9/03/2016, 04:33
Quién sabe si las pensiones estatales son iguales en todas las aldeas, pero en Takigakure sí que es un buen negocio. La abuela de Hei, al ser senil y haber aportado junto a su difunto marido al ingreso bruto de la aldea, cobra una jubilación de otro planeta. Pero claro, está senil. Necesita medicación que la mantenga tranquila y controle sus emociones, así como pagar un seguimiento psicológico y más. No obstante, para su suerte, Hei adquirió de alguna manera u otra ese instinto de supervivencia sacrificado que te obliga comprar el papel higienico que raspa en vez del esponjoso. Cosas así, acumuladas, terminan en una alcancia llena de cambio a los 2 o 3 meses. Hoy era el día en el que se rompía la alcancía. Mas Hei aún dormía, era temprano.
— ¡CRACK! ¡CRACK! ¡CRACK!— El sol ni había salido y su abuela ya estaba vociferando, o más bien gritando. Se podría escuchar desde una cuadra de distancia como un grito ahogado salía por la ventana de la habitación donde su abuela y Hei duermen todas las noches.
— ¿QUÉ QUÉ DE QUE CUÁNDO? — Rokuro se despertó exclamando algo parecido a lo que decía la anciana, solo que este pegó un salto y empuñó el kunai con el que siempre duerme todas las noches debajo de la almohada. Después de entender la situación se calmó y se dejó caer en el futon del 4x4, dirigiendo su vista hacia el techo. — Cierto. Hoy toca "Crack". — Se recordó a sí mismo en voz alta. — Abuela, ve a buscar... — El seco ruido del metal contra la cerámica y luego el sordo de la madera lo interrumpió. — Te apresuraste. — Continuó al darse cuenta que su abuela no estaba, al dirigir la vista nuevamente hacia donde hace rato pataleaba y gritaba. Sonrió.
Con la misma sonrisa caminó hasta la sala de estar, ellos prefieren llamarle la sala del té, para ver a su abuela en pijamas contando dinero a la vez que separaba monedas y pedazos de cerámica rosa. Hei dejó escapar una carcajada, pues ella se había olvidado de como contar. La sorprendió por la espalda, sin asustarla, abrazándola. Ella era mucho más pequeña que él.
— ¿A donde quieres ir esta vez obaasan? — Preguntó en su oído.
— Tanzaku Gai. —
— ¿Tanzaku Gai? ¿Qué es eso? — Volvió a preguntar algo sorprendido.
— Son unas aguas termales muy lindas. Allí conocí a tu padre. Quiero ir de nuevo. — Cortante como siempre le dejó claras sus ocurrencias.
— Pues a Tanzaku Gai iremos. Partiremos lo más pronto posible. ¿Como que mi padre? Oh, cierto. — A menudo Hei comete el gravisimo error de creerle a su abuela. Que está senil. — Loca. — Susurró mirando hacia otro lado.
Se bajaron de la carreta, habían pasado uno o dos días, el pobre no podía recordar, tampoco todos los que acompañaron a los malvivientes de su abuela y su nieto. Ya de por sí digerir un viaje como este es difícil, pero aún más al enterarte a medio camino que hacia donde vas no hay supuestas aguas termales. Se había ilusionado en vano. A su abuela no pareció importarle.
— Bueno. Llegamos. Tanzaku Gai. — Estaba a punto de anochecer. — Buscaré hospedaje y la noche saldremos a pasear, ¿te parece? — Ofreció.
— ¡Sí! — Espetó, sorprendiendo a sus compañeros de viaje que aún bajaban las valijas de la carreta.
A menudo sus planes salen bien, no como el quiere, pero de alguna forma u otra terminan saliendo bien. Capaz sea por su filosofía de vida, que es la de viajar sin conocer su rumbo o siquiera destino; vivir el momento. Y es aquí cuando su "mala suerte" entra en juego. No, sí encontró hospedaje y además le salió muy barato. Ordenó todo mientras su abuela tejía algo y luego se bañaron ambos. Primero ella y luego él.
— Aaaaah, qué ducha. ¿Cómo te sentó a ti... — Su abuela dormía plácidamente sobre su cama. — Me gané la lotería. — Sí señores, sólo en Tanzaku Gai, una ciudad de juegos de azar y quién sabe que más. La noche era joven.
Con sus ropas usuales, hasta su portaobjetos y bandana, salió a pasear por las traficadas calles de la ciudad que no parece tener sueño ni de noche. Se compró un pescado frito empalado en una vara de balsa y se sentó a comerlo en una plazoleta no tan llena de gente. Buscó con la mirada, entre los tantos que iban y venían, algún ninja con el que pueda compartir la noche. Le agradó mucho hacerlo la última vez en el florecimiento del Árbol Sagrado de Taki.
— ¡CRACK! ¡CRACK! ¡CRACK!— El sol ni había salido y su abuela ya estaba vociferando, o más bien gritando. Se podría escuchar desde una cuadra de distancia como un grito ahogado salía por la ventana de la habitación donde su abuela y Hei duermen todas las noches.
— ¿QUÉ QUÉ DE QUE CUÁNDO? — Rokuro se despertó exclamando algo parecido a lo que decía la anciana, solo que este pegó un salto y empuñó el kunai con el que siempre duerme todas las noches debajo de la almohada. Después de entender la situación se calmó y se dejó caer en el futon del 4x4, dirigiendo su vista hacia el techo. — Cierto. Hoy toca "Crack". — Se recordó a sí mismo en voz alta. — Abuela, ve a buscar... — El seco ruido del metal contra la cerámica y luego el sordo de la madera lo interrumpió. — Te apresuraste. — Continuó al darse cuenta que su abuela no estaba, al dirigir la vista nuevamente hacia donde hace rato pataleaba y gritaba. Sonrió.
Con la misma sonrisa caminó hasta la sala de estar, ellos prefieren llamarle la sala del té, para ver a su abuela en pijamas contando dinero a la vez que separaba monedas y pedazos de cerámica rosa. Hei dejó escapar una carcajada, pues ella se había olvidado de como contar. La sorprendió por la espalda, sin asustarla, abrazándola. Ella era mucho más pequeña que él.
— ¿A donde quieres ir esta vez obaasan? — Preguntó en su oído.
— Tanzaku Gai. —
— ¿Tanzaku Gai? ¿Qué es eso? — Volvió a preguntar algo sorprendido.
— Son unas aguas termales muy lindas. Allí conocí a tu padre. Quiero ir de nuevo. — Cortante como siempre le dejó claras sus ocurrencias.
— Pues a Tanzaku Gai iremos. Partiremos lo más pronto posible. ¿Como que mi padre? Oh, cierto. — A menudo Hei comete el gravisimo error de creerle a su abuela. Que está senil. — Loca. — Susurró mirando hacia otro lado.
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Se bajaron de la carreta, habían pasado uno o dos días, el pobre no podía recordar, tampoco todos los que acompañaron a los malvivientes de su abuela y su nieto. Ya de por sí digerir un viaje como este es difícil, pero aún más al enterarte a medio camino que hacia donde vas no hay supuestas aguas termales. Se había ilusionado en vano. A su abuela no pareció importarle.
— Bueno. Llegamos. Tanzaku Gai. — Estaba a punto de anochecer. — Buscaré hospedaje y la noche saldremos a pasear, ¿te parece? — Ofreció.
— ¡Sí! — Espetó, sorprendiendo a sus compañeros de viaje que aún bajaban las valijas de la carreta.
A menudo sus planes salen bien, no como el quiere, pero de alguna forma u otra terminan saliendo bien. Capaz sea por su filosofía de vida, que es la de viajar sin conocer su rumbo o siquiera destino; vivir el momento. Y es aquí cuando su "mala suerte" entra en juego. No, sí encontró hospedaje y además le salió muy barato. Ordenó todo mientras su abuela tejía algo y luego se bañaron ambos. Primero ella y luego él.
— Aaaaah, qué ducha. ¿Cómo te sentó a ti... — Su abuela dormía plácidamente sobre su cama. — Me gané la lotería. — Sí señores, sólo en Tanzaku Gai, una ciudad de juegos de azar y quién sabe que más. La noche era joven.
Con sus ropas usuales, hasta su portaobjetos y bandana, salió a pasear por las traficadas calles de la ciudad que no parece tener sueño ni de noche. Se compró un pescado frito empalado en una vara de balsa y se sentó a comerlo en una plazoleta no tan llena de gente. Buscó con la mirada, entre los tantos que iban y venían, algún ninja con el que pueda compartir la noche. Le agradó mucho hacerlo la última vez en el florecimiento del Árbol Sagrado de Taki.