12/11/2022, 16:31
Para su sorpresa, la compañera del marionetista buscó rápidamente una salida al embrollo en el que les había metido. Aclaró que por supuesto que sabían del tema. Y tras ello le increpó que ella también debía aprender. Como buenos viajeros, debían aprender todo lo que fuese posible, debían ser esponjas para absorber todo el conocimiento que les rodaba. Moguko no escatimó ni en parecer ambiciosa, abriendo los brazos y girando sobre sí misma. El mundo era suyo.
—Ji, ji, ji, ji, ji. —Comenzó a reír la chica, con las manos antepuestas a su desdentada sonrisa. —¡Qué raros sóis!.
Por suerte o por desgracia, la pequeña parecía habérselo tomado bien. Al menos se lo había tomado como una broma, o con sentido del humor. Para ese entonces, el anciano ya parecía haber desistido en su enfrentamiento a los jóvenes, y hasta había tomado el carro de mercancías y había emprendido el viaje de vuelta. Retrocedía sobre sus propios pasos, con un cabreo monumental, y farfullando.
—Exacto, un buen viajero necesita aprender un poco de todo. Después de todo, la información es oro. —Sentenció el titiritero.
—Pues yo no quiero ser viajera. No me gusta estudiar, y nunca estudiaría costumbres y cosas raras por gusto... ¡Yo seré doctora de caballos!.
Por un momento, hasta sonó como algo que diría una chica de su edad. Casi le sonsaca una burlona risa al joven, pero pudo resistirse.
—Pues para eso también hay que estudiar, y bastante a decir verdad... —Confesó el chico. El resultado no fue otro que una descomposición en la cara de la pequeña. Parecía no haberlo tenido en cuenta.
—¿¡En serioooo!?
—Ji, ji, ji, ji, ji. —Comenzó a reír la chica, con las manos antepuestas a su desdentada sonrisa. —¡Qué raros sóis!.
Por suerte o por desgracia, la pequeña parecía habérselo tomado bien. Al menos se lo había tomado como una broma, o con sentido del humor. Para ese entonces, el anciano ya parecía haber desistido en su enfrentamiento a los jóvenes, y hasta había tomado el carro de mercancías y había emprendido el viaje de vuelta. Retrocedía sobre sus propios pasos, con un cabreo monumental, y farfullando.
—Exacto, un buen viajero necesita aprender un poco de todo. Después de todo, la información es oro. —Sentenció el titiritero.
—Pues yo no quiero ser viajera. No me gusta estudiar, y nunca estudiaría costumbres y cosas raras por gusto... ¡Yo seré doctora de caballos!.
Por un momento, hasta sonó como algo que diría una chica de su edad. Casi le sonsaca una burlona risa al joven, pero pudo resistirse.
—Pues para eso también hay que estudiar, y bastante a decir verdad... —Confesó el chico. El resultado no fue otro que una descomposición en la cara de la pequeña. Parecía no haberlo tenido en cuenta.
—¿¡En serioooo!?