15/01/2025, 19:59
Podría haber estado lloviendo a cántaros, nevando cual tormenta o granizando témpanos. a Ranko no le importaba. Para ella todo estaba seco, como si no hubiera aire, como si su piel quemara al roce con el vacío y la luz matinal. Como si no fuera a permitírsele a nada vivir de nuevo.
La chica estaba de pie, mirando la casa. Era un hogar pequeño, sencillo, pero bonito. En otra ocasión podría haberse imaginado pasar una tarde tranquila bebiendo té en el patio, o durmiendo en la sombra en la tarde. Pero no en ésta. En esta ocasión, el patio bien podría estar muerto, y la casa bien podría estar en ruinas.
Apretó su mano izquierda, pues la derecha le dolía mucho. No había pasado mucho desde que habían regresado del frente, y aunque su mano ya no sangraba, le escocía todo el día. Ya no portaba su trenza habitual, pues su cabello había sido quemado en el combate, y las dos largas tiras de pelo castaño que quedaban de la trenza ahora caían sin gracia sobre su espalda. Ranko miró atrás, hacia su madre. Ésta había perdido una pierna en el fragor de la batalla, y ahora caminaba con muletas. Pero intentaba ignorar sus heridas para animar a a su hija, y la había acompañado para prestarle un hombro, si lo necesitaba. No entraría con ella, sino que esperaría fuera.
—Aquí estaré, Ranko. —le dijo con confianza, asintiendo. Ella misma había hecho lo que la chūnin estaba a punto de hacer. Varias veces.
Ranko asintió también y tomó aliento, como si fuese a zambullirse en un lago frío por una hora. Avanzó tortuosamente hacia la casa de Lyndis Zhaoren y tocó la puerta.
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