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Podría haber estado lloviendo a cántaros, nevando cual tormenta o granizando témpanos. a Ranko no le importaba. Para ella todo estaba seco, como si no hubiera aire, como si su piel quemara al roce con el vacío y la luz matinal. Como si no fuera a permitírsele a nada vivir de nuevo.
La chica estaba de pie, mirando la casa. Era un hogar pequeño, sencillo, pero bonito. En otra ocasión podría haberse imaginado pasar una tarde tranquila bebiendo té en el patio, o durmiendo en la sombra en la tarde. Pero no en ésta. En esta ocasión, el patio bien podría estar muerto, y la casa bien podría estar en ruinas.
Apretó su mano izquierda, pues la derecha le dolía mucho. No había pasado mucho desde que habían regresado del frente, y aunque su mano ya no sangraba, le escocía todo el día. Ya no portaba su trenza habitual, pues su cabello había sido quemado en el combate, y las dos largas tiras de pelo castaño que quedaban de la trenza ahora caían sin gracia sobre su espalda. Ranko miró atrás, hacia su madre. Ésta había perdido una pierna en el fragor de la batalla, y ahora caminaba con muletas. Pero intentaba ignorar sus heridas para animar a a su hija, y la había acompañado para prestarle un hombro, si lo necesitaba. No entraría con ella, sino que esperaría fuera.
— Aquí estaré, Ranko. —le dijo con confianza, asintiendo. Ella misma había hecho lo que la chūnin estaba a punto de hacer. Varias veces.
Ranko asintió también y tomó aliento, como si fuese a zambullirse en un lago frío por una hora. Avanzó tortuosamente hacia la casa de Lyndis Zhaoren y tocó la puerta.
Pensamientos (Plum) ✧ Diálogos (PaleVioletRed)
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Desde que Lyndis partió a la guerra, su madre, Li, se había pasado día tras día con un mal sabor de boca y un miedo difícil de explicar en el cuerpo. Era una mujer igual de alta que la peli plateada, pero se veía increíblemente más delicada que ella, tanto en su aspecto como en como actuaba. Sus cabellos eran de un rubio platino, largos y láceos hasta el final de su espalda, y vestía kimonos simples, que ella misma había confeccionado con las telas que compraba; la ropa de Lyndis, había sido hecha por ella, así como remendada una y mil veces.
Durante los primeros días, observaba desde la puerta de su casa el camino que daba a esta, esperando que tarde o temprano su hija volviera. Pero tras ver como volvieron otros ninjas enviados durante esos días y nadie se acercaba a su casa, empezó a temerse lo peor.
Cuando tocaron a la puerta, Ranko pudo escuchar como alguien corría apresuradamente hacia la entrada, abriendo posteriormente está de golpe.
— ¿¡Waai!? — gritó abriendo la puerta de golpe con un rostro de desesperación.
Sin embargo, cuando vio que no se trataba de su hija, se irguió lentamente, apretando los labios, y tragando saliva completamente decepcionada. Estaba acalorada, tenía grandes ojeras y la respiración agitada por la carrera que había emprendido. Se mantuvo en silencio, mirando a Ranko de arriba abajo con lentitud.
— T-Tú eres... Eres Ranko... ¿Verdad? — O por lo menos, lo parecía según la descripción que Lyndis le daba una y otra vez
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— ¿¡Waai!?
Escuchar el nombre real de Lyndis le fracturó el corazón aún más. Y que la primera vez que viera a esa mujer tan importante para su novia fuese aquel desgarrador momento era de las jugadas más crueles del destino.
—S-sí. Mi nombre es S-Sagisō... Ranko. Li-san, ¿Cierto?
Ranko inclinó su cabeza a modo de saludo, pero no pudo levantarla de nuevo. No pudo ver a Zhaoren Li a los ojos. No pudo decir nada más por varios segundos. Sus fuerzas se desvanecieron y la chica se vio obligada a apoyar sus manos en sus rodillas. Una fuerza invisible le apretó el pecho, y le impidió respirar. Apretó los dientes para no gritar. Después de eternos segundos, logró hablar, a duras penas.
—Lo... Lo... Lo... Sien... To...
Luego cayó de rodillas, se inclinó hasta que su frente tocó el suelo, en posición de súplica ante la mujer, ante la tierra y el cielo, y ante todos los dioses. Sus lágrimas ya habían comenzado a caer, y su voz se quebraba.
—Lo siento... Tanto...
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Ranko había oído hablar de la madre de Lyndis en alguna que otra ocasión por parte de ella. Era una mujer amable, buena y bondadosa, con una afable sonrisa siempre en los labios y una delicadeza que su hija no parecía haber heredado lo más mínimo. Sin embargo, frente a ella no estaba ni la sombra de lo que la semi-oni había descrito; había una profunda tristeza en ella, sus ojos parecían haber perdido el brillo natural y se arrastraba por la casa como si fuera un fantasma.
Las palabras de Ranko confirmaron el peor de sus presagios; o más bien, el que ella ya había asumido hace tiempo, cuando, tras el paso de los días, nadie aparecía por su casa. Si al menos hubiera acabado herida y en un hospital, alguien se habría molestado en informarla, pero no fue así.
Los labios de Li titubearon al ver como Ranko se derrumbaba ante ella; al igual que Ranko había escuchado mucho sobre la madre de Lyndis, esta había oído todas y cada una de las cosas que su hija había contado de ella.
Una lágrima resbaló por su mejilla y bajo la cabeza para que el resto acabaran acompañándola por el resto de su rostro. Lloró casi en silencio, apretando los labios por reprimir sus sentimientos, pero no parecía haber éxito alguno en ello.
— Me imaginaba lo peor... Y aun así... Aun así duele demasiado... — Murmuró practicamente.
Hablar (Royalblue) — Pensar (MediumOrchid)
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