Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Eso era algo que Kintsugi tenía claro. En su despacho, las noticias del enfrentamiento contra Kurama en los Arrozales del Silencio volaban. Su teléfono no paraba de sonar. Sus ninjas no paraban de entrar a su despacho con nuevas noticias.
En un mismo minuto, había recibido un informe de que habían ganado y otro de que habían perdido. La derrota fue la única que se volvió a confirmar. Ahora, tenía que pensar en cómo afrontar la nueva situación, en qué decir a los suyos y en averiguar si había sobrevivientes que rescatar.
Pero algo más alarmante si cabe apareció en su despacho. Lo hizo en una espiral carmesí, que surgió de la nada como un agujero negro dispuesto a tragarse universos enteros. La espiral trajo con ella a varios de los jinetes del apocalipsis. Los tres embadurnados en sangre. Los tres oliendo a muerte. Los tres con intenciones poco claras.
Uchiha Akame. Uchiha Datsue. Tsukiyama Daigo.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
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Los últimos días habían sido caóticos. Las últimas horas habían sido un auténtico huracán. Aquel condenado aparato que habían inventado los Amejines para comunicarse a distancia no dejaba de sonar, los informes volaban como hojas arrastradas por un vendaval. Decisiones, órdenes, firmas... Su cabeza no dejaba de bullir. Y no parecía que fuera a merecerse un descanso pronto.
De un momento a otro, una ondulación del color de la sangre osciló en el aire en mitad de su despacho. Al principio creyó que la fatiga y la falta de sueño le estaba jugando una mala pasada, pero entonces surgieron tres figuras cubiertas en polvo y sangre: la del actual Uzukage, Uchiha Datsue; su shinobi perdido desde hacía tanto tiempo, Tsukiyama Daigo... y el peligroso exiliado miembro de Dragón Rojo, Uchiha Akame.
Kintsugi se levantó de su asiento casi de un salto. Su rostro, oculto tras su usual antifaz de mariposa, se paseaba entre los tres aparecidos. La sorpresa la había asaltado como un martillazo en la coronilla. Y odiaba aquella sensación. Odiaba no saber lo que estaba pasando o lo que debía hacer.
—¿Uzukage-dono? ¿Qué significa esto? ¡Has conseguido encontrar a Daigo! Pero... ¿qué hace un criminal en mi despacho?
Kintsugi inquirió por la presencia de un criminal en su despacho, y los ojos de Datsue se posaron en Daigo primero, y en Akame el segundo. Imaginaba que sus preocupaciones venían por este último.
—Shukaku salvó a los rehenes de la Operación Tambor de Raijin, asesinando al General Marrow por el camino —le informó. Hacía unos minutos que Shukaku había vuelto a él, contándole todo—. En la Operación Trombón de Fūjin asesinamos al General Raiden y recuperamos la Villa de las Aguas Termales. Pero en su último suspiro, Kurama me lanzó una amenaza: se dirigía a Uzu.
Datsue relataba los sucesos como un Jōnin dando el informe a su Kage. Trataba de mantener un tono de voz impersonal, pero la rabia reverberaba en su timbre como el eco de un cuerno de guerra en el campo de batalla.
—Me encontré a Akame en el camino de vuelta, e hicimos un trato: su poder, a cambio de un favor.
Y esa era toda la información que Kintsugi necesitaba al respecto por el momento. Ahora, tenían cosas más acuciantes de las que preocuparse.
—No llegué a tiempo, Kintsugi. Kurama lanzó una bomba en Uzu hace escasos minutos. Cientos de muertos. Quizá miles —Entre ellos, Inuzuka Nabi. Entre ellos, Uzumaki Eri. Se miró la palma de la mano por un momento. La sangre de sus enemigos y la de sus ninjas se entremezclaba entre sus dedos—. Pero no he venido a informarte, Kintsugi.
»He venido a pedirte un favor.
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15/04/2023, 21:02 (Última modificación: 16/04/2023, 20:15 por Tsukiyama Daigo. Editado 1 vez en total.)
Daigo había sido teletransportado a mitad de oración, haciéndole sentir la sensación más extraña que había sentido jamás en su vida. Fue apenas un instante y para cuando se dio cuenta ya estaba en otro sitio, lo que lo hizo sentir aún más raro. En cuanto sus pies tocaron tierra de nuevo, Daigo miró a su alrededor, confundido. Podía ver las paredes de madera del despacho, la enorme espada que colgaba y a Kintsugi. Estaba en casa.
Miró a Datsue un segundo, antes de devolver la mirada a Kintsugi. El maldito hijo de su madre no le había avisado que iban a Kusagakure. No estaba preparado. Literalmente un segundo atrás estaba entre el caos y la muerte, tomando decisiones rápidamente para salvar todas las vidas posibles y ahora... ahora estaba en casa. Eran demasiados sentimientos de golpe.
Con los ojos vidriosos, el Kusajin hincó una rodilla y un puño en el suelo, agachando la cabeza y dejando hablar a Datsue mientras estaba a la espera de órdenes de cualquiera de los dos. En una conversación entre Kages no le correspondía a él hablar a menos que se lo indicasen.
¡Muchas gracias a Nao por el sensual avatar y a Ranko por la pedazo de firma!
Los ojos del Uzukage se posaron primero en su subordinado, después en el criminal exiliado, y por último regresaron a ella.
—Shukaku salvó a los rehenes de la Operación Tambor de Raijin, asesinando al General Marrow por el camino —informó—. En la Operación Trombón de Fūjin asesinamos al General Raiden y recuperamos la Villa de las Aguas Termales. Pero en su último suspiro, Kurama me lanzó una amenaza: se dirigía a Uzu.
Kintsugi entrecerró los ojos tras su antifaz. Se alegraba de las noticias, aunque una de ellas se debiese precisamente al monstruo que el Uchiha portaba en su interior. Al final, se podía decir que ambas operaciones habían resultado en un éxito pese a que en varias ocasiones habían llegado a peligrar de forma seria. Pero algo le decía que las noticias no acababan allí, y que esa victoria iba a agriarse muy pronto.
—Me encontré a Akame en el camino de vuelta, e hicimos un trato: su poder, a cambio de un favor. No llegué a tiempo, Kintsugi. Kurama lanzó una bomba en Uzu hace escasos minutos. Cientos de muertos. Quizá miles. Pero no he venido a informarte, Kintsugi. He venido a pedirte un favor.
La Morikage había tensado los labios hasta que estos se convirtieron en una fina y pálida línea en su rostro. Ella, más que nadie, había comprobado con sus propios ojos el horror que podía desatar una bomba lanzada por uno de aquellos bijū en una aldea.
—No sabe cuánto lamento escuchar unas noticias así, Uzukage-dono —habló, con profunda amargura—. Quiero que sepa que cuenta con todo el apoyo de Kusagakure para cualquier cosa que necesitéis. Pero, ahora, dime, ¿qué tipo de favor es ese, Uzukage-dono? —agregó, alzando una ceja con escepticismo.
Y es que, si algo había aprendido de aquel muchacho, es que jamás podías saber por dónde iba a salir.
—También me gustaría saber cómo ha acabado mi shinobi desaparecido en tus manos, si no es mucho pedir.
Daigo se lo había explicado. El motivo por el que había acudido primero a Uzushiogakure antes que a Kusagakure. No le había convencido del todo, así que era algo en lo que mejor no se iba a meter.
—Eso será mejor que se lo responda el propio Daigo —se excusó, pasándole la pelota al chico. En cuanto se hubiese explicado, continuaría:—. He oído que cuentan con el mejor Inuzuka de Ōnindo. Una kunoichi llamada Akazukin.
Había estado en alguna reunión de Kages, y la fama que la envolvía era sonada en las tres grandes villas.
—Quiero que me preste sus servicios. Si Kurama estuvo a las puertas de mi villa hace escasos minutos, significa que el olor todavía está fresco. Si existe alguna posibilidad de seguirle el rastro, por mínima que sea…
Se estaba aferrando a un hierro candente, pero el dolor que le provocaba eso era mucho menor a contemplar siquiera la posibilidad de que Kurama no pagaría por sus actos.
—Quiero tomarla. Personalmente. Quiero ir a la Caza del Zorro.
Por mí, lo dejamos en este pequeño Cliff Hanger, chicos. No creo que ninguno tenga energías y ganas de más, pero estoy a vuestra disposición si por lo que sea queréis hacer alguna ronda más.
Un abrazo.
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