11/03/2016, 21:44
Desparramado en su banca, a uno de los extremos, disfrutaba del cielo estrellado que tapaba su cabeza. Casualmente era idéntico al de su casa, Hei desconocía el porqué. Le resultó raro pero no inquietante. Hay tantas cosas de las que desconocemos, como lo es para él el sexo y la muerte. Elementos esenciales en la vida, casi inevitables. Claro, la primera puede que nunca ocurra, pero la segunda es inevitable. Uno de los tantos motivos por lo que le da estos gusto a su abuela es porque su situación está empeorando y capaz esta se vaya a otro mundo dentro de poco.
— Obaasan... — Aún sentado, con las piernas cruzadas, manos entrelazadas en su cuello y la mirada en el cielo, charló con él.
Entre suspiros, la idea daba escalofríos. ¿Una experencia cercana con la muerte? ¿Como se debía sentir? Era un ninja y debía estar preparado para esto, pero su abuela, su casi madre, estaba a punto de irse de las manos. Casi todos los Shinobis sufrieron experiencias trágicas y es por eso que dedican su vida a este complicado oficio, mas Hei no era nada más que un adolescente algo rebelde que podría estar dedicandose a otra cosa dentro de poco. Había leído su apellido en un libro el otro día, donde un pariente suyo aparecía. Este parecía dedicarse a la demolición con explosiones. Ese sería su trabajo ideal, ¿no? Se corre no tanto peligro como ninja y puede utilizar y entrenar su habilidad sin la necesidad de ir en el socorro de clientes.
— Puuuuuf. — Casi se les escapan unas lagrimas. Algo que le puede pasar a cualquiera. — Mierda... — Llevó su cuerpo para adelante, descruzó sus piernas y junto ambas manos cerca de su boca. Miró, con sus ojos vacíos, a Tanzaku Gai. ¿Que le deparaba esta ciudad con la que llegó con tanto entusiasmo?
Un chico se sentó en su misma banca. Hei estaba en el lado derecho de la misma, un peliblanco, al que el Bakutonero le dirigió la mirada instantaneamente, estaba en el lado izquierdo.
—Buenas noches —dijo al sentarse—. Es una ciudad donde resulta difícil irse a dormir temprano ¿cierto?
Algo pasmado y sorprendido por la aparición de este morocho peliblanco, que casualmente era muy similar a alguien que ya conocía. Llevaba un delantal blanco colgando de su hombro y ropas que no podía distinguir si eran negras o de algún otro color oscuro. Hei recordó sus pintas y que en la cabeza exhibía la insignia de su Aldea y se puso un tanto nervioso.
— Hay mucho que hacer, sí, pero para un pequeño como yo... — Sonrió un poco, asumiendo que el sujeto volvía o iba algún por deber y que era residente de la ciudad. No se pudo fijar bien su rostro, así que asumió que tenía sus años. — No soy de aquí. De hecho llegué hoy, fue un viaje muy largo. — Agregó mirando hacia otro lado.
— Obaasan... — Aún sentado, con las piernas cruzadas, manos entrelazadas en su cuello y la mirada en el cielo, charló con él.
Entre suspiros, la idea daba escalofríos. ¿Una experencia cercana con la muerte? ¿Como se debía sentir? Era un ninja y debía estar preparado para esto, pero su abuela, su casi madre, estaba a punto de irse de las manos. Casi todos los Shinobis sufrieron experiencias trágicas y es por eso que dedican su vida a este complicado oficio, mas Hei no era nada más que un adolescente algo rebelde que podría estar dedicandose a otra cosa dentro de poco. Había leído su apellido en un libro el otro día, donde un pariente suyo aparecía. Este parecía dedicarse a la demolición con explosiones. Ese sería su trabajo ideal, ¿no? Se corre no tanto peligro como ninja y puede utilizar y entrenar su habilidad sin la necesidad de ir en el socorro de clientes.
— Puuuuuf. — Casi se les escapan unas lagrimas. Algo que le puede pasar a cualquiera. — Mierda... — Llevó su cuerpo para adelante, descruzó sus piernas y junto ambas manos cerca de su boca. Miró, con sus ojos vacíos, a Tanzaku Gai. ¿Que le deparaba esta ciudad con la que llegó con tanto entusiasmo?
Un chico se sentó en su misma banca. Hei estaba en el lado derecho de la misma, un peliblanco, al que el Bakutonero le dirigió la mirada instantaneamente, estaba en el lado izquierdo.
—Buenas noches —dijo al sentarse—. Es una ciudad donde resulta difícil irse a dormir temprano ¿cierto?
Algo pasmado y sorprendido por la aparición de este morocho peliblanco, que casualmente era muy similar a alguien que ya conocía. Llevaba un delantal blanco colgando de su hombro y ropas que no podía distinguir si eran negras o de algún otro color oscuro. Hei recordó sus pintas y que en la cabeza exhibía la insignia de su Aldea y se puso un tanto nervioso.
— Hay mucho que hacer, sí, pero para un pequeño como yo... — Sonrió un poco, asumiendo que el sujeto volvía o iba algún por deber y que era residente de la ciudad. No se pudo fijar bien su rostro, así que asumió que tenía sus años. — No soy de aquí. De hecho llegué hoy, fue un viaje muy largo. — Agregó mirando hacia otro lado.