Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
—Necesitamos saber dónde está la entrada a la guarida en sí, si es que ese es el sitio de verdad —asintió Yamatsuki, antes de comenzar las órdenes propias del shinobi de rango medio que era en realidad—: Seremos muy prudentes de momento. Llegará el momento que tengamos que seguir a una de las Náyades para reemplazarla o para interrogarla, pero es el primer día y ya llevamos muy buen progreso. Además haríamos bien en esperar a tener más información de mis gatos, al anochecer.
—Estoy de acuerdo —afirmó Ariba.
—Yo solía tener una muy buena vista. Entonces sería muy fácil ver todo el contenido del tugurio. Pero tú sigues teniendo muy buen oído. Escucha: pasaremos por delante como si nada. Trata de usar tu ecolocación para hacerte un mapa mental del interior. Trata de memorizarlo y nos haremos un esquema en papel. ¿Entendido? ¡Vamos!
—¡Espera, espera! —exclamó, agarrándola del brazo como si de un despechado amante se tratara. Entonces se acercó aún más a Tsukiyama y, mirándola a los ojos como el amante que desesperadamente trata de demostrar su afecto a su Afrodita, bajó aún más la voz—. Mi técnica no funciona así... lo que capto cuando la uso es el reflejo del eco que se produce cuando el sonido rebota contra un objeto sólido o líquido. Es decir, lo único que vería sería la fachada de la taberna, no su interior. Para eso tendría que estar yo dentro o, si tenemos suerte, que haya alguna ventana abierta o algo así. Podemos probar suerte, a ver qué pasa.
Así, Daruu y Ayame bajo aquellas nuevas identidades, abandonaron el callejón y echaron a andar hacia aquel edificio que, a todas luces, parecía tratarse de una taberna, con dos hojas de puerta que se abrían hacia ambos lados y un cartel deteriorado por la humedad y el paso del tiempo que rezaba, a falta de un par de letras: Mal de Ojo.
Como quien no quería la cosa, Ariba comenzó a tararear una canción a mitad de camino. Una canción sobre noches oscuras que amenazaban con el asalto de cualquier banda criminal y un espíritu que concedía tres deseos a todo aquel que lo liberara de sus ataduras. Lo que seguramente nadie esperara, a excepción de su acompañante, era que aquella canción era un caballo de troya que escondía en su interior la exploración en forma de chakra. Sus manos, ocultas bajo la túnica en el sello del pájaro, así lo atestiguaban.
¤ Seidō: Hankyōteī ¤ Camino de la Voz: Ecolocalización - Tipo: Apoyo - Rango: B - Requisitos: Ninjutsu 40 - Gastos:
12 CK
(Ninjutsu 60) 18 CK (divide regeneración de chakra)
- Daños: - - Efectos adicionales:
Permite percibir la presencia y ubicación de cualquier objeto sólido en el momento actual
(Ninjutsu 60) Permite mantener la técnica en el tiempo
- Sellos: Pájaro (activar) - Velocidad: Instantánea - Alcance y dimensiones: 1 metro a la redonda por cada 10 puntos en Percepción
La tercera de las técnicas de voz de Ayame.
Como si de un sónar se tratara, la ecolocalización consiste en la interpretación del eco recibido a partir del rebote del sonido emitido contra cualquier objeto sólido. Conociendo este fundamento, Ayame ha sido capaz de desarrollar una técnica que le permite emular este fenómeno. Mediante la emisión de chasquidos o sonidos vocales de diferente frecuencia, aplica su propio chakra a las ondas sonoras que se extienden a su alrededor y es capaz de interpretar el eco recibido e identificar cualquier objeto sólido que se encuentre en el radio de acción de la técnica y su ubicación.
En el nivel más básico de la técnica sólo es capaz de tomar una instantánea del momento en el que la realiza, de modo que los movimientos podrían pasar desapercibidos si no es capaz de interpretarlos. Sin embargo, con algo más de maestría, Ayame puede mantener la técnica en el tiempo y utilizar la ecolocalización como si de sus propios ojos se tratara durante el tiempo que se mantiene activa.
«Cuando me fallan mis ojos, confío en mi oído.» — Aotsuki Ayame.
La sirena cantó, con la cabeza asomándose sobre la blanca espuma del mar, y los marineros se deleitaron con su voz. Lo que no sabían es que aquellos cánticos ocultaban un misterioso secreto entre sus cándidas notas de ángel.
Las ondas de chakra se pregonaron a su alrededor, focalizándose en al menos los primeros diez metros de perímetro que cubría el salón. Ayame se hizo poco después, como receptora, la emisión del eco en retorno y a través de aquella increíble técnica, pudo captar ciertas cosas.
El interior de la Taberna Mal de Ojo tenía una distribución típica de cualquier bar de mala muerte. En cuanto a objetos se refiere, Ayame comprobó que el salón estaba compuesto por unas cinco mesas redondas, asumiblemente de madera, con bancos sin espaldar, distribuidos en un par por mesa. Sólo una de ellas estaba ocupada en ese momento, por la silueta de un hombretón obeso y papudo que, en soledad, disfrutaba de unas cuantas cervezas. Sobre la mesa había siete siluetas de botellas, aparentemente vacías, así que había estado empinando bien, el tipo.
A una distancia prudente, se encontraba la barra. Un amplio mesón que se extendía de izquierda a derecha y que yacía superpuesta a unos tablones. Tras él, sendas estanterías ataviada con decenas de frascos, vasos y más botellas de distintos tamaños y contenido imposible distinguir con la ecolocalización.
La silueta de una mujer rechoncha y encorvada —que no parecía ser Shannako, por la contextura de su cuerpo—. se encontraba sirviendo un trago.
La técnica continuó su análisis del entorno, pero no percibió nada destacable. Ni rastro de Shannako, o de otra Náyade, al fin y al cabo.
Afortunadamente para ellos, la voz de la sirena caló en el interior de la taberna. Y el eco le devolvió la imagen de una sala de bar como cualquier otra, con unas cinco mesas de forma redonda y dos bancos sin respaldo por cada una y una barra que se extendía de lado a lado, con estanterías detrás de ella repletas de vasos, frascos, y botellas de diferentes tamaños y formas. Hasta donde su técnica consiguió alcanzar, Ayame sólo llegó a ver a dos personas, y ninguna de ellas era la mujer de pelo corto que estaba buscando, sólo a un tipo orondo parapetado en una de las mesas y con varias jarras frente a él y a la tabernera, una mujer rechoncha y encorvada.
Ariba dejó de cantar y frunció ligeramente el ceño.
—Señorita, ¿no le apetece un trago? Tengo la garganta más seca que la mojama que venden en estos tugurios —sugirió, torciendo ligeramente el gesto antes de añadir en voz muy baja—: No la veo.
Yamatsuki se detuvo y observó a Ayame con rostro severo. Vaciló unos instantes antes de asentir y dirigirse hacia la puerta del Mal de Ojo.
—Claro, Ariba-san. No he visto otro bar en este rincón de mala muerte, así que este tendrá que servir —dijo, e imitándola, se acercó a ella para susurrarle algo al auspicio del ruido de la puerta—. Quedará raro que con ese aspecto te pidas un zumo de naranja, Ariba.
La mujer se acercó a la barra, con seguridad, y se sentó en uno de los taburetes de la barra. Observó rápidamente el local a izquierda a derecha, pero no dio la sensación de estar buscando nada. No podía arriesgarse a parecer aún más sospechoso de lo normal.
Aunque supuso que lo sospechoso allí era lo normal, al fin y al cabo.
Un vistazo de lado a lado le permitió a Daruu comprobar, ya a lujo de detalle, lo que percibió Ayame a través de su ecolocalización. Era una taberna insípida y sucia. A simple vista se antojaba una tapadera perfecta para los propósitos de las Náyades, aunque aún tenían entre manos desvelar los entresijos de Mal de Ojo, y de cómo escondía exactamente la verdadera base de operaciones.
Desde la barra, pudieron comprobar que había una puerta adicional hacia una posible bodega y que descendía en una escalera de caracol. La técnica de Ayame no lo había percibido, por no haberse encontrado dentro de los límites de su percepción.
La mujer, que ahora de cerca se veía aún más bajita y pasada de edad, buscó a paso perezoso la cerveza y la colocó frente a Yamatsuki. Entonces miró a Ariba. O al menos lo intentaba, porque cuidaban de obtener hasta el detalle más minucioso, se darían cuenta de que la anciana estaba ciega.
No dijo nada. Con la mirada perdida sobre el cuerpo de Ariba, se mantuvo perpleja aguardando a que pidiera su bebida.
Una escalera de caracol. Una puerta. Si aquellas Náyades escondían su base de operaciones en el Mal de Ojo, sin duda se accedería por ahí. Daruu tomó una buena nota mental de eso, y luego desvió su atención de la dichosa escalera para centrarla en la cerveza que le habían colocado delante.
Nunca le había gustado la cerveza, de modo que arrugó algo el morro cuando se llevó el vaso a los labios. Pero trató de mantener el semblante. Al fin y al cabo un poco de cara de asco no iba a diferenciarse mucho del rostro habitual de Yamatsuki.
La anciana era ciega, pero escrutó a Ariba con interés y esperó a que pidiera su bebida.
«Voy a echarle un cable.»
—Joder, Ariba-san, ¿otra vez? Te dije que no te pasaras con la bebida anoche.
»Póngale un vaso de agua a mi compañero, anda. El pusilánime no sabe beber y luego pasa lo que pasa. A ver si así se le va el dolor de tarro.
Afortunadamente, Yamatsuki percibió las intenciones de Ariba con facilidad:
—Claro, Ariba-san. No he visto otro bar en este rincón de mala muerte, así que este tendrá que servir —respondió, antes de acercarse a ella para añadir algo en un susurro—. Quedará raro que con ese aspecto te pidas un zumo de naranja, Ariba.
Ariba palideció bruscamente. No había pensado en ello, pero Yamatsuki tenía toda la razón. ¿Pero qué podía hacer? ¡Se negaba en rotundo a beber cualquier bebida con alcohol!
«¡Oh, vamos, Ayame, eres una kunoichi! ¡Actúa como tal y manten tu disfraz! Por una vez... por una vez... ¡NO, NO, NO, NO!»
Durante su dilema moral interno, Yamatsuki había entrado en el local y se había acercado con decisión a la barra. Ariba le siguió de cerca, tratando de disimular la profunda angustia que sentía y cotilleando a su alrededor con largas miradas.
—Buenas. Pónme una cerveza. Cortita.
Ariba apretó sendos puños al escuchar a Yamatsuki. Tuvo que contenerse de dirigirle una mirada asesina, pero lo cierto era que la tabernera estaba esperando su petición. Fue entonces cuando se dio cuenta de que la mujer era completamente ciega.
«¿Pero entonces cómo sabe lo que debe ponernos...?» Se preguntó Ayame.
—Eh... yo... —balbuceó, mientras su cerebro buscaba desesperadamente entre sus archivos de información cualquier tipo de bebida no alcohólica que pudiera pedir sin llamar una atención indeseada.
—Joder, Ariba-san, ¿otra vez? Te dije que no te pasaras con la bebida anoche —intervino Yamatsuki, con predisposición a echarle un cable—. Póngale un vaso de agua a mi compañero, anda. El pusilánime no sabe beber y luego pasa lo que pasa. A ver si así se le va el dolor de tarro.
Ariba contuvo un suspiro de alivio y, sin embargo...
—Venga ya, Yamatsuki, no me jodas. ¿Cuándo vas a dejar de tratarme como mi mamá, que en paz descanse? Póngame una cerveza, pero sin alcohol. Tampoco hay que tentar a la suerte.
La anciana albergó cara de circunstancia, durante el intercambio entre aquél par de extraños. No los veía, no sabía como lucían, pero su oído estaba entrenado. Años y años dependiendo de él, no podía ser de otra forma.
—Esto es un bar, muchacho. No hay cerveza sin alcohol —contestó, lacónica—. Agua de caño será.
Y si Ayame tenía dudas de cómo lograba una ciega para moverse y saber en donde estaba cada cosa, pues pronto se dio cuenta que lo hacía con una destreza digna de las necesidades más primordiales de un invidente, que ante la desgracia, debía sí o sí acostumbrarse a su entorno y dominarlo. Habrían sido años y años de práctica, de tropezones. Pero ella siempre había estado ahí, a pesar de la docena de dueños. A pesar de las modificaciones que haya podido sufrir la taberna a lo largo de los años.
Allí, en Mal de Ojo, ni siquiera necesitaba de su bastón. Se movió casi que por inercia y tomó un vaso de la vidriera, que llenó con el grifo. Aunque el sistema de agua potable era probablemente uno de los más avanzados de Oonindo, no parecía una decisión muy salubre beber de aquel contenido.
La vieja se movió con una gracilidad que ya desearía haber tenido su madre cuado tuvo que apañárselas sin sus ojos. Agarró un vaso mugriento y lo llenó con agua del grifo. Lo plantó delante de Ayame con desgana, y les indicó el precio de sus apetecibles bebidas. Daruu se adelantó y soltó las monedas encima de la barra, que tintinearon dando vueltas antes de caer planas en la madera.
—Aquí tiene. ¿No suele venir mucha gente por aquí, eh, anciana? —espetó, girándose para mirar al borracho de la mesa y aprovechando para observar con más detenimiento su retaguardia—. ¿No pensó en poner el sitio en un lugar que oliese menos a pescado podrido?
Era invidente, lo que significaba que no podía ver sus elaborados aspectos. Daruu supo que tendría que camuflar su personalidad en su voz y en la elección de sus palabras. En ningún caso se habría dirigido así a una anciana. Pero sospechaba que Yamatsuki era una de esas personas a las que le trae sin cuidado con quién y cuándo estuviera hablando. Es más, parecía ser el mismo idioma que hablaba la vieja.
—Esto es un bar, muchacho. No hay cerveza sin alcohol —objetó la tabernera—. Agua de caño será.
«¿No sirven cerveza sin alcohol pero sí agua? ¿Qué clase de bar es este?» Se preguntaba Ayame, aunque lo cierto era que la tabernero, sin saberlo, le estaba haciendo un verdadero favor con ello.
—Muy bien, vosotras ganáis —resopló Ariba, con una sonrisilla y los hombros levantados.
Para su completa estupefacción, la tabernero invidente parecía moverse como pez en el agua en su territorio. Quizás fuera aquel sexto sentido que se decía que desarrollaban las personas que carecían de una de sus facultades básicas, o quizás fuera que la mujer ya se sabía de memoria cada palmo de su local de memoria, pero lo cierto fue que la tabernera no tuvo ningún problema en servirles lo que habían pedido. Y ahora Ariba contemplaba con cierta repugnancia el vaso que tenía frente a sí, rebosante de un líquido que decían que era agua, pero cuyo aspecto no daba muchas esperanzas acerca de su salubridad.
Aprovechando que la mujer era ciega y no podría ver sus reacciones, Ariba no tomó el vaso por el momento. Se le había quitado toda la sed que pudiera haber tenido hasta aquel momento.
—Son 10 ryous.
«¿Diez ryos un vaso con agua que parece haber salido de un estanque con ranas y una cerveza? ¿Estamos locos?»
Pero Tsukiyama se adelantó para pagar. Las monedas rodaron un momento por la superficie de la barra antes de caer planas, con su característico tintineo metálico.
—Aquí tiene. ¿No suele venir mucha gente por aquí, eh, anciana? —dijo, echando un vistazo al borrachuzo que tenían a su espalda—. . ¿No pensó en poner el sitio en un lugar que oliese menos a pescado podrido?
Y mientras Tsukiyama se había metido de lleno en una conversación con la tabernera, Ariba volvía a canturrear para sí, aparentemente distraído...
Pero en realidad intentando ver con su ecolocalización hacia la escalera de caracol que descendía detrás de la barra. Cualquier dato que pudiera recolectar resultaba crucial.
Una nariz arrugada, y cierto desconcierto por los canturreos del hombre fue lo que obtuvo Yamatsuki de la anciana. La mano se asomó por la barra y usó los dedos para deslizar las monedas hacia la palma de su contraria, que se balanceó temblorosa hacia el recodo de uno de sus bolsillos.
—La taberna no me pertenece, sólo regento —añadió. Daruu, que la miraba fijamente, percibió un gesto sutil de alerta que le agobió el rostro, pues su oído entrenado había logrado captar algo—. y si no lo sabéis es porque sois nuevos por aquí. Que no se entere, o os irá mal.
Y en cuanto dijo aquello, el chirreo de las puertas inundó el salón. Coincidió con la ecolocalización de Ayame que segundos antes recibió imágenes del sótano que servía de bodega. Las escaleras acababan en un cuarto tupido de cajones, barriles de hidromiel y canastos de botellas a reciclar. Las ondas acababan chocando en un muro de ladrillo que le impedía ver más allá, aunque sólo podía asumir que aquél cuartucho acababa allí abajo entre vidrios y cartones.
La presencia de una enorme mujer de tez morena añadió un peso increíble a la atmósfera del local. La anciana ya se había movido hasta su pequeño rincón de seguridad, donde simulaba estar secando algunas copas con un trapo mugriento. El gordo incluso se había acomodado en su asiento y trataba de no tambalearse por la borrachera.
Ploc, un culo pesado invadió el taburete contiguo al de Ariba. Aún sentada, le sacaba medio palmo al pobre muchacho. Sus ojos olivos se posaron sobre los suyos, expectantes. Como si estuviera esperando algo. Al cabo de un rato, habló.
—¿Qué cojones estás esperando? —le dijo, a la Ayame transformada—. venga, invítame un puto trago.
La tabernera arrugó la nariz en cuanto Ariba se puso a cantar, no debía de estar acostumbrada a que nadie hiciera algo tan alegre entre aquellas mugrientas paredes. Pero a la kunoichi no le importó demasiado, tenía algo más importante entre manos que preocuparse de la impresión que estaba dando.
El sonido de su voz bajó raudo las escaleras de caracol y le devolvió la imagen de un sótano que parecía servir como bodega o como almacén, a juzgar por las múltiples cajas, barriles y cajas con botellas que llenaban el espacio. Para su decepción, no parecía haber nada reseñable allí abajo, su ecolocalización terminaba con un muro de ladrillo.
—La taberna no me pertenece, sólo regento —respondía mientras tanto a la intervención de Tsukiyama—. Y si no lo sabéis es porque sois nuevos por aquí. Que no se entere, o os irá mal.
Justo en ese momento las puertas volvieron a abrirse con un chirrido. Ariba se volvió discretamente, para echarle un vistazo al recién llegado. Y su corazón se olvidó de latir durante un instante cuando vio a aquella enorme mujer de tez bronceada. Una presencia que pareció inundar el ambiente con una tensión tan densa que podría haber sido cortada con un cuchillo.
«¿Es... Nioka...?»
A Ariba no le pasó desapercibido el cambio de ambiente en el local: La tabernera se había refugiado en un rincón de la barra y se había puesto a secar varios vasos con un trapo tan sucio como el mismo vidrio, y el borracho de la mesa de atrás se había enderezado como un palo endeble. Aquella mujer era peligrosa.
Y, a sabiendas de ello, su corazón comenzó a galopar de forma frenética cuando la mujer decidió sentarse justo junto a él. Aún en aquella posición, la mujer-montaña le sacaba medio palmo de altura. Ariba trató por todos los medios ignorar aquellos ojos de color oliva que se habían posado sobre él como los de un depredador juzgando a una potencial presa; y, como tal, Ariba había tensado de forma inconsciente todos los músculos de su cuerpo, a la espera de un peligro inminente.
—¿Qué cojones estás esperando? —habló al fin—. Venga, invítame un puto trago.
Ariba se humedeció los labios, sumamente nervioso, y paseó la mirada por el cuerpo de la descomunal mujer. Si no recordaba mal, Nioka era la mujer del hacha y era eso precisamente lo que estaba buscando. Tenía que [i]prepararse[i] para cualquier cosa que pudiera suceder, aunque un conflicto abierto sin duda daría al traste con su disfraz.
—¡Pues claro, que no se diga más! Tabernera, sirva a esta mujer. Esta ronda la paga un servidor —comandó, con cierto tinte tembloroso en su voz—. Claro que a cambio me encantaría al menos conocer el nombre de mi acompañante, si no es mucho pedir...
17/05/2019, 10:56 (Última modificación: 17/05/2019, 10:57 por Amedama Daruu.)
Después de una enigmática respuesta, Daruu dedujo que la anciana no era precisamente una enemiga más, sólo la que se encargaba de llevar la parte legal de la guarida de las Náyades. El hecho de que le advirtiese denotaba que podría ser una colaboradora en el futuro. Habría que cuidarla de momento.
Las puertas de la bodega se abrieron y la mole descrita en el Libro Bingo hizo acto de presencia. «La presa sale de su nido en lugar de tener que perseguirla...», pensó Daruu, pero no movió ni un músculo en falso. Porque a pesar de que su corazón latía con la furia de un carro de batalla lleno de arqueros letales y precisos, su mente trabajaba a toda velocidad para tratar de sobreponerla con astucia. Kōri le había entrenado bien, y ahora sabía mantenerse frío.
La montaña que era Nioka aterrizó el enorme transatlántico de su culo al lado de Ariba. Daruu casi siente como el suyo propio se levanta del asiento. Entre que la mujer hacía gala de su autoridad, Yamatsuki simplemente se hurgaba la nariz con la mano derecha, ladeando un poco la cara en dirección contraria. Manteniéndose ajena y absorta. Formulando un sello con la otra mano, resguardada bajo la túnica.
BRRRRRRRRUAAAAAAAAAAAAAAAAARP.
El erupto más sonoro, irrespetuoso y asqueroso que se pueda imaginar sonó en la otra dirección, tapando la voz de Ariba que acababa de desoír las instrucciones de la vieja. «Deberíamos saber quién es, nos lo acaba de decir». De la dirección...
...del pobre borracho, que no había hecho nada.
Daruu esperaba llamar la atención de Nioka. Si lo conseguía, y la mujer la tomaba con aquél pobre desgraciado, se levantaría, Yamatsuki tomaría a Ariba del brazo y se lo llevaría prácticamente a rastras de la mugrienta taberna antes de que la mole volviese a prestarles atención.
¤ Seidō: Kodama ¤ Camino de la Voz: Eco - Tipo: Apoyo (Genjutsu ambiental) - Rango: C - Requisitos: Genjutsu 30 - Gastos:
20 CK (proyección) (impide regeneración de chakra)
(Genjutsu 40) 10 CK (imitación) (impide regeneración de chakra)
- Daños: - - Efectos adicionales:
Proyecta la voz del usuario en un punto diferente a su ubicación
(Genjutsu 40) El usuario puede imitar otras voces conocidas
- Sellos: Pájaro (mantenido) - Velocidad: Instantánea - Alcance y dimensiones: 10 metros a la redonda desde la posición del usuario
La segunda de las técnicas de voz creadas por Ayame.
Combinando su destreza con las ilusiones y el poder de su voz, el usuario es capaz de hacer proyectar su voz, o cualquier sonido que realice, desde un punto diferente a su ubicación real en un determinado área. Así, puede hacer creer al oponente que el sonido ha sido emitido en una dirección diferente a donde realmente se encuentra.
Con una mayor destreza, además de proyectarla, también es capaz de imitar cualquier voz que haya escuchado con anterioridad y conozca de antemano.
Una vez proyectada o imitada la voz, no puede cambiarse ni la ubicación ni el tono empleado a no ser que se vuelva a pagar el coste de energía que supone la ejecución de la técnica.
«Si entras en el bosque, de los kodama no te has de fiar. Si sigues sus voces, perdido para siempre te hallarás.» — Antigua leyenda del Bosque de Azur.
Allí, estando tan cerca; el rostro de Nioka no le hacía honor a su foto del Libro Bingo. Estaba claro que había envejecido un par de años, se le veía más portentosa y con más experiencia que lo que podía transmitir la antigua fotografía, que apuntaba a ser de una época donde apenas transitaba sus primeros años como exiliada de Amegakure. Esa palpable experiencia justificaba que siguiera viva, junto a Shannako, y la propia Naia. Las tres eran técnicamente las fundadoras del grupo. Las tres venían de intentar complotar contra su aldea. De usar a los hombres a su antojo, destruyendo familias en el proceso, con tal de lograr sus objetivos. Así fue entonces, y así seguía siendo ahora.
Por esa razón, el eructo de Yuso la obligó a virar tal y como lo había planeado Daruu. Con una vena abombada que le crecía desde el escote hasta la sien.
Nioka abandonó el taburete y tambaleó su cuerpo hacia el gordo que miraba hacia todos lados, tratando de entender de donde había provenido el sonido. Pero estaba tan tomado que, en su cabeza, no podia estar cien por ciento seguro que no había sido el. Un sudor frío le recorrió la papada, a medida de que se acercaba la mole y una vez la tuvo frente a frente, haciéndole sombra, contuvo la respiración.
Pero lejos de desatar su ira, la morena le susurró un par de cosas al hombre en intimidad. En el ínterin, Ayame y Daruu aprovecharon la distracción para escabullirse de la taberna, como quien no quiere la cosa.
El error no fue quizás pensar en escapar ahora que tenían la oportunidad, sino que una shinobi experimentada no iba a percatarse de ello. Igual quizás no importaba demasiado, siendo que llevaban un apariencia que no les iba a delatar de nada... no?
De cualquier forma, fuera suerte o simple casualidad, Nioka no les detuvo, ni tampoco les siguió. Contempló la huida de aquel par de extraños al lado de un hombre que, pronto, iba a sufrir las consecuencias de su ofensa.
17/05/2019, 14:58 (Última modificación: 17/05/2019, 14:59 por Aotsuki Ayame.)
BRRRRRRRRUAAAAAAAAAAAAAAAAARP
El ronco y atronador sonido de un eructo salvaje interrumpió a Ariba antes de que llegase a hablar de más. Todos se volvieron en la dirección del pobre hombre borracho, que miraba a su alrededor como si no comprenderse qué había sucedido. Y antes de que el mismo Ariba terminara de entenderlo sintió que Yamatsuki le arrastraba hacia el exterior de la taberna. Ariba terminó corriendo junto a él, y ambos se refugiaron en el mismo callejón solitario donde se habían transformado minutos atrás.
—Menos mal... que has pagado por adelantado... ja.. jaja... —se rio nerviosamente, con el sudor frío peleando su frente y las manos hablándole con violencia. Recobró el gesto serio en cuestión de segundos y, después de tragar grueso, se volvió hacia su compañera—. Es ella... la mujer del hacha... puede que un poco más envejecida de lo que hemos visto en la foto pero no hay duda...
>>¿Qué hacemos ahora? He intentado ver qué hay bajo esas escaleras que había tras la barra, pero no parece más que una bodega llena de cajas y barriles...