lo que Kiroe estaba relatando. ¿Cuántas infracciones sanitarias se podían quebrar en un solo edificio?
—Ya sabes, Zetsuo, no te dejes llevar por las falsas apariencias —continuó la mujer, guiñándole un ojo—. Ese nombre es lo que le da la guinda hogareña a este fantástico hotel. ¡Pero mira lo que tienes alrededor! Venga, tira p'adentro, ya verás.
Ayame ya se había percatado de la relativa familiaridad con la que parecían tratarse Zetsuo y Kiroe, pero aún así le chocó ver a la mujer empujar a su padre por la espalda para hacerle entrar en El Patito Frito. Era evidente que el médico seguía en sus trece de que debían haberse alojado en otra posada que no pusiera su nombre tan en ridículo como aquel, pero aún así terminó resignándose y entró.
Daruu lanzó una mirada de soslayo a Kōri y Ayame, quien le devolvió una sonrisa nerviosa antes de acompañarles. En aquellos momentos, sólo podía rezar para sus adentros que Kiroe estuviera en lo cierto en sus halagos hacia la posada para no despertar la ira de su exigente padre.
Para su alivio, la madre de Daruu no se había quedado corta. El interior del edificio estaba tan bien cuidado como su exterior, los suelos de parqué limpios como una patena, y la atmósfera en general les abrazaba como una cálida manta. Toda la estructura era de madera refinada, incluso los torii que adornaban dos pasillos junto al mostrador y que debían conducir a los pasillos de las habitaciones.
—Vaaaaaya... Es precioso... Pero debe ser carísimo... —exclamó Ayame, abochornada.
Kiroe no encontró ningún tipo de resistencia para arrebatarle las invitaciones a un irritado Zetsuo que parecía no encontrar algo de lo que poder quejarse. Sin esperar ni un solo instante, se dirigió al mostrador donde les aguardaba una señora mayor que tomaba de manera metódica un papel tras otro de un montón y les estampaba un sello.
—Parece una ovejit... ¡Ay! —se le escapó a Ayame en un murmullo, pero se cayó enseguida cuando su hermano mayor le dio un pequeño coscorrón. ¡Pero no era para menos! La recepcionista estaba arrugada como una pasa, era pequeña y regordita, y el cabello plateado se le erizaba en una mata rizada y esponjosa que se alzaba por encima de su cabeza.
—¡¡Dos habitaciones familiares, porrr favor!!
La recepcionista tenía cierto gesto agrio, y tomó de mala gana los papeles y, con la mano temblándole violentamente, les estampó sendos sellos tras registrarlos minuciosamente.
—Haaabitaaaciiiooooones dooooosss cuaatro sieeete y uuuno dooos sieeeeteeee... eee... —la pobre mujer hablaba casi a trompicones.
«Pobre mujer...» No pudo evitar pensar Ayame, instantáneamente arrepentida de haber pensado la estupidez de la ovejita.
Kiroe volvía hacia ellos, pero a medio camino volvió a darse la vuelta.
—¿En qué pasillo están?
—Deeeeeeee....recho.
—¿Veis? Os lo dije, los números no tienen sentido.
—¡Gracias, señora!
La recepcionista resopló, pero ignorando toda la escena, Zetsuo se volvió hacia Kiroe.
—Tendremos suerte de salir con vida de un sitio así si se produce un incendio —le soltó Zetsuo, malhumorado; pero Ayame sabía que sólo había dicho eso porque no había encontrado ningún fallo del que quejarse—. Oye, Kiroe, ¿has cogido las llaves o aún no has bajado a la tierra?
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Ignorando todo lo que acababa de pasar, el cínico de Zetsuo se volvió hacia Kiroe.
—Tendremos suerte de salir con vida de un sitio así si se produce un incendio. Oye, Kiroe, ¿has cogido las llaves o aún no has bajado a la tierra?
En alguna otra ocasión, Daruu se habría enfadado por el comportamiento estúpido de Zetsuo, pero ahora parecía un niño grande en el cuerpo de un adulto de avanzada edad. A su voz sólo le faltaba un tono de agudez para que pareciese un crío quejándose por todo. Seguro que no encontraba otra cosa de la que quejarse.
«Te han callado la boca, viejo».
Daruu soltó una risilla por lo bajo y le dio un codazo a Ayame, que se habría dado cuenta, sin duda, de lo que estaba ocurriendo.
Kiroe levantó la mano y le lanzó de mala manera las llaves a Zetsuo. Las lanzó mal a propósito, y chocaron contra su pecho en lugar de ir hacia la mano.
—Aquí están, idiota que no sabe admitir la derrota —se dio la vuelta, y echó a andar por el pasillo—. Aunque eso fuera verdad, con la cantidad de gente con Suiton que tenemos entre las dos familias, ¿tú crees que un incendio daría muchos problemas? ¿O es que estás chocheando ya? ¿Quieres enfrentar a nuestros hijos porque tú ya no puedes enfrentarte a nadie?
El tono de su voz no iba en serio, por supuesto, pero era lo suficientemente mordaz como para sacar de sus casillas al padre de Ayame.
Su madre avanzó por el pasillo, tan bonito como el resto del hotel, hasta llegar a la habitación que a ella y a Daruu le correspondían. La de Ayame estaba justo enfrente. Qué casualidad.
Joder, y encima voy a tener que verte esa cara de merluzo por la mañana y todo.
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(Última modificación: 29/02/2016, 02:45 por Aotsuki Ayame.)
Ayame se volvió hacia Daruu cuando este le dio un ligero codazo, y cuando le vio reírse por lo bajo por las palabras de su padre, tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para no echarse a reír ella también. Sin embargo, a Kiroe no pareció hacerle la misma gracia que a los muchachos. Le lanzó las llaves de mala manera hacia el pecho, pero Zetsuo consiguió interceptarlas a tiempo.
—Aquí están, idiota que no sabe admitir la derrota —le espetó Kiroe, y al momento se dio la vuelta, y echó a andar por uno de los pasillos. Todos la siguieron. Los suelos y las paredes eran de una madera rústica que crujía bajo sus pies y Ayame comenzó a andar con largas zancadas, apoyando primero el talón y después la punta del pie tratando en un infantil juego de averiguar cómo hacer el menor ruido posible al caminar—. Aunque eso fuera verdad, con la cantidad de gente con Suiton que tenemos entre las dos familias, ¿tú crees que un incendio daría muchos problemas? ¿O es que estás chocheando ya? ¿Quieres enfrentar a nuestros hijos porque tú ya no puedes enfrentarte a nadie?
Ante aquellas palabras, Ayame se estremeció ligeramente y miró de reojo a su padre. Tenía el ceño ligeramente fruncido pero una vena había comenzado a palpitar en su frente. Realmente, le había dejado sin palabras. Entre sus dos familias, prácticamente todos dominaban el arte del Suiton. No podría replicarla con aquel tema más, por lo que tendría que atacar desde otro perfil.
—Creía que la que había comenzado a apostar por el enfrentamiento de los dos chicos habías sido tú, Kiroe —le dijo.
Ayame, cansada, pronto dejó de hacer caso a las discusiones constantes de los dos adultos. En su lugar, miraba a su alrededor con insaciable curiosidad, admirando la belleza del lugar y olvidando momentáneamente que estaban allí porque estaban convocados a un torneo de gran magnitud. Finalmente, llegaron a las puertas de sus respectivas habitaciones. Zetsuo se detuvo en la habitación 247. La de Kiroe y Daruu, justo enfrente era la 147.
—Pues es verdad, la numeración no tiene mucho sentido... —comentó Ayame, casi para sí misma.
—Joder, y encima voy a tener que verte esa cara de merluzo por la mañana y todo.
—Y estos siguen...
—Joder. Como si a mí me hiciera gracia ver tu cara de bollera —le replicó el médico, sin ni siquiera mirarla. Le había dado la espalda para introducir la llave en la puerta.
Con un ligero click, la puerta de la habitación quedó abierta. Y Ayame fue la primera en entrar, prácticamente de una zancada.
—¡Hala, qué bonito!
La habitación en sí consistía en una sala de bastante envergadura, dividida en tres secciones tan sólo cerradas por una puerta corredera de papel. La sección principal hacía sus veces de comedor y cocina al mismo tiempo, con una única mesa a modo de comedor y cuatro sillas alrededor. Cuando Ayame abrió las otras dos puertas correderas, se encontró con dos habitaciones: una con dos futones y una con uno. Estaba claro dónde iban a dormir cada uno.
De repente se le ocurrió una idea y volvió corriendo a la puerta de la entrada.
—¡Hey! Ya que estamos todos reunidos, ¡podríamos cenar juntos!
Kōri le dirigió una mirada que podría definirse como alarma dentro de su inexpresividad, pero Ayame ni siquiera fue consciente de ello. Lo que no le pasó desapercibido fue la mirada hostil que le dirigió Zetsuo y que le hizo estremecer de arriba a abajo.
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Daruu acompañó a sus padres y a Kori y Ayame por el pasillo, mientras los adultos discutían sobre la primera cosa que se les ocurría sobre la que podían discutir. Era como el veo, veo, pero mucho más interesante. Lo peor es que, además de picados, parecían divertirse mientras el uno al otro se lanzaban pullitas. Al menos, Kiroe se divertía. El que no parecía tan contento era Zetsuo.
Pronto llegaron a las habitaciones. Tal y como Kiroe sostenía y como Ayame había recordado al ver los carteles de sus habitaciones, la numeración de los habitáculos carecía de un sentido matemático. Daruu echó un vistazo alrededor, pero las salas contiguas a las suyas, además de ellas mismas, tenían números aleatorios como el 540, el 782 o el 39.
«Es como si hubieran comprado las placas por encargo y el repartidor se hubiera equivocado y hubiera traído las de un hotel turístico de diez plantas», pensó Daruu, y se rió el solo como un completo idiota.
—¡Hala, qué bonito!
Dio la vuelta para ver a qué se refería Ayame, que mostraba aquél entusiasmo por primera vez en todo el viaje. Zetsuo había abierto la puerta de su habitación, y Daruu se asomó para comprobar ahora que se trataba de mucho más que un dormitorio: la sala, o las salas, eran como apartamentos. Interesante. Sin duda, su madre demostraba una vez más tener muy buen gusto para aquellas cosas.
Su madre había abierto su propia habitación también. Por lo visto, los interiores de las habitaciones mostraban tanta coherencia entre sí como los números de las puertas. Tenía la misma clase, pero su apartamento particular era diferente. La sección principal, que hacía las veces de comedor y cocina, era exactamente igual. Sin embargo, las puertas correderas de los dormitorios estaban colocadas en diferentes lugares que los de la habitación de Ayame, y había un futón nada más en cada espacio. Supuso que la recepcionista tuvo en cuenta el número de invitados para la elección de cada habitación.
Pero la desigual distribución de las cosas seguía llamándole la atención. Incluso llegaba a molestarle, un poquito.
—¡Hey! Ya que estamos todos reunidos, ¡podríamos cenar juntos!
La voz de Ayame a sus espaldas le hizo tensar todos los músculos del cuerpo. ¿Cenar juntos? Oh, no, toda la noche con las pullitas otra vez. Estaba esperando ya el mordaz comentario de rigor de su madre, pero...
—¡Oh, buena idea, Ayame-chanchan! —¿Quién demonios utiliza dos veces el sufijo? Kiroe, por supuesto, como una manera de hacerla más mona—. Así podremos intentar reconducir esta encrucijada de insultos hacia algo más... agradable.
»Oh, pero vamos primero a dejar el equipaje. ¿Nos vemos dentro de una hora, sí?
«Ay, Dios...»
Observó a Zetsuo. Allí, quieto, rígido, de hombros anchos y vigilante, parecía la torre inconquistable del muro de una fortaleza antigua. Se preguntó qué le había llevado a ser de aquella manera.
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1/03/2016, 00:01
(Última modificación: 1/03/2016, 00:23 por Aotsuki Ayame.)
Su idea fue recibida con un silencio glacial que la estremeció de arriba a abajo. Intimidada, Ayame desvió la mirada hacia el suelo lamentando inmediatamente el haber soltado una idea como aquella. Sin embargo, contra todo pronóstico, Kiroe entró en escena con su alegría habitual:
—¡Oh, buena idea, Ayame-chanchan! —Ayame no pudo evitar parpadear varias veces, notablemente confundida ante aquella peculiar forma de referirse a ella—. Así podremos intentar reconducir esta encrucijada de insultos hacia algo más... agradable.
—Si es que eso es posible —en aquella ocasión fue Zetsuo quien frunció el ceño.
—Oh, pero vamos primero a dejar el equipaje. ¿Nos vemos dentro de una hora, sí?
Zetsuo asintió antes de cerrar la puerta tras de sí.
Lo primero que hizo Ayame fue dejar su mochila de equipaje sobre el futón que le correspondía. Ya habría tiempo de colocar el equipaje en los armarios empotrados, por lo que simplemente rebuscó en la bolsa una muda de ropa nueva que ponerse y se metió en el cuarto de baño.
—¡Voy a ducharme!
—¡Ni se te ocurra entretenerte niña! —le advirtió Zetsuo con una exclamación, antes de proseguir mascullando entre dientes—: Lo último que me faltaría es llegar tarde para tener la cena lista...
Un sonoro chillido desde el cuarto de baño hizo que Zetsuo y Kōri se levantaran al unísono, alarmados.
—¡Ayame! ¿Qué ocurre? —preguntó Kōri, al tiempo que golpeaba la puerta con sus nudillos.
—¡No hay agua caliente! ¡ME CONGELO!
La palmada que se dio Zetsuo en la frente debió escucharse por todo el hotel.
—Santa paciencia...
...
Por suerte, una hora después estaban los tres preparados y listos para acudir a la cena con Daruu y Kiroe. Los tres habían abandonado sus indumentarias shinobi y habían optado por unas ropas más simples y casuales como era una noche como aquella. Sin embargo, había ciertos rasgos que nunca cambiarían en ellos: Kōri vestía de blanco. Combinaba una camiseta fina con las mangas a medio remangar y pantalones largos, todos del mismo color impoluto. Zetsuo vestía con ropas oscuras y elegantes. Una chaqueta holgada, que hacía juego con los pantalones oscuros, cubría parcialmente una camisa de color claro. Y Ayame combinaba tonos azulados con negros. Llevaba un fino jersey que le quedaba más corto por los laterales que por delante y por detrás, de color azulado y con motivos florales. A Zetsuo y a Kōri les había costado convencerla de que no llevara la bandana ninja puesta sobre la frente, pero tras mucho insistir Ayame terminó por acceder y quitársela...
Para en su lugar ponerse una simple cinta de tela.
—Sólo espero que la cena sea más pacífica que el trayecto —murmuró para sí, y su hermano asintió junto a ella.
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Zetsuo asintió y cerró la puerta tras de sí sin mediar palabra alguna. Por lo visto, para Kiroe aquello fue una señal inequívoca de que había aceptado su propuesta de cena. Daruu estaba escéptico. La actitud de Zetsuo le parecía soberbiamente irrespetuosa.
—¿Y ese tío es una buena persona? —preguntó Daruu, después de que madre e hijo cerraran la puerta tras de sí.
—Por el camino aprenderás —explicó Kiroe—. Que las apariencias suelen engañar. "Ese tío" es un capullo insufrible, muchas veces, pero nos ha ayudado también otras tantas. Incluso a tu padre, al que tanto dice odiar.
Kiroe suspiró.
¿Tú no tienes una rivalidad con nadie, Daruu? ¿Alguien con el que te pelees muy a menudo, con el que no compartes muchas cosas pero en el fondo no podrías dejar marchar de tu vida?
Daruu negó con la cabeza. Tampoco es que hubiera hecho muchos amigos en la academia. Con Ayame tenía lo más parecido a una rivalidad, y desde luego no se llevaba mal con ella, precisamente.
—Pues qué soso eres, hombre —bufó Kiroe, bromeando, y le revolvió el pelo a su hijo. Daruu bufó y se apartó—. Venga, dúchate y arréglate, no querrás causarle mala impresión a tu compañera.
Daruu sintió como los colores le subían desde las puntas de los dedos hasta la frente, y tuvo que darse la vuelta para que Kiroe no apreciara el rubor. Kiroe le guiñó un ojo aunque él no pudiera verlo, y dejó caer una risilla antes de desaparecer con las maletas hacia la habitación.
—¡Mamá! ¿No necesitas ayuda con el equipaje?
—¡Si hombre! Entonces no llegas a tiempo, no te jode. La última vez te pasaste una hora lavándote el pelo.
···
Kiroe y Daruu asistieron a la hora prevista al pasillo junto a la otra familia. La mujer iba vestida con un kimono largo y púrpura que hacía juego con sus ojos, y que llevaba unos bonitos estampados de flores de color rosa pálido. Daruu iba vestido con un uwagi de color negro. Acompañaba la vestimenta con unos pantalones del mismo color y unas sandalias de paja tradicionales.
Observó a los allí presentes analizando sus vestimentas. Zetsuo era elegante, pero serio. Kori era tan blanco como la nieve, poca novedad ahí. Ayame...
...estaba muy guapa. Pero esa cinta no le favorecía. «¿Por qué esa obsesión por cubrirse la frente?»
—¡Hola! Bueno, ya estamos todos aquí —anunció Kiroe, afirmando lo evidente—. Qué guapos vais todos.
Aunque le daba un poco de repelús, se alegraba de que Kiroe no hubiese excluído a Zetsuo de ese "todos" con algún comentario más satírico que procedente.
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Daruu y Kiroe no tardaron en unirse a ellos.
E inmediatamente Ayame se sintió como una especie de patito feo. Kiroe lucía un precioso kimono de color púrpura que hacía juego con sus ojos y en el que se dibujaba el patrón de varias flores rosadas. Daruu, junto a ella, había optado por ropas oscuras que le quedaban realmente bien. Comparados con ellos, incluso con su familia, ella...
—¡Hola! Bueno, ya estamos todos aquí —anunció Kiroe, afirmando lo evidente—. [sub]Qué guapos vais todos.
Ayame apartó la mirada, ligeramente ruborizada. Por un momento, temió que su padre pudiera soltar algún tipo de frase borde o irritante, pero parecía que la hora que había pasado sin la mujer había conseguido templar sus ánimos hasta convertirle en aquel muro férreo que tan bien le caracterizaba. La pregunta era: ¿Cuánto tardaría en perder los nervios de nuevo?
—Será mejor que nos pongamos en marcha. Kiroe, te seguimos,después de todo tú eres la que mejor conoce este... sitio... —dijo el médico. Y aunque habló de manera formal y seria, aún quedaba algún retazo de escepticismo en el tono de su voz que indicaba que seguía sin confiar en que "El Patito Frito" fuese tan bueno como la mujer lo pintaba.
—¿Qué crees que tendrán de comida? —le preguntó Ayame a Kōri.
—Supongo que de todo. Carne, arroz, sopas, pescado, marisco...
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—Será mejor que nos pongamos en marcha. Kiroe, te seguimos,después de todo tú eres la que mejor conoce este... sitio...
Kiroe dejó escapar una suave risilla y Daruu suspiró con cansinez. «Hala, ya empezamos. Joder, no podía confiar un poquito el tontaco este, no...». Daruu no parecía muy por la labor de intentar que le cayera bien aquél señor, distante, estirado y extremadamente desconfiado, que sólo por el nombre de un establecimiento —que solo contenía una simple pizca de humor—, ya prejuiciaba sin pudor de la comida que servían en él.
—Ya verás, ya —dijo Kiroe—. Cuando vuelvas a Amegakure, no podrás sino insistir en recomendar "El Patito Frito" por todos lados. Dicho de tus labios tiene que sonar muy divertido, ahora que lo pienso...
Dirigió su mirada purpúrea a Zetsuo y le dio una pequeña palmadita en el hombro.
—Venga, tío, no te enfades. Sé que te gustan las cosas bien hechas, y la comida del sitio es de diez. No hace falta que compartas la opinión de que ese nombre es el mejor que le podían poner —intentó calmar los ánimos—. También sé que te gusta que te traten con respeto cuando vas a un sitio y no te conocen, y aquí el servicio no te va a tratar nada mal. Intenta disfrutarlo. Sé que lo harás.
Daruu, detrás de ellos y acompañado por Kori y por Ayame, dio una vuelta a sus ojos con escepticismo. «A ver si es verdad...»
—¿Qué crees que tendrán de comida? —preguntó Ayame a su hermano.
—Supongo que de todo. Carne, arroz, sopas, pescado, marisco... —contestó Kori.
—Rico, más o menos rico, no tan rico, puaj, y puaj —intervino Daruu bromeando (o no) sin que nadie le hubiera invitado a la conversación.
Abandonaron el pasillo de las habitaciones en dirección opuesta a la de la entrada. Los dos pasillos se encontraban allí con una unión desde la que se podía otear una puerta corredera. Kiroe puso la mano sobre ella.
—¡Tacháaaaan! —dijo, y deslizó para revelar lo que había dent... Fuera.
La puerta daba a un jardín vallado en el exterior del edificio. Era ya de noche, y la iluminación tenue y anaranjada de las lámparas de papel que colgaban del sobretecho de una cubierta iluminaban el conjunto de mesas y sillas que reposaban debajo, sobre una tarima de madera cuidada.
—¿Cuántos van a ser? —preguntó tras una pequeña reverencia un camarero vestido con otro kimono tradicional, de un sobrio color oliva.
—Cinco, si no se me ha olvidado como contar.
—¡Oh, Kiroe-san, qué alegría verla otra vez por aquí! Sin duda se alegrará de saber que tenemos una carne de pato de una calidad increíble últimamente. ¡El Patito Frito esta noche triunfará!
Kiroe dio una palmada y se dio la vuelta dirigiéndose a su hijo.
—A ti que no te gusta el pescado, te lo recomiendo. Te gustará.
Daruu sonrió y asintió con entusiasmo.
—¡Oh, este es su hijo! ¡Qué monada! —Le acarició el cabello a Daruu, pero tuvo que retirar la mano inmediatamente ante el intento de mordisco que Daruu no dudó en lanzar—. Vaya, parece que tiene hambre...
—¡BUENO VENGA VAMOSALAMESA! —se excusó Kiroe. Cogió de la oreja a Daruu, que gimió, molesto, y lo arrastró hacia una mesa sin esperar a que les acompañasen. De todas formas no había más que un par de ellas ocupadas.
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—Ya verás, ya —replicó Kiroe, con una suave risilla—. Cuando vuelvas a Amegakure, no podrás sino insistir en recomendar "El Patito Frito" por todos lados. Dicho de tus labios tiene que sonar muy divertido, ahora que lo pienso...
Zetsuo alzó una ceja, en un gesto que mediaba entre el escepticismo y la irritación. Mal empezábamos... Kiroe le volvió a dirigir su mirada purpúrea, y le dio una pequeña palmadita en el hombro. Pese a lo que se podría esperar a raíz de la relación entre aquellos dos, el médico no hizo ningún amago por apartarse.
—Venga, tío, no te enfades. Sé que te gustan las cosas bien hechas, y la comida del sitio es de diez. No hace falta que compartas la opinión de que ese nombre es el mejor que le podían poner- También sé que te gusta que te traten con respeto cuando vas a un sitio y no te conocen, y aquí el servicio no te va a tratar nada mal. Intenta disfrutarlo. Sé que lo harás.
Los ánimos parecieron calmarse con las palabras de la mujer.
—¿Qué crees que tendrán de comida? —le comentó Ayame a su hermano.
—Supongo que de todo. Carne, arroz, sopas, pescado, marisco... —respondió Kori.
—Rico, más o menos rico, no tan rico, puaj, y puaj —intervino Daruu, y Ayame se rio entre dientes. Estaba comenzando a percibir que su compañero no era muy fan de la comida que viniera del agua.
Al fin se pusieron en marcha, y tomaron el pasillo en dirección contraria al que habían venido desde la entrada, mientras Daruu y Ayame seguían compartiendo cosas banales acerca de lo que podían esperar del restaurante del hotel. Finalmente llegaron a una puerta corredera donde se juntaban los dos pasillos, y Kiroe puso la mano sobre ella con cierto aire teatral.
—¡Tacháaaaan! —exclamó, y deslizó la puerta para dejar a la vista un precioso jardín vallado. Ya se había hecho de noche, pero la luz anaranjada y tenue de las lámparas de papel que colgaban del sobretecho daban un ambiente acogedor. Un incontable número de mesas y sillas se dispersaban por doquier sobre una tarima de madera bien cuidada.
—¡Halaaaaa! —volvió a exclamar por segunda vez una cautivada Ayame, que le dirigió una mirada de reojo a su padre. Zetsuo, firme e inamovible como siempre, parecía esforzarse porque la sorpresa no llegara a mostrarse en su gesto. Pero sin duda el lugar no le había desagradado para nada.
—Veamos si la comida está a la altura de la ornamentación —comentó.
El camarero, vestido con un kimono tradicional de color oliva, no tardó en acercarse hasta su posición, y con una pequeña reverencia se puso a su disposición.
[sub]—¿Cuántos van a ser?
—Cinco, si no se me ha olvidado como contar —respondió Kiroe, y en la cara del camarero se dibujó la sonrisa del reconocimiento.
—¡Oh, Kiroe-san, qué alegría verla otra vez por aquí! Sin duda se alegrará de saber que tenemos una carne de pato de una calidad increíble últimamente. ¡El Patito Frito esta noche triunfará!
—Carne de pato... —a Ayame se le hizo la boca agua de sólo pensarlo.
—A ti que no te gusta el pescado, te lo recomiendo. Te gustará.
—Kiroe se dirigió a Daruu con una palmada.
—¡Oh, este es su hijo! ¡Qué monada! —el camarero le revolvió el cabello con afecto, pero ante la estupefacción de todos, Daruu intentó asestarle un bocado, por lo que no dudó en retirar la mano con celeridad—. [sub]Vaya, parece que tiene hambre...
—¿Es que eres un jodido salvaje criado entre lobos, Hanaiko? —le reprendió Zetsuo, y Ayame se encogió sobre sí misma ligeramente.
—¡BUENO VENGA VAMOSALAMESA! —intervino Kiroe, antes de que la sangre pudiera llegar al río. Cogió de la oreja al muchacho y lo arrastró entre gemidos lastimeros a una mesa cercana.
Ayame se sentó entre Zetsuo y Kōri, postura rígida y algo intranquila por lo que pudiera pasar durante la cena. Durante un instante casi se arrepintió de haberlo sugerido, y optó por tomar la carta y refugiarse tras ella.
—¿Y cómo está el pescado? —su padre se había inmerso ya en una conversación con el camarero.
—Lástima. Parece que no tienen bollitos de vainilla —se lamentó Kōri junto a ella. Aunque cualquiera que le mirara a los ojos jamás sería capaz de discernir si de verdad le daba pena o era un simple comentario lanzado al aire.
—Yo aún no sé qué pedir... El pato a la naranja parece una buena opción pero... ¿Tú te has decidido ya, Daruu-san? —le dijo Ayame a su compañero, frente a ella.
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