5/03/2016, 03:15
¿Por qué hay tanta gente aquí? ¡Me cago en todo, si apenas se puede pasar!
La chica de piel café y pelo rubio platino se apartó el flequillo de la cara e intentó ponerse de puntillas para ver más allá de las primeras filas de la multitud. Normalmente la Plaza de la Estatua -como ella la había bautizado- no estaba tan llena, incluso a aquellas horas del mediodía. Joder, este sitio es una lata de sardinas, ¿es que no voy a poder ni llegar hasta el puesto de los hermanos Ramones? ¡Me muero de hambre! Inútilmente trató de abrirse paso a empujones, pero por aquella zona de la plaza la muchedumbre era tan compacta que los dos hombres de delante suya apenas notaron nada. Resignada, decidió que la mejor estrategia a seguir era ir bordeando la plaza, y rezar por que hubiera un pasaje seguro hasta el tenderete con el mejor ramen de los Dojos.
Con paso firme y seguro, esquivando de tanto en tanto a algún transeúte despistado, Anzu fue rodeando la multitud hasta acercarse esperanzadoramente a los Ramones. Por el camino no pudo evitar que la curiosidad le picase, y siendo como era, decidió hacer un alto en su arduo camino para averiguar a santo de qué estaba la plaza tan llena aquel día. Esto resultó ser una tarea aún más difícil, ya que en lugar de bordear a la muchedumbre, tenía que atravesarla... Apenas consiguió avanzar un par de filas antes de darse por vencida. Bufó, molesta.
-Oye, socio, ¿qué pasa hoy? Esto está a reventar -preguntó a un señor, canoso y con gafas, que estaba encajado al lado suya-. ¿Es que regalan algo?
El hombre le lanzó una mirada molesta, acrecentada por la apariencia 'poco apropiada' de la chica, que resaltaba sobre todo en lugares tan tradicionales como los Dojos del Combatiente. Sin embargo, haciendo gala de la cortesía habitual de estas mismas gentes, le contestó.
-Esto, muchacha, es el concurso de poesía de los Dojos. Qué, pensabas que aquí todo se reduce a batirnos el cobre, ¿no? -agregó, tras ver la bandana ninja que relucía en el brazo derecho de Anzu-. Estos ninjas, no entendéis de nada...
-Eh, un respeto, carcamal -reclamó la Yotsuki, tratando de poner la mirada más feroz de la que era capaz. No surtió mucho efecto-.
Concurso de poesía, ¡hay que joderse! Más que los Dojos del Combatiente, este sitio debería llamarse los Dojos del Floripondio, o algo así... Desilusionada, salió de entre la multitud y poco después llegó, por fin, a su ansiado destino; el tenderete de los hermanos Hidetaka.
-¡Buenas tardes! ¡Takeshi-san, Miyazaki-san! -saludó alegremente la Yotsuki después de sentarse en uno de los altos taburetes de la barra-.
-¡Anzu-chan! Siempre es un placer verte por aquí. ¿Vienes hoy sola? -respondió el hombre que tomaba los pedidos, un tipo alto y delgado, con la cabeza rasurada por completo-. ¿Qué va a ser?
-Soy una chica independiente, Takeshi-san -contestó Anzu mientras ojeaba el tablón de madera donde figuraban las especialidades de la casa-. Hoy probaré el Shōyu, ¡pero no le pongas demasiada soja!
La chica de piel café y pelo rubio platino se apartó el flequillo de la cara e intentó ponerse de puntillas para ver más allá de las primeras filas de la multitud. Normalmente la Plaza de la Estatua -como ella la había bautizado- no estaba tan llena, incluso a aquellas horas del mediodía. Joder, este sitio es una lata de sardinas, ¿es que no voy a poder ni llegar hasta el puesto de los hermanos Ramones? ¡Me muero de hambre! Inútilmente trató de abrirse paso a empujones, pero por aquella zona de la plaza la muchedumbre era tan compacta que los dos hombres de delante suya apenas notaron nada. Resignada, decidió que la mejor estrategia a seguir era ir bordeando la plaza, y rezar por que hubiera un pasaje seguro hasta el tenderete con el mejor ramen de los Dojos.
Con paso firme y seguro, esquivando de tanto en tanto a algún transeúte despistado, Anzu fue rodeando la multitud hasta acercarse esperanzadoramente a los Ramones. Por el camino no pudo evitar que la curiosidad le picase, y siendo como era, decidió hacer un alto en su arduo camino para averiguar a santo de qué estaba la plaza tan llena aquel día. Esto resultó ser una tarea aún más difícil, ya que en lugar de bordear a la muchedumbre, tenía que atravesarla... Apenas consiguió avanzar un par de filas antes de darse por vencida. Bufó, molesta.
-Oye, socio, ¿qué pasa hoy? Esto está a reventar -preguntó a un señor, canoso y con gafas, que estaba encajado al lado suya-. ¿Es que regalan algo?
El hombre le lanzó una mirada molesta, acrecentada por la apariencia 'poco apropiada' de la chica, que resaltaba sobre todo en lugares tan tradicionales como los Dojos del Combatiente. Sin embargo, haciendo gala de la cortesía habitual de estas mismas gentes, le contestó.
-Esto, muchacha, es el concurso de poesía de los Dojos. Qué, pensabas que aquí todo se reduce a batirnos el cobre, ¿no? -agregó, tras ver la bandana ninja que relucía en el brazo derecho de Anzu-. Estos ninjas, no entendéis de nada...
-Eh, un respeto, carcamal -reclamó la Yotsuki, tratando de poner la mirada más feroz de la que era capaz. No surtió mucho efecto-.
Concurso de poesía, ¡hay que joderse! Más que los Dojos del Combatiente, este sitio debería llamarse los Dojos del Floripondio, o algo así... Desilusionada, salió de entre la multitud y poco después llegó, por fin, a su ansiado destino; el tenderete de los hermanos Hidetaka.
-¡Buenas tardes! ¡Takeshi-san, Miyazaki-san! -saludó alegremente la Yotsuki después de sentarse en uno de los altos taburetes de la barra-.
-¡Anzu-chan! Siempre es un placer verte por aquí. ¿Vienes hoy sola? -respondió el hombre que tomaba los pedidos, un tipo alto y delgado, con la cabeza rasurada por completo-. ¿Qué va a ser?
-Soy una chica independiente, Takeshi-san -contestó Anzu mientras ojeaba el tablón de madera donde figuraban las especialidades de la casa-. Hoy probaré el Shōyu, ¡pero no le pongas demasiada soja!