3/01/2023, 16:43
—Así es. Ríe porque has vuelto a hablar. Pero está furiosa —respondió Daruu, que se volvió hacia Datsue—. La Eterna Tormenta no puede luchar contra Kurama, no residiendo en el cielo junto a nuestro Dios —explicó.
Y Ayame volvió a hundir los hombros, con los ojos humedecidos. Jamás sería capaz de borrar las imágenes de aquel fatídico día. Como tampoco podría borrar lo que ocurrió... ni la impotencia y la rabia. Yui se había marchado, y ella no había podido hacer nada por evitarlo. Pese a que dio todo lo que estaba en su mano y más. La vida de la Arashikage se esfumó entre sus dedos cuando parecía haber estado a punto de alcanzarla.
Daruu se dio la vuelta y caminó hasta el borde de la torre. Levantó la mano al cielo.
—En el Valle de los Dojos, dije que yo sería la Tormenta. Pero lo somos todos sus hijos e hijas. Todos.—Daruu cerró el puño—. Seremos un conductor para su Ira. Datsue. Prométemelo... si tienes la oportunidad... —pidió, bajando el brazo—. Si nosotros no lo logramos, piensa en ella cuando mates a Kurama. Porta su ira. Porta nuestro recuerdo. Sé que no tuvisteis una buena relación, pero... Se trata de hacer justicia. Una justa venganza.
—Pensaré en ella, lo prometo —Respondió Datsue. Pero justo después torció el gesto—. Sin embargo… ¿Es asesinar a Kurama el camino correcto? Conozco la sensación que tenéis. Creedme, la he tenido. Pero, ¿qué resolveríamos matando a Kurama? Terminaría por revivir en otro lugar, en otra época. Con varias lecciones aprendidas y unas Villas quizá más flojas. Es algo que llevo tiempo dándole vueltas. De cómo terminar el ciclo, de una vez y por todas. No tengo clara la solución, pero sí que tenemos que hacerle algo más grave. Algo... Algo peor que matarle.
Ayame frunció ligeramente el ceño. Aquella era una cuestión que se había planteado desde hacía mucho tiempo: Si mataban a Kurama, como cualquier otro Bijū, terminaría reviviendo en un futuro. Y, seguramente, con más ansias de venganza que nunca. Si no lo mataban, sólo quedaba la opción de sellarle como se hizo antaño con el resto de sus Hermanos. Pero, nuevamente, sólo sería cuestión de tiempo que alguien lograra liberarle. Estaban en un callejón sin salida; y Ayame, hasta aquel día, no había encontrado una solución idónea para aquel dilema.
—¿Qué sugieres entonces, Datsue? —Preguntó.
Y sintió la expectación de Kokuō en su interior, escuchando atentamente.
Y Ayame volvió a hundir los hombros, con los ojos humedecidos. Jamás sería capaz de borrar las imágenes de aquel fatídico día. Como tampoco podría borrar lo que ocurrió... ni la impotencia y la rabia. Yui se había marchado, y ella no había podido hacer nada por evitarlo. Pese a que dio todo lo que estaba en su mano y más. La vida de la Arashikage se esfumó entre sus dedos cuando parecía haber estado a punto de alcanzarla.
Daruu se dio la vuelta y caminó hasta el borde de la torre. Levantó la mano al cielo.
—En el Valle de los Dojos, dije que yo sería la Tormenta. Pero lo somos todos sus hijos e hijas. Todos.—Daruu cerró el puño—. Seremos un conductor para su Ira. Datsue. Prométemelo... si tienes la oportunidad... —pidió, bajando el brazo—. Si nosotros no lo logramos, piensa en ella cuando mates a Kurama. Porta su ira. Porta nuestro recuerdo. Sé que no tuvisteis una buena relación, pero... Se trata de hacer justicia. Una justa venganza.
—Pensaré en ella, lo prometo —Respondió Datsue. Pero justo después torció el gesto—. Sin embargo… ¿Es asesinar a Kurama el camino correcto? Conozco la sensación que tenéis. Creedme, la he tenido. Pero, ¿qué resolveríamos matando a Kurama? Terminaría por revivir en otro lugar, en otra época. Con varias lecciones aprendidas y unas Villas quizá más flojas. Es algo que llevo tiempo dándole vueltas. De cómo terminar el ciclo, de una vez y por todas. No tengo clara la solución, pero sí que tenemos que hacerle algo más grave. Algo... Algo peor que matarle.
Ayame frunció ligeramente el ceño. Aquella era una cuestión que se había planteado desde hacía mucho tiempo: Si mataban a Kurama, como cualquier otro Bijū, terminaría reviviendo en un futuro. Y, seguramente, con más ansias de venganza que nunca. Si no lo mataban, sólo quedaba la opción de sellarle como se hizo antaño con el resto de sus Hermanos. Pero, nuevamente, sólo sería cuestión de tiempo que alguien lograra liberarle. Estaban en un callejón sin salida; y Ayame, hasta aquel día, no había encontrado una solución idónea para aquel dilema.
—¿Qué sugieres entonces, Datsue? —Preguntó.
Y sintió la expectación de Kokuō en su interior, escuchando atentamente.