16/02/2016, 01:49
En cuanto me interesé por la peliazul, dejó de llorar con la intensidad que lo hacia y no tardé en mojarme los dedos en cuanto los puse bajo su barbilla y traté de alzar su mirada, vidrioso y frágil como el cristal de una ventana. Incapaz de contestarme, simplemente asintió. Era evidente que era un si más falso que un ryo cuadrado.
—¿Qué edad tienes, 8? —comentó austero— levántate, anda... tenemos que encontrar la calabaza perfecta para que lleves a casa.
-¿Tanto cuesta aparentar que no eres un borde? ¡Joder macho!- exclamé con cierta desesperación para acabar suspirando con pesadez.
Ni siquiera me dio tiempo a oír lo del beso. Eri tomó mis manos y se reincorporó recuperando su verticalidad mientras sufría en silencio.
Seguía sin entender la naturaleza de aquel llanto repentino.
-¡Aunque yo tenga una edad mental de ocho años, al menos no soy una cara de pez! - Le sacó la lengua aún con restos de lágrimas en la cara y sin dudarlo dos veces tomó las manos del Sasagani. Una vez incorporada depositó un beso en la mejilla del mismo. -Gracias, Yota-niisan - Murmuró, sonrojada.
¿Me había dado un beso de verdad?
Pude sentir perfectamente la calidez que daba aquella sensación. La amistad lo llamaban. La verdad es que una vez más, era distinto a las caricias y los cuidados de mamá; parecido pero a la vez distinto. Sin quererlo me veía forzado a aprender sensaciones nuevas en aquel singular día de invierno. Instintivamente mis mejillas se fueron propagando como si de un lagod e agua se tratase y pronto la piel se acabaría tiñendo de rojo.
-De n...nada..-
Acto seguido, como si de una gacela se tratase, la pequeña Eri tomó una calabaza verde y la lanzó con todas sus fuerzas en dirección al abrelatas de Amegakure.
*No... Otra vez no, por favor*
Pero lo hizo.
Volvió a huir entre sollozos. Pude comprender lo que sentía la kunoichi con las palabras de Kaido. Lo había sentido muchas veces durante mi infancia y en ocasiones todavía lo experimentaba en las calles de Uzushiogakure. La vergüenza, ser el centro de las burlas y las críticas, solo faltaban las risas provocadas del tiburón.
Salí de nuevo tras ella.
Tuve que correr unos pocos metros pero logré alcanzar su brazo antes de que saliéramos del campo de calabazas.
-Eri...- trataba de tranquilizarla con mis palabras. No sabía muy bien qué decir, pero poco a poco iban saliendo las palabras -¿Seguro que estás bien? ¿Qué ha pasado? ¡Y olvídate de ese imbécil! Conseguiremos tu calabaza y nos iremos de aquí, pronto lo dejaremos atrás y podremos olvidarnos de él-
*Pero como sigas huyendo la que se quedará sola serás tu*
Solté su brazo con la esperanza de que no volviese a correr.
—¿Qué edad tienes, 8? —comentó austero— levántate, anda... tenemos que encontrar la calabaza perfecta para que lleves a casa.
-¿Tanto cuesta aparentar que no eres un borde? ¡Joder macho!- exclamé con cierta desesperación para acabar suspirando con pesadez.
Ni siquiera me dio tiempo a oír lo del beso. Eri tomó mis manos y se reincorporó recuperando su verticalidad mientras sufría en silencio.
Seguía sin entender la naturaleza de aquel llanto repentino.
-¡Aunque yo tenga una edad mental de ocho años, al menos no soy una cara de pez! - Le sacó la lengua aún con restos de lágrimas en la cara y sin dudarlo dos veces tomó las manos del Sasagani. Una vez incorporada depositó un beso en la mejilla del mismo. -Gracias, Yota-niisan - Murmuró, sonrojada.
¿Me había dado un beso de verdad?
Pude sentir perfectamente la calidez que daba aquella sensación. La amistad lo llamaban. La verdad es que una vez más, era distinto a las caricias y los cuidados de mamá; parecido pero a la vez distinto. Sin quererlo me veía forzado a aprender sensaciones nuevas en aquel singular día de invierno. Instintivamente mis mejillas se fueron propagando como si de un lagod e agua se tratase y pronto la piel se acabaría tiñendo de rojo.
-De n...nada..-
Acto seguido, como si de una gacela se tratase, la pequeña Eri tomó una calabaza verde y la lanzó con todas sus fuerzas en dirección al abrelatas de Amegakure.
*No... Otra vez no, por favor*
Pero lo hizo.
Volvió a huir entre sollozos. Pude comprender lo que sentía la kunoichi con las palabras de Kaido. Lo había sentido muchas veces durante mi infancia y en ocasiones todavía lo experimentaba en las calles de Uzushiogakure. La vergüenza, ser el centro de las burlas y las críticas, solo faltaban las risas provocadas del tiburón.
Salí de nuevo tras ella.
Tuve que correr unos pocos metros pero logré alcanzar su brazo antes de que saliéramos del campo de calabazas.
-Eri...- trataba de tranquilizarla con mis palabras. No sabía muy bien qué decir, pero poco a poco iban saliendo las palabras -¿Seguro que estás bien? ¿Qué ha pasado? ¡Y olvídate de ese imbécil! Conseguiremos tu calabaza y nos iremos de aquí, pronto lo dejaremos atrás y podremos olvidarnos de él-
*Pero como sigas huyendo la que se quedará sola serás tu*
Solté su brazo con la esperanza de que no volviese a correr.
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