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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Nada más ver movimiento, el clon se vino hacia atrás y se deshizo, transmitiendo al instante la información al original.

¡Al toque! —exclamó Datsue, dejando la lima con dedos temblorosos. Estaba tan agotado, tan fundido, que temblaba de arriba abajo y apenas tenía fuerza para apretar con la mano. De hecho, le costaba estirarla de lo agarrotado que tenía los músculos.

Pero solo tenía que dar un paso más. Un paso más. Con gran esfuerzo, introdujo la madera por el hueco del hierro. Luego, buscaría una espiga para atarla alrededor, tal y como estaba en el arma que quería replicar, para asegurar el agarre. Hacer el nudo le costó horrores. Tirar fuerte más.

Pero ahí estaba… Ahí estaba. Si le daba tiempo, hasta volvería a vestirse la camisa.

Estaba hecho. No había vuelta atrás. Que fuese lo que los Dioses quisiesen.
[Imagen: ksQJqx9.png]

¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado



Grupo 0:
Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80

Grupo 1:
Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80

Grupo 2:
Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80

Grupo 5:
Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
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Oh, hacía mal, Datsue. Encomendarse a los Dioses. En plural. Eran tantos. ¿Por qué no rezarle a uno? ¿al más grande? ¿al más benevolente? quién sabe.

Tākoizu Nahana y Tākoizu Kitana ascendieron la cumbre y se adentraron en la forja del Toro. Kitana era una réplica de su madre, más joven, por supuesto. Aparentaba los veintitantos y tenía un aspecto firme y portentoso, aunque grácil y bello a la vez.

—Te ves exhausto —comentó Nahana—. ¿acabaste?

—Así parece.

Kitana se acercó a Datsue y le arrebató el arma de las manos. Comenzó a inspeccionarla. Los ojos moviéndose como minutas de reloj. De un lado a otro. Cada detalle. Cada poro. Cada grieta.

Lástima que Datsue no tuviera el sharingan, porque así podría haber visto mejor el rápido y fugaz movimiento que realizó Kitana, en un giro virtuoso en su propio eje; que concluyó con el arqueo de su brazo. El hacha construida por Datsue salió volando con la destreza digna de un guerrero y dio giros y giros hasta clavarse en un pedazo de madera, allá, a la distancia.

Kitana permaneció observando el arma. Tic, tac, tic tac. Ploc. Ésta permaneció clavada, por suerte.

—¿Qué piensas, hija?

—Nada extraordinario, me temo. Aunque un hacha, al fin y al cabo. Tú —miró a Guzen—. guíame a través del proceso con el cuál la construiste. Cuando acabes, tendrás que decirme en dónde cometiste el error más notable. Y por último, lo que harías diferente, de tener otra oportunidad para replicar el arma de mi madre.
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Supo antes de que la propia Nahana lo confirmase que aquella era su hija. Eran clavadas, más allá de la diferencia de edad existente, como si simplemente fuese una versión más joven.

Aguardó, con el corazón en un puño, a que evaluasen su arma. Horas de sudor y sacrificio reducidas a un simple lanzamiento contra la madera. Fue desolador, pero por suerte, aguantó. «¡Y claro que aguantó! ¡Tengo la Marca del Hierro por algo, después de todo!»

No obstante, la hija quería saber el proceso de fabricación.

Pues, primero sopesé el arma a replicar e intenté captar su esencia. —No iba a detenerse en aquello, pues Nahana ya le había demostrado que no le gustaban los filósofos—. Luego busqué una madera para el mango con una forma y contextura lo más parecida posible. Así también hice con el hierro seleccionado, pillando uno de esos que ya vienen con formas y escogiendo el perfil que más me convenía. Luego lo llevé a la fragua con las pinzas y después empecé a darle forma en el yunque. Más adelante tuvo que darle profundidad al borde con una lima y agudizar el filo con una piedra de afilar. Ya de último, tomé una de esas varillas —bueno, cuatro en realidad—, y las estampé con la ayuda de un martillo en la cabeza del hierro para abrir un agujero e introducir el mango.

»Como el agujero no me salió del todo homogéneo, lo que iba a dañar la madera tras un poco de uso, lijé el interior para eliminar los poros e imperfecciones antes de encajarlo en el mango.

»Creo que mi mayor error fue precisamente hacer el agujero de esta forma. Si pudiese volver atrás, lo que haría sería… —dudó—, sería colocar una de estas varillas en la cabeza del hierro, antes de darle forma. Entonces, a medida que fuese doblándolo, el hierro se iría ajustando a la varilla, sin necesidad de tener que perforarlo luego y quedando un trabajo mucho más… limpio.
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Kitana asintió, conforme.

—Tiene destellos.

—Soroku suele elegirlos bien. Aunque no lo suficiente como para acabar el curso intensivo, me temo. Pero éste —se acercó y le dio dos palmadas en la cara—. creo que nos la va a poner difícil, hija mía.

La hija no respondió, sin embargo. Se le quedó viendo pasmada al muchacho, con intriga. Muchísima intriga.

—¿Soroku te enseñó lo que sabes?
Responder
Sépase algo de Uchiha Datsue: no le gusta, nada, que le golpeen en la cara. Incluso si estos son golpes cariñosos. Despertaba en él una ira primitiva e irracional que hasta desentonaba con su personalidad pícara. Él siempre lo achacó a sus genes de Uchiha.

No obstante, Gūzen recibió las palmadas como la mejor de las carantoñas. Sonriente, orgulloso de que hubiese gustado a ambas.

¿Soroku te enseñó lo que sabes?

Me dio unas nociones básicas, y me dejó observar cómo trabajaba el hierro. Creo que ahí fue donde más aprendí —respondió, escueto.
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—Ya. ¿Y por qué no seguir tu aprendizaje con él? es un gran Herrero, después de todo. ¿Por qué Tākoizu Nahana?

La heredera de Lord Yunkai soltó un uhm bastante curioso. Era buena pregunta, esa.
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¿Sinceramente? —replicó Gūzen—. Hubiese estado la mar de contento de haber sido su aprendiz. —Hablar mal o infravalorar a Soroku para ensalzarlas a ellas era una mala estrategia—. Pero yo era… ¿cómo lo llamaba Soroku-san? Una mente demasiado inquieta que necesitaba crecer y pulirse en el ambiente adecuado. O algo así —dijo, inventándoselo sobre la marcha—. Quizá suene… demasiado pretencioso por mi parte, pero yo no solo aspiro a ser un buen herrero. Yo busco algo más. Yo quiero crear. Yo quiero inventar. Yo quiero hacer algo nuevo que Oonindo todavía no haya visto. Y Soroku-san me dijo que este sería el mejor lugar del mundo para crecer en dirección a esa meta. —Y algo le decía, en base a esos moldes de cobre que había visto, que algo de verdad había en sus falsas pretensiones.

Aquel sitio, sin duda, era como Amegakure para la tecnología: el nacimiento de todo.
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Kitana asintió, satisfecha. Veía en aquel muchacho el deseo y las pretensiones de un digno aprendiz. Hacía tiempo que no lo veía en nadie. Nahana, sin embargo, era mucho más escéptica siempre, y con todos. Hasta que le demostraran lo contrario, por supuesto.

—Oh, muchacho, Oonindo ha visto taaantas cosas. Y aún así... —entrecerró los ojos—. te acepto formalmente como mi aprendiz. A partir de hoy trabajaremos en tu adoctrinamiento para convertirte en el herrero que deseas ser. Aprenderás las bases del oficio, su historia, la de los Señores del Hierro, la respetarás y le harás honor con tus creaciones. No será sencillo, al contrario, habrá ocasiones en las que querrás desistir. Llegará el punto en que la forja se convertirá en tu infierno personal. El calor te agobiará. Las manos te dolerán. Supera las dudas y los temores, y sólo así, serás uno de los nuestros.

—Y sólo así, serás uno de los nuestros.
Responder
Oh, no tenía duda alguna que su formación en la forja se convertiría en un auténtico infierno. Esperaba que, con suerte, dicha penuria se viese reducida a pocos días, con la misión resuelta con éxito. Porque, si algo tenía claro, era que no, el nunca sería uno de los suyos.

Muchísimas gracias por la oportunidad —dijo, doblando el cuerpo en una reverencia a ambas—. Estoy deseando empezar. —En realidad, de lo que estaba deseando era de darse una buena ducha y tirarse en la cama por el resto del día.
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Y los días, sin embargo, se convirtieron en tres semanas de sufrimiento y trabajo arduo. Sudando y aprendiendo. Se sintió como en los tiempos de academia ninja, aunque indudablemente peor, dado el esfuerzo físico y mental al que se vio sometido Datsue durante los casi veintiún días en los que no conoció otra cosa que su cama, la ducha y la forja, en ese orden estricto. Apenas tenía tiempo para comer. El descanso no era una opción. Soroku se había marchado la tarde de la primera prueba, despidiéndose de Datsue y dejando en sus manos la resolución de la amenaza que se ceñía sobre su maestra.

Datsue aprendió mucho del oficio durante ese tiempo. Demasiado, en realidad. Estaba tan metido en su papel que su proceso cognitivo se dedicó enteramente a convertirse en un herrero al menos decente. Eso no quiere decir, desde luego, que no estuviera atento a las señales, ni de si alguno de los sospechosos se delataba en el proceso. Lamentablemente, nada sucedió. No hubo vestigios de ningún ataque ni de ninguna traición. Por lo que él sabía, Nahana estaba a salvo, Kitana iba y venía de viajes esporádicos, el maestresala se dedicaba enteramente a las labores de su cargo y Urami seguía tan caprichosa con su huida como siempre, sin poder cumplir su sueño de escaparse de aquel encierro tortuoso en lo más alto de la Montaña del Hierro.

Un día, el veintidosavo, la rutina cambió. Estaban todos almorzando, incluso Kitana, y estaban hablando de temas poco habituales para la mesa.

—¿Y cómo te fue con Shoberu, Kitana?

—Digamos que está abierto a negociar, pero va a querer sacar el mayor provecho posible del trato.

—Puede darse el lujo. Posee una de las parcelas más ricas en minerales en el lado de las Montañas.

—Sigo convencido, mis señoras, que deberíamos continuar con nuestro proveedor habitual. Sé que son rutas más largas y conlleva un mayor esfuerzo encarar las logísticas, pero...

—Pero nada, Furune. Debemos crecer como entidad. Más aún, con el último encargo que sabes muy bien ha llegado a nuestras manos. ¿Cómo no tomarlo, eh? ¿cómo no ayudar a la verdadera herede..

—¡Madre!

Todos miraron a Urami y a Guzen.

—¿cómo va ese entrenamiento, Guzen-kun? —soltó, cortando la tensión con un cuchillo.
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Tres semanas. Tres semanas habían pasado ya, en lo que al Uchiha le parecieron una auténtica tortura. Prefería mil veces entrenar con la constancia, la dedicación y el ritmo de Akame que pasarse el día en la forja. Al menos estaba ganando un poco de tono físico. Trabajar con el hierro era agotador, y uno estaba obligado a coger fuerza y aguante para soportar las enormes cargas de trabajo. Lo peor, sin embargo, era el calor. Las altas temperaturas contrastaban con el frío de Aliento Nevado que asolaban las montañas, y el Uchiha se sorprendió que no hubiese enfermado todavía por ese cambio tan brusco. «No tengo tiempo ni para enfermar», se decía en ocasiones.

Como la cosa continuase así, no le iba a quedar más remedio que abandonar la misión. ¿Cuánto tiempo debía estar, hasta considerar un inminente atentado como una posibilidad lejana? ¿Cuánto tiempo se debía permanecer en el puesto en aquellos casos? El Uchiha no lo sabía, pero tenía claro que toda la vida no se iba a pasar allí.

Uno de esos días, estaba Datsue deleitándose con la comida —o, más bien, con el descanso que traía con ello—, cuando la conversación tomó un cariz más intrigante de lo normal. Hablaban de un tal Shoberu, nuevo proveedor en perjuicio del que venía siendo habitual, cuyos costes y traslados eran menos convenientes.

Justo iban a mencionar a alguien importante cuando…

—¡Madre!

Las miradas se clavaron en él. Y en Urami. ¿De qué coño hablaban? ¿La verdadera heredera de qué? Furune, quien claramente no quería que ni él ni la propia Urami se enterasen, cambió rápidamente de conversación, preguntándole por su entrenamiento.

Duro y agotador, tal y como se me había prometido. Pero creo que estoy dando los pasos correctos —dijo, mirando de reojo a Nahana por si le metía un palo.

Dudó.

¿Tanto nos beneficia ese cambio de proveedor? —preguntó, por ver si sonaba la flauta.
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Furune esbozó una sonrisa empresarial y se acomodó en el asiento.

—Bastante, sí. Nos ahorraríamos un gran porcentaje en los costos de traslado ya que cada vez que debemos hacer traer material desde el País del Fuego, debemos pagar una comitiva ninja que resguarde el transporte hasta Notsuba. Aunque yo lo concibo como un gasto necesario que demuestra compromiso con nuestros aliados de toda la vida.

Urami refunfuñó. Aquellos menesteres le fastidiaban en exceso.

—Necesitamos ese material, Furune-san, y lo sabes. Sino no podremos cumplir con los plazos.

—Quiero que te lleves a Guzen a la ciudad contigo y presencie la negociación. Es parte del entrenamiento entender cómo funciona el negocio familiar. Hablamos de quienes nos proveen los materiales en bruto para las armas. Nosotros no estamos habilitados para minar.

Kitana asintió sin peros ni porqués.
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¿Una oportunidad para escapar del Yomi al que acudía mañana y tarde para dejarse el lomo y la salud? Datsue, Gūzen, y cualquiera con dos dedos de frente la cogería sin pensarlo. Un profesional, además, creería que era una oportunidad de oro para sondear posibles amenazas.

El Uchiha trató de reprimir su repentina felicidad.

¿Cuándo tendremos que partir, Kitana-san?
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Antes de que Kitana pudiera responder, Urami intervino.

—¿Me lleváis con vosotros, por favor?

Nadie contestó, sin embargo. Al menos no de inmediato.

Tras un largo minuto en en el que lo único que se escuchó fue el arrastre de los cubiertos de algún plato, el masticar de la carne y de la garganta de Kitana contrayéndose por la cerveza que satisfacía su sed, la descendiente de Lord Yunkai habló, con un pedazo de muslo entre los dientes.

—¿Te vas a comportar? ¿no harás un berrinche cuando haya que volver? —Urami asintió con la cabeza—. entonces puedes ir. No te separes de tu hermana en ningún momento, ¿está? —miró a Guzen—. ¿la cuidarás?

Y al preguntar aquello, sonrió. Lo hizo porque era una mujer atenta. Porque les había visto coqueteando en algunas ocasiones. Pues dígase algo de Urami, era un manjar delicioso al que Datsue hubiese querido probar en más de una ocasión. Pero era un hombre fuerte, de principios, convencido de que su amor por alguien debía permanecer intacto en caso de que los Dioses fueran lo suficientemente misericordiosos como para devolvérsela.

En ese entonces no lo sabía, pero los Dioses sí. Ame no kami, sobre todos los demás. La fidelidad de Uchiha Datsue sería recompensada.
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Oh, no. Urami era un problema. Le distraería. Requeriría de su atención. Y, sin duda, trataría de aprovechar la oportunidad para escapar. Tal y como había hecho en su última salida, justo el día en que él había llegado a la fortaleza.

Iba a tener que tomar medidas. Dos, en concreto. Pero eso, luego.

Por supuesto, Nahana-sama —dijo, haciendo una leve inclinación de cabeza—. Cuidaré de ella como si fuese… —miró de reojo a Urami—, mi hermana pequeña.
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