2/02/2023, 22:32
Expectativas
Hace tiempo, bastante tiempo... décadas quizás, un linaje de sangre con el apellido Ichikawa comenzó a ganar un elaborado prestigio como maestros armeros. Comenzaron desde lo más bajo, y llegaron hasta lo más alto, literalmente. La primera forja Ichikawa estaba situada en un primer piso de uno de los edificios más lejanos de la villa, casi a las afueras. Pero con el paso del tiempo, y con la ganancia de fama y dinero, los Ichikawa llegaron a abrir una forja en uno de los edificios más céntricos de Amegakure. Se trata de un ático, en uno de los torreones más altos de la villa, donde además la familia tiene varias plantas compradas, lugar en el que residen la mayoría. Un negocio muy familiar, y del cuál es difícil evadirse. Absolutamente todos los Ichikawa pasan por la empresa, ya sea como artesanos de metal, o ingenieros armamentisticos. Nadie se libra, aunque sus aspiraciones sean otras, en todo caso pueden compaginar de modo que la empresa familiar nunca pierda.
Conforme las generaciones fueron pasando, las expectativas que la familia ponía en sus nuevos miembros iban aumentando. En cada generación surgían mejores herreros y artesanos, mejores ingenieros o idealistas. La diferencia entre el primer Ichikawa que tomó un martillo y aporreó un metal, sin conocimiento alguno, hasta los más recientes que habían estudiado carreras o viajado para ver millares de técnicas de siderúrgica, era atroz. Era como comparar un barco de papel, con una fragata de metal blindado y armada hasta los dientes. Pero aún así, sucedía. Se ponía una expectativa cada vez mayor, y mayor, y mayor. Llegado un punto, los nuevos miembros no podían permitirse el lujo de no ser perfectos. Un paso en falso, y parecía que el mundo se venía encima.
Así pues, en la última generación Ichikawa, nació el futuro heredero de todo, Arata. El padre , Ichikawa Suimetsu; así como su madre, Senju Sakura. Ambos pusieron unas expectativas enormes en su hijo, dantescas. Apenas había comenzado a andar, y ya le exigían correr. Apenas había dicho su primera palabra, ya le exigían enumerar, deletrear e incluso decir el nombre de toda la famila. Apenas había aprendido a escribir, y ya le exigían tener una caligrafía perfecta y dominar todo el Hiragana y el Katakana. Apenas había entrado en la escuela, y ya le exigían ser el alumno número uno de la clase. Apenas había empezado a hacer examenes, y ya le exigían no bajar su nota de 100 puntos sobre 100...
¡Malditas expectativas!.
¿Que sucedía si no cumplía con las dichosas expectativas?. Pues era bien sencillo. El maldito hijo no quería otra cosa que ser una vergüenza para la familia. El maldito hijo era una deshonra para el apellido. El maldito hijo se llevaba un rapapolvo del copón, se podía quedar sin comer por días, se podía quedar encerrado a oscuras por semanas, y cosas mucho peores. Los castigos pudieron ser de todo menos suaves, y a cada año que cumplía se podían endurecer más, pues se acercaba a la madurez y dejaba de ser un niño. Nunca llegaron a ponerle la mano en lo alto, pero a veces eso no es ni necesario.
Por suerte o por desgracia, los castigos no fueron necesarios mucho tiempo. La disciplina, los modales, y la etiqueta fueron aprendidos con rapidez. La perfección se volvió su norma de vida. Arata no podía permitirse el lujo de otra cosa. Fue el alumno estrella en toda su época de estudios primarios. Hasta fue el delegado de clase en todos los cursos. Mas tarde, sintió interés en la vida shinobi, y se graduó en la academia siendo el primero de su curso. Tras ello comenzó a trabajar en la empresa, su momento había llegado. Fue entonces que vio su verdadera vocación: combinar la vida shinobi con la empresa familiar. Su futuro era convertirse en el mejor marionetista del mundo, y hacer que sus marionetas y artilugios se vendan hasta en el último confín de Onindo. Y si estaba a su alcance, quería swr considerado el shinobi perfecto como apoyo. El resto de shinobis se darían de tortas para trabajar con él.