21/12/2022, 14:01
La voz de Ayame había vuelto en forma de una única palabra que tuvo una consecuencia inmediata: Daruu, sobrecogido y con la garganta agarrotada, antepuso el antebrazo frente a sus ojos cuando rompió a llorar de repente. Los ojos de Datsue también se vieron humedecidos, aunque nadie podría saber si era debido a la emoción o era un efecto visual provocado por la tormenta de Amegakure. Y Ayame, profundamente avergonzada por una razón que ni ella misma comprendía, agachó la mirada.
—Lo siento mucho, mis amigos. Por vuestra pérdida —dijo el Uchiha.
Ayame no volvió a hablar. Había hundido los hombros y dejó que lo hiciera Daruu:
—Datsue... en esta aldea no llueve. Nuestro dios llora —expuso el Hyūga.
—Así que ese era el secreto, ¿eh? Pues no sé qué opinaréis, pero creo que hoy no llora de pena —Los labios de Datsue se curvaron en una sonrisa—, sino de alegría.
Ayame volvió a alzar la mirada al cielo. Sus ojos, ausentes, se perdían en la inmensidad y los eternos claroscuros de las nubes que cubrían sus cabezas. Ni siquiera parpadeó cuando otro destellante rayo las surcó. Se mantuvo así varios segundos, sumida en sus propios pensamientos y, cuando el silencio se alargó tanto que parecía que no iba a añadir nada más, lo hizo:
—No... —Pero tuvo que carraspear; pues su voz, debilitada por el paso del tiempo, sonaba ronca y frágil. No remedió demasiado, sin embargo—. Es Yui-sama.
—Lo siento mucho, mis amigos. Por vuestra pérdida —dijo el Uchiha.
Ayame no volvió a hablar. Había hundido los hombros y dejó que lo hiciera Daruu:
—Datsue... en esta aldea no llueve. Nuestro dios llora —expuso el Hyūga.
—Así que ese era el secreto, ¿eh? Pues no sé qué opinaréis, pero creo que hoy no llora de pena —Los labios de Datsue se curvaron en una sonrisa—, sino de alegría.
Ayame volvió a alzar la mirada al cielo. Sus ojos, ausentes, se perdían en la inmensidad y los eternos claroscuros de las nubes que cubrían sus cabezas. Ni siquiera parpadeó cuando otro destellante rayo las surcó. Se mantuvo así varios segundos, sumida en sus propios pensamientos y, cuando el silencio se alargó tanto que parecía que no iba a añadir nada más, lo hizo:
—No... —Pero tuvo que carraspear; pues su voz, debilitada por el paso del tiempo, sonaba ronca y frágil. No remedió demasiado, sin embargo—. Es Yui-sama.

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