Uchiha Datsue había oído hablar de aquella torre en numerosas misiones que había realizado en el País de la Tierra. Se lo habían comentado en el trágico encargo que había realizado junto a Koko, a la que, en la vuelta, habían secuestrado y asesinado. Se lo habían dicho, también, de paso a la misión con Inuzuka Nabi y Uzumaki Eri. Y se lo había comentado un borracho en Yamiria.

Demasiadas veces como para no prestarle atención.

No es que fuese allí a meditar, ni mucho menos. Ni siquiera a entrenar. El Uchiha estaba más interesado en el poderoso fuuinjutsu que, según contaban las leyendas, alguien había lanzado un día sobre la torre. Un fuuinjutsu que la hacía irrompible. Un fuuinjutsu que, de ser replicable en un ser humano, le haría invencible.

Tan invencible como para colarse en el lago de una Villa extranjera y salir ileso de ello.

Sacudió la cabeza. Tenía que concentrarse. Estaba en lo alto de esta, sobre el gran tablón de madera que, a golpe de vista, debía medir aproximadamente diez metros. Por suerte, se encontraba solo, y pese a que soplaba el viento y hacía frío, los nubarrones que le habían perseguido en gran parte del viaje le habían dado tregua por aquel día.

Se agachó sobre el tablón y pasó la mano por la superficie. Aquella técnica le recordaba, en cierta parte, al Gofū Kekkai. Pero allí no había sello alguno. «O no los hay a simple vista», se recordó.

Otra ráfaga de viento se coló entre sus ropajes, y el Uchiha se arrebujó en su capa de viaje color ocre, que cubría su cuerpo entero y ocultaba cualquier instrumento o distintivo ninja. Claro que tanta discreción no servía de nada si luego…

—Veamos si de verdad eres irrompible, hijueputa.

… lanzabas un Gōkakyū a bocajarro.

Juro descansaba, tumbado en el suelo, al lado de la enorme torre de Meditación. No estaba cansado por la caminata, ni mucho menos (aunque se había pegado su tiempo para llegar hasta un lugar así) sino por el puro entrenamiento que había estado haciendo horas antes. Ahora, sin embargo, se había limitado a dar un paseo, y tumbarse sobre la tierra cercana, para relajarse un rato.

Una torre enorme, de veinte metros, totalmente irrompible por un poderoso fuinjutsu. Cuando su abuela le había hablado de ella, cuando era pequeño, no había podido sentirse atraído por ello.

« ¿Cómo es posible? ¿Qué clase de técnica uso esa persona? ¿De verdad es eterna? ¿Se disipará en algún momento? » — Las preguntas le habían agolpado el cerebro durante mucho tiempo. Y al final, había decidido aprovechar su reciente libertad como para comprobar si eso era cierto.

Y bueno, era cierto, sí. Eso tenía que admitirlo. Por más que había atacado, la maldita torre estaba intacta. Sin embargo, no había encontrado rastro de sello o técnica que pudiera ser el origen de aquello. Su abuela le había contado que aquel ejecutor lo había hecho en la tabla que hacía de techo, pero él no había llegado hasta ahí.

Su marioneta reposaba a su lado. Estaba despatarrada en el suelo. Si pudiera sentir, estaría tan exhausta como él. Había usado tanto sus cuchillas que estaban más que desgastadas. Tendría que cambiarlas cuando llegara a la villa.

La otra marioneta, más grande, estaba sentada sobre sus rodillas.

— Buen trabajo, chicos — le dijo a Gen, su marioneta básica y favorita, y a Remu, su marioneta más poderosa —. Con un poco más de práctica, podré hacer un control simultaneo tan natural como respirar.

Inmerso en su tranquilidad, no se dio cuenta de lo que pasaba en la parte de arriba de la torre hasta que estuvo en sus narices. Juro escuchó la explosión, y creyó ver el fuego. Como si un incendio se hubiera desatado durante unos segundos en aquel lugar monumental. Un violento y ruidoso incendio.

Sin embargo, la torre se mantuvo impasiva. Era eterna y perfecta, y no había llama en el infierno capaz de deteriorarla.

« ¿Quién ha hecho eso? » — No necesitó ver la ejecución para ver que era poderoso. ¿Quién había sido?

Juro se colgó la marioneta básica a la espalda y la tapó con la lona, dejando ver una pronunciada joroba. La otra la selló en su pergamino y lo embutió en su cintura. En ese momento, Juro llevaba su bandana de Kusagakure, pero no llevaba ni el chaleco ni la placa que le identificaban como jounin. Tenía unos pantalones cortos, negros, y una sudadera azul holgada, junto a una bufanda amarilla atada sobre el cuello.

Al final, la curiosidad le pudo más que el propio sentido común de salir corriendo en dirección contraria. Juro avanzó, y trató de identificar al ejecutor de aquella técnica. Su curiosidad se vio recompensada, cuando, efectivamente, se lo encontró. Su estatura era normal, y estaba cubierto por una capa ocre, que tapaba cualquier rastro de él, además de su cara. Pero eso fue bastante. Sus ojos negros, sus ojeras, su pelo... Juro reconoció al instante a quién estaba mirando.

Era Uchiha Datsue.

« Mierda. Mierda. Mierda » — le recordaba. El combate con Ayame. No solo la había provocado, sino que había hecho grandes proezas, como crear una armadura gigante de chakra o detener el ataque de un bijuu. Y su villa y la de Juro no habían quedado precisamente bien tras todo el lio del combate.

¿Le recordaría él? Y de ser así, ¿Cómo lo haría? ¿Recordaría que él no participó en el combate, sino que intentó poner distancia entre todos y detener el conflicto? ¿O simplemente lo tacharía como otro atacante más, aunque no le hubiera atacado directamente a él?

Las cartas estaban sobre la mesa, y Juro no podía esconderse ahora. Era tarde.

— Y-yo... ¡Lo siento! — exclamó Juro, sintiéndose nervioso —. Estaba por aquí y no pude evitar sorprenderme por la explosión. No quería interrumpir tu entrenamiento.

—¡Maldita sea! —exclamó, confuso, cuando vio que su técnica ígnea no dejaba ni marca en el tablón. Sí, confuso. Porque no sabía si sentirse decepcionado con su propio poder; o maravillado por estar ante semejante maravilla. «¿Y si probase con…?»—. Nah…

La bijuudama de Ayame tenía que ser usada en algo de mayor provecho que aquello. Tac. Tac. Tac. Alguien subiendo por la torre. Se dio la vuelta justo a tiempo para topárselo de lleno.

—¿¡Qué cojones!? —exclamó, ahogando un chillido de sorpresa. Su Sharingan se activó como por acto reflejo, y sus manos se alzaron en posición de guardia.

—Y-yo... ¡Lo siento! Estaba por aquí y no pude evitar sorprenderme por la explosión. No quería interrumpir tu entrenamiento.

—¡La hostia! ¡Vaya susto me metiste! —le recriminó, todavía con el corazón galopándole en el pecho. Bajó las manos, poco a poco, mientras sus ojos pasaban de la bandana del chico a su extraña joroba. Otra mirada más a sus alrededores para asegurarse que no venía acompañado, y, finalmente, se detuvo en su rostro. Aquella cara…—. ¡Tú! —le señaló con un dedo acusador, al reconocerle—. ¡Eres el que dirigía a esos kusareños que me atacaron en el examen!

Uchiha Datsue podía tener muchos defectos, pero nunca olvidaba un rostro.

El chico se volvió hacia él en cuanto subió, probablemente notándolo. Durante unos segundos, sus ojos se tiñieron de rojo. Juro ahogó un chillido. Era algo que conocía, al menos, parcialmente.

« Los mismos ojos rojos que Akame. Probablemente, con su mismo poder » — No sabía mucho de esa extraña habilidad, pero después de haber visto su poder de convicción, había decidido que era mejor ni si quiera mantener la mirada. Si no sabía mucho de ellos era razón de más para ser aún más precavido.

—¡La hostia! ¡Vaya susto me metiste! — le recriminó el chico, mientras abandonaba su posición de combate.

— ¡Lo siento! — repitió Juro, igual o más asustado que él.

Uchiha Datsue no era idiota, y lo demostró facilmente. Observó a Juro (probablemente valorando si era una amenaza), luego miró a su joroba (preguntándose quizá si ocultaba algo o era un defecto congénito) y después, a los alrededores, para ver si estaba acompañado. Claro que si planeara atacar, sus compañeros no deberían estar a la vista de él. Solo esperó que no se le ocurriera esa posibilidad, o una aún peor. No quería ponerse conflictivo.

. ¡Tú!. ¡Eres el que dirigía a esos kusareños que me atacaron en el examen!

— ¿Qué? ¡N-no es cierto! — exclamó Juro, con una sorpresa más que evidente. Se esperaba muchas cosas, pero... ¿Liderar? ¿De verdad había dado esa impresión a ojos externos? ¡Si había sido un completo caos! —. Y-yo... bueno... mis compañeros te atacaron... supongo que eso es imposible de negar. P-pero... yo no los lideré. No es que tuviera nada contra tí o contra nadie de Uzushiogakure. La situación se descontroló y ... bueno, no sé como acabó así.

Juro alzó sus manos en gesto pacífico, mientras trataba de no caerse por el borde de la torre, a la vez que no se acercaba a Datsue. Alternaba miradas hacia el suelo y hacia su interlocutor (aunque no se atrevía a mantener el contacto sobre los ojos mucho tiempo, sino más bien para ver lo que hacía)

— Siento todo lo que ocurrió. En especial, la parte de los golpes. Yota y Daigo no tenían intención de dañarte — dijo. Si Datsue hacía algún gesto que no fuera diplomático , Juro se había decidido a salir por piernas. ¡Era un Uchiha! —. No tengo ningun deseo conflictivo . Lo que pasó durante el torneo fue... muy desafortunado. Por eso, si vamos a tratarlo, me gustaría que fuera desde la diplomacia. Quizá así podamos entendernos.

Quizá liderar no era la palabra más adecuada. Pero sí le había visto pegándole gritos a sus compañeros y empujándoles para largarse de allí. En realidad, le había dado la impresión de ser el más cuerdo de todos los kusareños. No como Yota y Etsu, que primero atacaban por la espalda, y luego preguntaban.

Para su sorpresa, el kusareño le pidió disculpas. Su Sharingan le decía que eran sinceras. Como también aseguraba que Yota y un tal Daigo no habían tenido intención de hacerle daño. Pero, que él pensase aquello, no lo convertía en realidad. «Jodido Yota… Y Etsu, joder. Tú sí que me las vas a pagar».

El chico no lo dejó ahí, sino que pidió que, de tratar el tema, fuese desde la diplomacia. El Uchiha alzó las manos en señal de paz.

—Ey, que yo no soy como uno de esos amejines. Soy un chico diplomático, joder —¿Por qué actuaba como si le tuviese… miedo? ¡Si Datsue era de todo menos un chico agresivo!—. Pues podrías empezar explicándome por qué coño ibais a atacar el hospital —empezó—. ¿Cuál era tu nombre, a todo esto? —Sabía que lo había leído en el examen, pero su memoria para los nombres no era una de sus cualidades, precisamente.

Para su sorpresa, Datsue no pareció mostrarse enfadado. Al menos, no tanto como se hubiera imaginado. Después de todo, sus compañeros se habían lanzado a por él sin tregua, bien podría intentar lo mismo con él ahora que estaba solo.

« Yota ya me lo explicó, pero el porqué el chico inuzuka le atacó escapa de mi comprensión » — reflexionó Juro. No sabía si era un buen o mal detalle, pero decidió ser precavido y evitar mencionarle de momento.

Datsue alzó las manos, en gesto de paz.

. Pues podrías empezar explicándome por qué coño ibais a atacar el hospital ¿Cuál era tu nombre, a todo esto?

— Soy Juro. Eikyu Juro — dijo Juro. No hubo presentación, puesto que ya sabía el nombre de su interlocutor, pero aun así, no pudo evitar sonreír. Era la misma sonrisa tonta que se le ponía siempre —. Es difícil no saber el tuyo después de lo que ocurrió, pero igualmente, encantado, Datsue-san.

Juro chasqueó la lengua, mientras buscaba las palabras para poder explicarse correctamente.

— Nuestra intención no era atacar el hospital. La verdad es que durante el conflicto se creyó que la jinchuriki de Amegakure había sido secuestrada y que estaba capturada en el hospital. Por eso nuestro superior nos ordenó ir ahí cuando hice la retirada — explicó Juro —. El objetivo era negociar para sacar a Ayame si es que estaba secuestrada. A ninguno se nos pasó por la cabeza atacar a ningún civil, ni menos a ningún paciente ingresado. Supongo que es lógico, pero todo se malinterpretó bastante.

» Traté de explicárselo a Nabi cuando apareció. Temía que ocurriera otra batalla campal, así que intenté llegar a un acuerdo con él para evitar más conflictos. Pero la situación se descontroló y supongo que mis palabras no le llegaron.

Juro se sentía un poco más relajado. Era curioso — y más teniendo en cuenta quién tenía delante —, pero se sentía satisfecho. Parecía haber encontrado a alguien que le escuchase. Que realmente pudiera comprender su versión de los hechos.

Eikyu Juro. Se aseguraría de grabar a fuego aquel nombre en su mente.

Juro continuó hablando, asegurando que su intención no era la de atacar el hospital. El Uchiha cambió el peso del cuerpo de una pierna a otra, incómodo. Había perdido la cuenta de la gente a la que le había dicho que esa había sido, en efecto, sus intenciones. Cabía la posibilidad de que Juro estuviese mintiendo, claro. Que fuese tan frío y calculador como para engañar a sus ojos. Pero toda señal corporal que Juro le mandaba, consciente e inconscientemente, era la de alguien siendo sincero.

«Me cago en mi madre…» Aunque eso no quitaba que…

—Pero, muy rápido os posicionasteis al lado de Ame, ¿no? Recapitulemos —pidió—. La Jinchuriki de Ame se descontrola y casi arrasa con media Villa nuestra. Nosotros, que vemos que los de Ame se limitan a tirarse a abrazar a su Jinchuriki en un acto de fe, nos la llevamos lejos antes de que haya víctimas. —¿Qué tenían que haber hecho? ¿Esperar a que alguno de los amejines se dignase a aparecer y hacer algo productivo? ¿Mientras Ayame arrasaba con todo?—. Entonces Shanise me intenta cortar la cabeza y vosotros me atacáis… sin intentar hacerme daño —dijo irónicamente. Por mucho que Juro creyese que era verdad, le parecía de lo más surrealista—. Porque el puñetazo de Etsu por la espalda era solo para hacerme cosquillas, claro. —Más sarcasmo—. Más tarde se sabe que Ayame está en el hospital, y, claro, lo más lógico del mundo, ¡lo más habitual! —Sí, empezaba a calentarse—, es que cuando secuestras a alguien lo lleves al hospital y no al jodido calabozo. Y vosotros… No, ni siquiera adoptáis una posición neutra e intentáis mediar. No, no. ¡Os colocáis al jodido lado de Amegakure y vais de la manita con ellos! —Todavía recordaba como si fuese ayer a Yubiwa y Shanise caminando hacia el hospital como dos novios hacia el altar—. ¿Qué me estoy perdiendo? ¿Tenéis una alianza aparte con ellos en secreto, o qué? —después de lo acontecido con Zoku, tampoco le parecía descabellado. Una alianza en la que prometían ayudarse ante cualquier eventualidad frente a Uzu.

Juro se encogió rápidamente ante las palabras de Datsue. Empezó hablando de forma suave, pero poco a poco, sus facciones se crisparon, relevando la profunda ira que parecía sentir hacia ellos, Kusagakure, y todo lo que había pasado. Bueno, quizá no era el chico comprensivo que esperaba que fuera.

« Si me dieran un ryo por cada vez que me han gritado por esto... » — Probablemente, no tendría que preocuparse por el presupuesto para sus marionetas en toda su vida.

— No hay ninguna alianza aqui en contra vuestra, Datsue-san — murmuró Juro, sorprendido.

La cosa era, ¿Seguía intentando razonar con él? No sabía si le daría tiempo a huir. Podría intentarlo un poco más.

— Puede que ahora, desde un punto de vista objetivo, parezca como tú dices. Pero en el momento, todo fue un maldito caos. Lo primero que recuerdo es estar viendo tu combate — No iba a recurrir a las niñerias de "tu provocaste esto", pero estaba claro que algo de culpa tenía — y que de repente, Ayame se volviera loca. Lo primero que hice no fue precisamente aliarme con Amegakure, Datsue-san, sino ir a buscar a mis compañeros de villa. Yo en ese momento no pensé en el sacrificio que hicieron tus compañeros o lo arriesgado de vuestras acciones, porque estaba centrando en mis compañeros y encontrarlos.

» No me malinterpretes, os estoy muy agradecido tras saber que nos salvasteis la vida a todos. Pero en ese momento, no pude entender lo que pasaba. Simplemente ví que desaparecían y que se armaba un caos.

Juro se cruzó de brazos. Esta vez fue él quién cambió el peso de la pierna.

— Después, veo a una mujer apunto de cortarte la cabeza, sí, alegando que habeis secuestrado a la jinchuriki. En ese momento, no es que pensásemos aliarnos con Amegakure, Datsue-san. Solo queríamos que alguien explicará lo que ocurría ahí, que Amegakure se tranquilizase y que no hubiera más problemas — dijo —. Admito que la mejor forma de hacerlo no fue la de Yota, pero él quería una explicación, y por eso se lanzó. Su jutsu no era ofensivo. Sin embargo, entiendo que lo considerarais un ataque, y que se armara ese lío. Por eso traté de evitar los problemas — trató de justificarse Juro —. Cuando hablas de Etsu supongo que te refieres a ese inuzuka. La verdad es que no lo conozco. Supongo que es de mi villa y por tanto es parte de mi responsabilidad, pero yo en ese momento estaba con Yota y Daigo. Él actuó por libre.

» No lo digo para justificarme, simplemente digo la realidad y lo que pasó — dijo —. Yubiwa-san nos ordenó ir al hospital y nosotros fuimos por nuestra cuenta, no "de la manita con Amegakure". Puede que tengas razón y debimos pensar que estaba hospitalizada, pero eso tampoco podíamos saberlo, y en ese momento ya no se podía pensar precisamente con claridad— continuó diciendo Juro —. Y sinceramente, probablemente se hubiera armado otra batalla campal, por lo que me alegro de que los encargados de las aldeas llegaran ahí y nos separaran a todos. En ese momento del conflicto, ya era imposible que un bando entendiera al otro. Esa es mi versión de los hechos.

—No hay ninguna alianza aqui en contra vuestra, Datsue-san.

«No que tú la sepas», pensó interiormente, desconfiado. Pero siguió oyendo a Juro. A aquel chico calmado y sosegado, que explicaba con naturalidad su punto de vista. El caos que se había formado. La confusión. El miedo. Responsabilizándose por sus actos. Sin esconderse.

Quizá, las acciones de los kusareños no habían sido tan oscuras como había pensado en un primer momento. Quizá, parte de aquello había sido el karma. ¿Acaso no había engañado al perro de Etsu para que se comiese setas alucinógenas? ¿No tenía motivos él para tener ganas de revancha? Quizá, tenía que aprender a ponerse en el pellejo de los demás. A empatizar. A saber perdonar.

En definitiva, a madurar.

—Está bien, Juro —le miró a los ojos—. Si tú dices que fue así, entonces, te creo —extendió la mano y esperó a que se la estrechase. Un apretón de manos para zanjar aquello de una vez y dejar la mierda atrás.

Un apretón entre hombres de paz.

Un apretón entre Jinchurikis.

Datsue escuchó a Juro. Pareció escucharle de verdad (aunque nunca se sabía lo que realmente pensaba una persona).

« Espero que esto no sea un error »

La mente humana aterrorizaba al marionetista. Quizá, porque no era algo que pudiera controlar, tanto como sus marionetas. Cada personas tenía una forma de pensar. Había gente tan transparente como un trozo de cristal, a través de la cuál podía ver todo. Sin embargo, la mayoría de las personas eran como una lámina de acero. Incapaz de ver a través, incapaz de pasar, condenado a hacer hipotesis y elaboraciones de lo que realmente puede pasar por ahí.

Su hermana siempre le había dicho que era excesivamente controlador, y que debía dejarlo pasar. Pero en ese momento, no pudo volver a desear poder leer el pensamiento de la gente. Esta vez no por capricho.

Esta vez era por supervivencia.

—Está bien, Juro. Si tú dices que fue así, entonces, te creo

— G-Gracias... — murmuró. Seguía teniendo miedo. ¿Quién era Uchiha Datsue en realidad? ¿Podía fiarse de él? ¿Podía acercarse con la certeza que que no le pasaría nada?

Juro se mordió el labio, y avanzó un paso. Luego otro. Hacia Datsue.

— S-sé que no puedo cambiar lo sucedido, y lo lamento, ahora y probablemente siempre — añadió a decir, temeroso —. Pero espero que podamos dejar atrás esto y volver a como era todo antes. Es lo único que deseo después de todo. Yo también tenía conocidos en Uzushiogakure, ¿sabes?

Al final, el deber se impuso a su instinto de correr. El deber de pagar por sus actos y redimir sus acciones. De no tirar la mano y luego esconder la piedra. Él quería eso: paz. Puede que fuera una trampa, pero... ¿Cómo podría hallarla si a la primera de cambio salía corriendo?

Juro le estrechó la mano, firmando aquel extraño acuerdo de paz.

« No dejes que me arrepienta de esto, por favor »

—S-sé que no puedo cambiar lo sucedido, y lo lamento, ahora y probablemente siempre. Pero espero que podamos dejar atrás esto y volver a como era todo antes. Es lo único que deseo después de todo. Yo también tenía conocidos en Uzushiogakure, ¿sabes?

—Ah, ¿sí? ¿Quiénes? —se interesó. El apretón de manos se había realizado, y la paz, firmada con aquel simple gesto. Al menos, entre ellos dos. El Uchiha no representaba a toda su Villa, y Juro, tampoco. Si algún día se volvía a cruzar con Etsu, o con Yota…

Solo los Dioses sabían lo que pasaría.

Ambos se estrecharon la mano. No hubo represalias: ni puñaladas por la espada, ni golpes bajos, ni jutsus mortales activados. Parecía que la paz había sido firmada, de verdad, entre ellos.

« Puede que solo sea mi mente la que esté trastornada. Quizá debería no desconfiar tanto de los demás » — pensó Juro, casi conmovido por el gesto.

Además de eso, Datsue pareció interesarse por los conocidos que él tenía en Uzushiogakure.

— La verdad es que me llevaba muy bien con dos, especialmente. Una era Uzumaki Eri. Se lució bastante durante el conflicto. Ya sabes, pelirroja, rostro amable, algo bajita... aunque bueno, ha crecido desde la vez que la conocí — Juro se llevó una mano al mentón, pensativo, aunque luego descartó lo que quiera que pensase —. Lo mismo da. Coincidimos en el museo de armas de Taikarune, y nos volvimos a ver en Tane-Shigai. Tuvimos una buena relación. Ella era muy simpática, y me ayudó mucho.

» El otro se llama Inuzuka Nabi. Coincidí con él en una situación menos afortunada, pero terminamos por llevarnos bien. Aunque su carácter es un poco más difícil — admitió Juro, encogiéndose de hombres —. Es una lastima. Después del conflicto, nuestra relación ha empeorado bastante. Especialmente con Eri.

No podían ser otros. Uzumaki Eri e Inuzuka Nabi. Esos eran sus dos conocidos. Y, algo que le dejó atónito, era con Eri con quien peor se llevaba tras el conflicto. Aquello le sorprendió como pocas cosas podían hacerlo. Nabi solía ser el más temperamental y rencoroso de los dos —quizá hasta de los tres—. Pero, Eri, pese a ser de fuerte carácter, era de muy buen corazón.

A veces de demasiado bueno, pensaba el Uchiha.

—¿Y cómo es que empeoró, exactamente? —preguntó, receloso. Si aquel chico había enfadado a Eri, algo mal habría hecho. Quizá no había sido tan buena idea hacer las paces tan pronto.

—¿Y cómo es que empeoró, exactamente? — preguntó Datsue. Juro notó cierto tono de desconfianza en él.

Supuso que era normal. Después de todo, le estaba contando que se llevaba mal con compañeros suyos. Si tuviera una razón de peso, probablemente su "paz firmada" podría resquebrajarse. Pero en ese momento, ya no quería mentir. Si estaba contando la verdad, tenía que ser sincero.

Al menos, sincero respecto a esto. Supuso que se lo debía.

— Nos encontramos tras el conflicto en el Valle del Fin. Fue una gran casualidad. Estaba frente a las estatuas, y Nabi fue hacia mí, bastante enfadado tras todo lo que pasó. Supongo que ya puedes imaginarlo — murmuró Juro —. Entonces, apareció Eri, y la cosa pareció calmarse. Hablé con ella un poco, y no parecía molesta por lo sucedido. Hablabamos de forma tensa y sin la confianza que pudimos ganar antes, pero hablabamos correctamente.

» Pero entonces, cuando estaba hablando con ella, algo me golpeó. Al parecer, Nabi entrenó a su perro para que me lanzara una mierda cuando me hubiera descuidado. Me cayó aquí, justo en la nuca — dijo Juro. Ya no estaba enfadado, pero desde luego, le había molestado —. Me enfadé mucho. Sobretodo porque quería hacer las paces con ellos, así como lo estoy haciendo contigo ahora. Les acusé de haberme atacado por la espalda, y de que se habían aprovechado de mí en ese momento.

Juro suspiro. No lo recordaba precisamente agradable.

— Ya sé que suena muy hipócrita tras lo del examen, pero tenía una mierda de perro en el cuello y no soy de piedra. Me cabreé y no pensé— suspiró Juro —. No te preocupes, no hubo violencia. Yo no les atacaría. Pero herí los sentimientos de Eri y se marchó. Supongo que ella no tuvo nada que ver con Nabi ni su intento de ataque. Cuando lo pude pensar más fríamente, ya se había marchado. Ojala pudiera hacer las paces con ella.

No podía creérselo… ¡No podía creérselo! ¿En serio Nabi había tenido los santos bemoles de…?

— Estaba frente a las estatuas, y Nabi fue hacia mí, bastante enfadado tras todo lo que pasó. Supongo que ya puedes imaginarlo.

«Oh, no…»

—Pero entonces, cuando estaba hablando con ella, algo me golpeó.

«No, Nabi, ¡no! ¡Dime que no fuiste capaz! ¡Dime que…!» Tuvo que llevarse una mano a la boca, intuyendo lo que venía a continuación.

—Al parecer, Nabi entrenó a su perro para que me lanzara una mierda cuando me hubiera descuidado. Me cayó aquí, justo en la nuca.

Se mordió la lengua y aguantó la respiración. Los ojos se le humedecieron de tanto que se estaba esforzando. Nunca en la vida le había costado tanto aguantarse la risa. «¡Qué hijo de puta! ¡Qué hijo de las mil putas! ¡Joder, y qué grande al mismo tiempo! ¡Grandísimo! Lo reconozco, Nabi, te he subestimado. A ti sí que habría que hacerte un monumento en el Valle del Fin».

—Joder, qué… No tengo palabras —se excusó, desviando la mirada momentáneamente. «Aguanta, ¡aguanta! No te me vengas abajo ahora. Eso es, controla la respiración. Inspirar, espirar. Uno, dos. Uno, dos»—. Si te sirve de consuelo, a mí también me lo hizo en una ocasión. Y sí, yo también perdí los nervios. Te entiendo. —Era perfectamente comprensible—. Joder, pues hablaré con Eri, tío. Seguro que se puede arreglar. Además, a diferencia de los amejines —«y de mí»—, Eri no es de naturaleza rencorosa.