Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Vio como el Uchiha paró en el cruce de caminos y vio una pequeña oportunidad para adelantarle, pero cuando llegó unos escasos segundos más tarde que él, tropezó con una piedra y cayó al suelo. ¿Por qué todo tenía que pasarle a ella? ''Son demasiadas veces hoy las que me he caído...''
Se levantó y se sacudió el polvo como buenamente pudo, entonces miró a Datsue de forma interrogante, ¿se habría cansado de correr? ¿La estaba esperando? ¡Si todavía quedaba mucho para llegar a los Dojos! ¿O era para reírse de ella? ¡No tenía el horno para bollos en ese instante! Bueno... Quizás todo lo que llevaba vivido hasta ahora en aquel lugar le estaba afectando mucho, sí, debería decirse que sí. Se encogió de hombros en su posición y suspiró, bajando la mirada con pena.
—¿Quién crees que habrá puesto todas esas trampas? —preguntó el de Takigakure tras un rato de silencio. —. ¿Y por qué?
—¿Puede ser que para cazar? — Dijo sin pensar, luego se llevó su dedo índice al mentón, pensativa. —Sinceramente... No lo sé, solo de pensar en que torturan a gente cada cierto tiempo, o que hacen que se ahoguen... Como aquella pobre... — No pudo terminar la frase, llevándose una mano a la boca, sin poder continuar. —Creo que... Bueno... Simplemente son unos dementes sin corazón.
Podría ser una respuesta con lógica, pero la huérfana en verdad no sabía qué pensar ni decir sobre aquella situación. Era tan... Irracional, que le daba escalofríos tan solo con pensarlo.
—¿Y tú, qué piensas? — Preguntó al cabo de un poco, retomando la marcha hacia los Dojos, esta vez caminando, por la travesía que sí les llevaría a aquellos Dojos de una vez por todas. Ese día estaba siendo inhumano.
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100
Así que para cazar… Pero, ¿quién cojones está tan loco? Y en pleno Torneo, cuando no para de entrar y salir gente de los Dojos. Chasqueó la lengua. Joder, tenía que haber hecho más por el anciano. Seguramente no hubiésemos llegado a tiempo para salvarle, pero… Mierda.
¿Tendría familia aquel anciano? ¿Tendría hijos, nietos u esposa que notaran su ausencia? Datsue se imaginó la escena: primero, molestos por su tardanza; luego, preocupados; y, finalmente, angustiados por no saber dónde estaba. Lo siguiente sería buscarle y, con mala suerte, encontrarle. Porque eso significaba caer en la trampa.
—¿Y tú, qué piensas?
Las palabras de Eri le devolvieron a la realidad. Entonces, apretó el paso.
—Que hay que informar cuanto antes.
…
Cuando llegaron a la entrada de los Dojos, un valle situado entre dos enormes montañas, Datsue estaba con medio pulmón fuera. Al final había hecho un sprint en la recta final, mitad por ganarle a Eri mitad por informar cuanto antes a los samuráis. El resultado era que ahora casi no podía ni tenerse en pie ante los dos samuráis que tenía frente a él, que le miraban ceñudos.
Uno era joven, de pelo largo y negro, recogido en una coleta, y con ojos verdosos. El otro, más alto y robusto, de cabellos largos y blancos, al igual que su barba, tenía una edad considerablemente mayor. Podrían pasar por abuelo y nieto. Ambos portaban kimonos largos de color marrón con estampados, y una katana a la cintura.
Datsue se les acercó y apuntó hacia sus espaldas, para luego farfullar, todavía no recuperado de la carrera:
—Los-los… De camino a… Una… Trampa…
El ceño de ambos guardias se hizo todavía más ceñudo.
—¡Tranquilo, muchacho! ¡Respira hondo y tranquílizate, que parece que vayas a desmayarte! —exclamó el más viejo, para luego fijar la mirada en Eri—. A ver, ¿qué sucede?
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
30/06/2016, 21:47 (Última modificación: 30/06/2016, 21:47 por Uzumaki Eri.)
Si una cosa tenían clara tanto Eri como Datsue era que debían informar cuanto antes a las autoridades de los Dojos, no podía ser posible que fuera quien fuese las personas o persona, monstruo o humano; que andase allí fuera acabase con vidas inocentes, o simplemente... Vidas a su placer. No, era muy inhumano.
Datsue llegó el primero después de un sprint final que ni Eri podría superar por docenas de años de entrenamiento, así que cuando llegó a su lado se detuvo a recobrar el aliento. ''Si Datsue llega a huir así cuando salió del pozo, sin duda hubiese...'' No terminó el pensamiento ya que un escalofrío volvió a recorrerla de arriba a abajo.
Dos samuráis les miraban, suponía que eran los encargados de vigilar las entradas y evitar que entrara gente indeseada... Vaya, o eso creía ella. Eri observó como Datsue se acercaba y comenzaba a balbucear palabras, la peliazul, por otra parte, intentó recobrar el aliento antes de volver a hablar como una persona normal.
—Los-los… De camino a… Una… Trampa…
Uno de los dos guardias, alto, robusto, de cabellos largos y claros con barba frunció el ceño y fue el primero en hablar, dejando a su compañero, también con el ceño fruncido; en un segundo plano.
— ¡Tranquilo, muchacho! ¡Respira hondo y tranquílizate, que parece que vayas a desmayarte! —exclamó el más viejo, para luego fijar la mirada en Eri—. A ver, ¿qué sucede?
— Erm... Eh, verá... — Aclaró su garganta al ver que su voz sonaba más ronca de lo normal, luego miró a Datsue, sintiéndose un poco nerviosa e indecisa. — N-nosotros estábamos en el cruce... A unos metros de aquí... Cuando un sonido se escuchó, más bien... Un grito... — Eri usó sus manos para detener el nerviosismo, estrujándolas y jugueteando con ellas, evitando perder contacto visual con el samurái, sin embargo, se sentía bastante cohibida. — Fuimos... Para revisar... Y... Y... — No supo bien como continuar, ¿debía decirles que había dejado morir a un civil? ¿Ella? ¿Una ninja médico?
Sin esperar mucho, se puso a gimotear como una niña pequeña.
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Para cuando Eri terminó de hablar —y empezó a gimotear—, Datsue ya estaba parcialmente recuperado de la carrera, lo suficiente como para continuar él. ¿Molestarse en ser un caballero y correr hacia ella para consolarla? Hacía un buen rato que había dejado de fingir lo que no era.
—Y entonces vimos a un anciano, atravesado con una lanza por el pecho. Tratamos de socorrerle, pero caímos en una especie de zanja, una trampa. El agua empezó a subir, la tierra se cubrió por encima. Logramos escapar ella y yo por los pelos —Datsue lo decía sin emoción en la voz, como si estuviese recitando la lista de la compra y no los serios obstáculos a los que se tuvieron que enfrentar—. Oímos otro grito, más allá del camino, pero pensamos que era mejor venir a informar.
El viejo samurái mantuvo una expresión seria, adusta. Luego desvió la mirada hacia su compañero.
—¿Tú te crees algo de esto?
El joven samurái cambió el peso del cuerpo de una pierna a otra, y su zurda se posó con suavidad sobre la empuñadura de la katana.
—Creo que deberíamos ir a comprobarlo.
El viejo miró a shinobi y kunoichi durante un largo instante, como evaluándolos. Luego, suspiró.
—Está bien, ve a informar al cuartel y que ellos decidan. Y vosotros, chicos —El joven samurái ya había desaparecido, tan rápido como la sombra de un águila en pleno vuelo—. Tendréis que enseñarme la identificación si queréis pasar.
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Eri trató de serenarse mientras Datsue recitaba lo que quedaba del relato, esta vez con el aliento recuperado, sin embargo no había ni una pizca de sentimiento en sus palabras. El samurái mayor pareció no creer desde un principio lo que tanto el Uchiha como ella les relataban, y más que se lo dejó claro cuando adjuntó a su expresión sus palabras:
—¿Tú te crees algo de esto?
Pareció preguntárselo al samurái joven. Eri sintió como el sudor frío se apoderaba de su cuerpo. ¿Y si no les creían y les tomaban por locos o farsantes o...? ¡Ni ella lo sabía! Y después del numerito del torneo, no sabía que era peor.
''¡Pero es que no nos hemos inventado nada!'' Chilló su interior mientras que en el exterior tragaba grueso, aunque lo que apareció después fue una chispa de esperanza en sus ojos esmeralda al ver que el otro samurái les daba un voto de confianza.
El otro los escrutó con la mirada, para suspirar después y añadir:
—Está bien, ve a informar al cuartel y que ellos decidan. Y vosotros, chicos —El joven samurái ya había desaparecido, tan rápido como la sombra de un águila en pleno vuelo—. Tendréis que enseñarme la identificación si queréis pasar.
—¡Cl-claro! — La kunoichi se sobresaltó, sin embargo comenzó a rebuscar en su indumentaria para encontrar el papel que acreditaba que estaba allí durante el tiempo que duraba aquel evento en los Dojos. —Aquí está... — Sacó el papel de una funda de plástico, la cual se aseguró de comprar y usar por si acaso se le volaba o se mojaba — como en este caso pudo ocurrir —, recordando todo lo que había vivido y presenciado a lo largo de su corta vida. ¡Más valía prevenir que curar!
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—Fiuu… —Suspiró de alivio al traspasar la entrada—. Al fin.
Acababa de entregar una acreditación igualita a la de Eri, solo que arrugada y algo empapada por el agua que se había tragado minutos atrás. Al contrario que la kunoichi, más previsora, no se había molestado en plastificarla. Pero la tarjeta tampoco estaba hecha de un cartón cualquiera, lo cual era una suerte.
Se llevó una regañina por parte del samurái, eso sí, pero finalmente le había dejado pasar.
—Pues creo que por hoy se terminó el día para mí —decidió, mirando de reojo a Eri—. Sí, ya lo creo que sí. Demasiadas emociones fuertes para mi pobre corazón.
»Seguramente vuelva mañana, a preguntar qué ha pasado al final con todo este asunto… Si te vienes quizá nos veamos, y si no… ¡Suerte con el Torneo! Después de los puñetazos que te he visto soltar estoy convencido de que llegarás muy lejos. —Por una vez, no exageraba.
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Después de que ambos presentasen la acreditación entraron a los Dojos de forma normal y natural, y Eri por fin se sintió de nuevo a salvo. Como cuando jugaban a pillar y algo se denominaba ''casa'', pues igual, ahora los Dojos era su santuario. Aunque prefería Uzushiogakure, puestos a elegir.
—Fiuu…Al fin.
—Menos mal que te han aceptado la tarjeta, que si no te veo quedándote fuera durante todo el Torneo. — Añadió la peliazul con una sonrisa.
—Pues creo que por hoy se terminó el día para mí —decidió, mirando de reojo a Eri—. Sí, ya lo creo que sí. Demasiadas emociones fuertes para mi pobre corazón.
—Tranquilo, pienso perderme en mi hotel y dormir hasta la próxima ronda... No quiero saber nada de pozos en mucho tiempo. — Admitió mientras miraba la calle principal, calculando mentalmente lo que tardaría en llegar a su pequeño y caro hotel.
—Seguramente vuelva mañana, a preguntar qué ha pasado al final con todo este asunto… Si te vienes quizá nos veamos, y si no… ¡Suerte con el Torneo! Después de los puñetazos que te he visto soltar estoy convencido de que llegarás muy lejos.
—Puede que venga, sí. — Sopesó después de unos segundos, mientras sus mejillas tomaban un color carmesí. — Aunque debo consultarlo con la almohada, además, tampoco quiero entorpecer el trabajo de los samurái... — Añadió, esta vez mirando al Uchiha. —Muchas gracias, Datsue-san.— Agradeció con una sonrisa amplia para comenzar a andar.
Eran demasiadas emociones vividas por un día, lo mejor era terminar con aquel día lo más rápido posible. Se despidió con un movimiento de cabeza y la mano abierta, balanceándose.
—Hasta otra, Datsue. — Se despidió, perdiéndose por la multitud de la gente que transitaba aquel camino.
Esperando que, la próxima vez que se encontrase con el Uchiha de Takigakure, las cosas fueran diferentes.
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—Debes ser discreto con esto, ¿entendido? Los jefes no quieren que se divulgue hasta que pase el Torneo.
Datsue hizo una mueca, ofendido.
—Por favor, no me ofendas. Soy el shinobi más discreto de Onindo.
El Uchiha había cumplido con su palabra y había ido a interesarse por los peliagudos sucesos acontecidos el día anterior. Aprovechando que el viejo samurái se había ausentado un momento, fue directo a interrogar al más joven. Tenía pinta de más parlanchín.
—Encontramos la trampa que comentabas —continuó el samurái—. Y mucho más. —Se inclinó hacia él y bajó la voz—. Una pequeña aldea, apenas cuatro casas mal contadas, abandonadas hace tiempo. Creemos que las usaban los bandidos de la zona para resguardarse. En una de las casas había un hombre muerto… —El Samurái puso cara de asco—. Mejor no te describo cómo estaba, pero… fue espeluznante. Encontramos un mensaje escrito en el suelo, con su sangre... Creemos que lo escribió él, antes de morir.
Datsue alzó una ceja, impactado. Sabía que se encontraría ante una historia turbia, pero una cosa era esperarlo y otra darte de bruces con ella.
—¿Qué mensaje?
—Isidra. Todavía no sabemos qué significa. Pero, escucha, lo peor no fue eso. Resulta que en la otra casa…
Pasos. Una mano posada sobre su hombro, de forma sutil pero firme. Giró la cabeza y se topó de lleno con el rostro ceñudo del viejo samurái. Y así fue como su creciente curiosidad quedó sin saciar. Y así fue como le dejaron saborear la miel para luego quitársela de un plumazo.
Una bonita aventura que no viviría. Un intrigante enigma que no descifraría. O eso creía él. Porque la vida, a veces, te da más sorpresas que los giros argumentales del mejor de los libros.
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