18/02/2016, 21:51
La intervención del tiburón había servido para calmar los ánimos. Pues a pesar de que Eri seguía luciendo incómoda, al final zanjó el asunto al aceptar de manera grácil que había cometido un error, a tal punto de que también optó por disculparse. Pero eso realmente no hacía falta, Kaido sólo había intentado decirle la verdad; ella no le debía nada al gyojin en lo absoluto.
Mucho menos una disculpa y por suerte yota supo hacérselo saber con su respuesta.
-Tampoco hace falta que hagas una reverencia... ¡Ni que fuéramos tus superiores!
Kaido asintió.
—Tu amigo tiene razón, no pasa nada.
A simple vista todo estaba resuelto, aunque podía seguir sintiendo el resquemor de sus interlocutores para con su presencia. Pero cómo juzgarles, si no sólo se trataba de un extranjero perteneciente a una aldea distinta, sino que también lucía como un experimento de laboratorio.
El desconocimiento genera temor, y el temor te obliga a ser cauteloso.
No podía culpar a los tórtolos por eso.
Y aunque no lo esperase en lo absoluto, Eri decidió —quien sabe por qué— continuar aquel encuentro, pidiéndoles a ambos que le ayudaran a conseguir una calabaza. Kaido volvió a sonreír, sorprendido: hacía tiempo que no veía a una chica tan amable e inocente como ella. De hecho, le recordaba mucho a una persona de su propia aldea.
«Se parece mucho a Ayame» —meditó introspectivamente.
El tiburón les instó a reponerse, a fin de que le siguieran nuevamente hasta la plantación de calabazas. No estaban lejos y en menos de 30 segundos ya el gyojin se encontraba palpando un par de las pelotas anaranjadas intentando encontrar la más adecuada para su nueva amiga del remolino. No obstante, el barullo de unos cuantos ciudadanos alrededor de las casas que envolvían la plantación le obligó a voltear en súbito, pues parecían apurados en querer guardar todo y encerrarse en sus casas.
Antes de que uno de los trabajadores dejara todo para salir despavorido hacia cual fuese su hogar, Kaido le paró agarrándole la camiseta. Le observó con el ceño fruncido y contempló el temor que invadía el rostro del señor.
—¿Y a ti que te picó? —indagó—. ¿por qué estáis corriendo todos?
—Él ya viene, ¡ya viene! —advirtió— ¡Colmillo de sable Shinzo!
El hombre logró soltarse y terminó de dejar los linderos de la plantación con rapidez. Kaido no pudo hacer más que alzar los hombros y mirar a sus dos compañeros, confuso aunque un poco curioso sobre el tal Shinzo que hizo temblar a todo el pueblo.
Le pareció sumamente extraño, pues aunque llevaba allí unos 3 días; no fue sino hasta entonces que les vio actuar de esa manera. Quizás, solo quizás; se encontraba allí en el momento menos indicado del mes.
—¿Pero qué se ha fumado esta gente?
Mucho menos una disculpa y por suerte yota supo hacérselo saber con su respuesta.
-Tampoco hace falta que hagas una reverencia... ¡Ni que fuéramos tus superiores!
Kaido asintió.
—Tu amigo tiene razón, no pasa nada.
A simple vista todo estaba resuelto, aunque podía seguir sintiendo el resquemor de sus interlocutores para con su presencia. Pero cómo juzgarles, si no sólo se trataba de un extranjero perteneciente a una aldea distinta, sino que también lucía como un experimento de laboratorio.
El desconocimiento genera temor, y el temor te obliga a ser cauteloso.
No podía culpar a los tórtolos por eso.
Y aunque no lo esperase en lo absoluto, Eri decidió —quien sabe por qué— continuar aquel encuentro, pidiéndoles a ambos que le ayudaran a conseguir una calabaza. Kaido volvió a sonreír, sorprendido: hacía tiempo que no veía a una chica tan amable e inocente como ella. De hecho, le recordaba mucho a una persona de su propia aldea.
«Se parece mucho a Ayame» —meditó introspectivamente.
El tiburón les instó a reponerse, a fin de que le siguieran nuevamente hasta la plantación de calabazas. No estaban lejos y en menos de 30 segundos ya el gyojin se encontraba palpando un par de las pelotas anaranjadas intentando encontrar la más adecuada para su nueva amiga del remolino. No obstante, el barullo de unos cuantos ciudadanos alrededor de las casas que envolvían la plantación le obligó a voltear en súbito, pues parecían apurados en querer guardar todo y encerrarse en sus casas.
Antes de que uno de los trabajadores dejara todo para salir despavorido hacia cual fuese su hogar, Kaido le paró agarrándole la camiseta. Le observó con el ceño fruncido y contempló el temor que invadía el rostro del señor.
—¿Y a ti que te picó? —indagó—. ¿por qué estáis corriendo todos?
—Él ya viene, ¡ya viene! —advirtió— ¡Colmillo de sable Shinzo!
El hombre logró soltarse y terminó de dejar los linderos de la plantación con rapidez. Kaido no pudo hacer más que alzar los hombros y mirar a sus dos compañeros, confuso aunque un poco curioso sobre el tal Shinzo que hizo temblar a todo el pueblo.
Le pareció sumamente extraño, pues aunque llevaba allí unos 3 días; no fue sino hasta entonces que les vio actuar de esa manera. Quizás, solo quizás; se encontraba allí en el momento menos indicado del mes.
—¿Pero qué se ha fumado esta gente?