7/12/2022, 17:11
—Por favor, dejad de discutir —intervino Daruu, riéndose—. Si nos escuchan, no sé qué será de nosotros. Shanise podría oírnos, el despacho anda por aquí cerca.
Takeshi entornó los ojos, de forma maliciosa. De haber tenido labios, sin duda habría sonreído.
—Si os escuchan. Si yo desaparezco, os quedáis vosotros con el problema.
—Yo solo repetía las palabras de un tipo con boina en el documental —se excusó Datsue, alzando las manos en señal de paz.
—¡Bah! ¿Qué puede saber un humano? —bufó el halcón, erizando las plumas del cuello con gesto ofendido.
Daruu pareció reparar entonces en la presencia de Ayame. Abrió los ojos, visiblemente sorprendido por el gesto que adornaba el rostro de la kunoichi.
—Ayame... pareces feliz.
Ella se sobresaltó ligeramente, como si la hubiesen pillado haciendo algo indebido. Pero era todo lo contrario. Entrelazó las manos sobre el pecho, intentando calmar los alocados latidos de su corazón. Era extraño. Se sentía feliz. Muy feliz. Como si aquella carrera hubiese liberado algo dentro de ella. Ayame alzó los ojos al cielo, con las gotas de lluvia empapando su rostro y su cabello. Un rayo atravesó las nubes de repente, iluminando sus rasgos durante un fugaz instante de tiempo. Pero no tuvo miedo. Sintió la energía de Yui en ese relámpago y se abrazó a ella. Cerró los ojos, respirando hondo, y algo pareció hacer click en su mente. Estaba con Daruu. Estaba con Datsue. En aquella misma torre estaba Shanise. A unas pocas calles de allí estaban su familia. También estaba la familia de Daruu. Si volaba más lejos, en otras aldeas también tenía amigos. Tuvo que fruncir los labios para que no le temblaran cuando una lágrima resbaló por su mejilla. Volvió a agachar la cabeza.
No estaba sola.
Por mucho que la terrorífica presencia de Kurama le hubiese hecho creer lo contrario.
Aquel cortante agarre en su garganta se aflojó. Al menos un poco. Y la voz salió rota y débil como un pajarillo bajo una tormenta, pero libre:
—Gra...cias...
Takeshi entornó los ojos, de forma maliciosa. De haber tenido labios, sin duda habría sonreído.
—Si os escuchan. Si yo desaparezco, os quedáis vosotros con el problema.
—Yo solo repetía las palabras de un tipo con boina en el documental —se excusó Datsue, alzando las manos en señal de paz.
—¡Bah! ¿Qué puede saber un humano? —bufó el halcón, erizando las plumas del cuello con gesto ofendido.
Daruu pareció reparar entonces en la presencia de Ayame. Abrió los ojos, visiblemente sorprendido por el gesto que adornaba el rostro de la kunoichi.
—Ayame... pareces feliz.
Ella se sobresaltó ligeramente, como si la hubiesen pillado haciendo algo indebido. Pero era todo lo contrario. Entrelazó las manos sobre el pecho, intentando calmar los alocados latidos de su corazón. Era extraño. Se sentía feliz. Muy feliz. Como si aquella carrera hubiese liberado algo dentro de ella. Ayame alzó los ojos al cielo, con las gotas de lluvia empapando su rostro y su cabello. Un rayo atravesó las nubes de repente, iluminando sus rasgos durante un fugaz instante de tiempo. Pero no tuvo miedo. Sintió la energía de Yui en ese relámpago y se abrazó a ella. Cerró los ojos, respirando hondo, y algo pareció hacer click en su mente. Estaba con Daruu. Estaba con Datsue. En aquella misma torre estaba Shanise. A unas pocas calles de allí estaban su familia. También estaba la familia de Daruu. Si volaba más lejos, en otras aldeas también tenía amigos. Tuvo que fruncir los labios para que no le temblaran cuando una lágrima resbaló por su mejilla. Volvió a agachar la cabeza.
No estaba sola.
Por mucho que la terrorífica presencia de Kurama le hubiese hecho creer lo contrario.
Aquel cortante agarre en su garganta se aflojó. Al menos un poco. Y la voz salió rota y débil como un pajarillo bajo una tormenta, pero libre:
—Gra...cias...