Urami, en vez de bajar la guardia ante el comentario de Datsue —el cuál, dadas las circunstancias, había entendido muy pero muy bien—. mantuvo el contacto visual. Era indomable, ella.

—Partimos en dos horas —añadió Kitana—. prepararos una muda de ropa, que pasaremos la noche en la ciudad.


El aire ahí abajo, lejos de las alturas de la montaña, se respiraba mejor. Era menos pesado. Los pulmones de Datsue estaban airosos y agradecidos. Además, hacía un frío pesado que para Datsue ya no lo era tanto pues su cuerpo se había acostumbrado a las altas temperaturas de la forja.

La ciudad de Notsuba era un verdeo paraíso de estructuras con estilizado japonés, protegido por las enormes estructuras de piedra que rodeaban el peldaño sobre el cuál estaba construida. Era una tarde común y corriente, con muchos comerciantes de camino por sus calles y con el movimiento típico de ciudadanos que debía tener toda capital.

Guzen, Kitana y Urami se habían hospedado en un lujoso hotel, dejando allí sus pertenencias. Tuvieron tiempo para pasear, conocer, reír y echarse algún cuento anecdótico como lo haría una familia. A Datsue no le había sido demasiado difícil lograr que ellas congeniaran con él, y viceversa, así que hasta ahora no estaba siendo la misión más difícil del universo, salvo los esfuerzos que le pedía Nahana.

Finalmente, a eso de las ocho, los tres reservaron una mesa privada en un restaurante tradicional. Pidieron entradas, bebidas y conversaban mientras aguardaban por el invitado de honor.

Ah, ¡aquello sí era vida! Un hotel de lujo. Una ciudad donde se respiraba un aire puro de montaña. Buena comida. Y acompañado de dos chicas guapas y simpáticas. ¿Qué más se podía pedir? Si la vida de Gūzen se redujese principalmente a aquello, Datsue hasta le envidiaría.

—Y dime, Kitana, ¿es duro negociar con ese tal… Shoberu? ¿Qué tipo de negociante es? —se interesó, por más que, intuía, estaba a punto de descubrirlo.

Kitana bufó con desdén.

—No sé si se le puede llamar negociación a lo que estamos tratando de hacer con ese hombre. Más que nada porque desde el principio se ha mostrado muy renuente a dar el brazo a torcer con sus pretensiones. Que no son para nada factibles en un negocio de esta escala si me permites acotar —bebió de su cerveza y continuó—. y es un empresario voraz en el sentido estricto de la palabra. De esos que buscan sacar una buen cuotaparte de todo lo que hacen. Y es que estamos hablando de un cargamento de cientos de toneladas de metales ya procesados y refinados, no me esperaría otra postura de él.

Aún así, los detalles no se esclarecían por sí solos. ¿Para qué quería Nahana, a través de Kitana; cerrar un acuerdo que le proveyera semejante cantidad de materia prima? ¿tanto necesitaban para cumplir con el pedido al que habían hecho referencia durante el almuerzo? ¿A quién coño iban a armar, a un puto ejército, acaso?

... ¿acaso?

«Pues claro que te permito acotar, cariño», pensó, divertido. Claro que, por mucho que pareciesen llevarse bien, no creía tener la suficiente confianza como para soltarle un pequeño vacile del estilo.

—Cientos de… toneladas —el Uchiha silbó, impresionado. Eso daban para muchísimas armas. ¿Y se suponía que ellas dos, con su ayuda, darían forma a tantísimo hierro?—. ¿Y para cuando tiene que estar listo semejante encargo? Porque seis manos dan para lo que dan… —¿No sería conveniente contratar a unos cuantos herreros?

¿Y quién narices le había pedido semejante armamento? «¿Una Villa, quizá? No, pero antes dijeron algo de la verdadera heredera… ¿A quién coño se referían? Joder, si Soroku pudiese hablarme a través del sello… Y Urami parece no saber tampoco de qué va el rollo. Joder, pero espera, esto puede ser importante. Esto puede estar relacionado con el ataque del que me advirtió Soroku. Un encargo tan grande… mueve muchos intereses. Demasiados».

—Séis manos es todo lo que necesita el Estandarte —soltó con complacencia—. y serían ocho, si mi pequeña hermana se atreviese a colaborar con nosotros. No te dejes engañar por su apariencia, Urami es una excelente herrera aunque te hace creer lo contrario para hacer enojar a madre.

Urami alzó una ceja y se llevó un palito de queso a la boca.

—Oh, ¿en serio? —miró a Urami, francamente sorprendido. No pegaba en nada con su apariencia y actitud caprichosa—. Pues ahora ya sé a quién pedirle unas clases extras si las necesito, ¿eh? —bromeó, jugando en el filo de la navaja. No sabía cómo se tomaría Kitana que anduviesen tonteando con su hermana pequeña. Aunque, siendo francos, Urami era mucho peor que él.

»¿Y quién nos solicitó tan colosal encargo, si se me permite saber? —Algo le decía que no se le permitía.

Kitana empezó a ver hacia todos lados. A pesar de estar en un cubículo VIP, privado, no se fiaba.

Tampoco acaba de decidirse de si confiaba en ellos. En Guzen, porque no tenía el mes que llevaba conociéndole. Aunque era una sensación algo contraproducente, porque a pesar del corto tiempo que habían podido compartir de tú a tú, el aprendiz de su madre se había mostrado a sí mismo como un muchacho responsable. ¿Era suficiente?

Ah, y de Urami qué decir. Se confiaba más en una cabra de la montaña que en ella. Y eso que la sangre de los Tākoizu corría por sus venas.

—Dime, Guzen. ¿Acaso sabes algo de la situación política de éste País?

Ni Datsue ni Gūzen tenían mucha idea, la verdad. Aunque algo de ello había hablado con Soroku.

—Pues… no mucho. Sé que un tal Kurawa… ¿Jagaimo? —dijo, tratando de hacer memoria. Recordaba que Soroku se lo había dicho—, es quien gobierna. Muy entrecomillas, porque el chico tiene doce años y no creo que a esa edad uno controle mucho de política y economía.

Kitana asintió.

—Sí, Kurawa Jagaimo es el Niño Feudal —no podía decirle Señor, era un insulto—. del País de la Tierra. Pero se habla mucho de que su incidencia en el gobierno es prácticamente nula por su edad. Dicen que las verdaderas riendas las ha tomado su tío, quien siempre está ahí para aconsejarle.

»¿Sabías que Jagaimo tiene una hermana? una hermana mayor.

Eso implicaba muchas cosas. Aunque Kitana no estaba segura de su Gūzen, un muchacho de pueblo humilde fuera capaz de entenderlas.

«Así que su tío… Interesante»

—Hmm… ¿En serio? —No tenía ni idea. ¿Una hermana mayor? Igual era como Urami, que pasaba de la tradición familiar y quería ir a su rollo. ¿Por qué, sino, no era ella la gobernante?—. ¿Y cómo es que no es ella quién gobierna? —preguntó, intrigado.

Kitana sonrió de oreja a oreja sorprendida por la perspicacia del aprendiz y se acercó al centro de la mesa en la que comían. Luego empezó a hablar tan bajito que tanto Urami como Gūzen tendrían que estirar el cogote, y parar el oído para escuchar sus misteriosos susurros.

—He ahí el quid de la cuestión, Gūzen-kun —volvió a mirar hacia la entrada del cubículo. Sin muros en la costa—. parece que Ivvatsumi fue desterrada por su padre, aunque nadie sabe exáctamente el por qué. Lo que si sabemos es que ella es la legítima sucesora del cargo y que... puede que quiera recuperar el trono pronto.

»Un emisario nos contactó hace tres estaciones hablando en su nombre. Y en nombre de su ejército.

Ejército. Encargo. Armas.

Todo iba cogiendo sentido. Todo se iba hilando.

Los ojos de Datsue se abrieron de par en par.

—Oh… —Su boca era ahora una gran “o”—. Oh.

Sin palabras. Aquella súbita revelación le había dejado sin palabras. La legítima heredera, caída en desgracia, pero con la fuerza, el poder y el deseo como para convocar a un ejército y recuperar lo que por ley y sangre le pertenecía.

Pero para eso, por supuesto, necesitaba armas. Es decir, a ellos.

«Jo-der. ¡Esto son palabras mayores! Oh, mierda. Quizá debería informar de esto a Hanabi. ¿Tenemos algún bando o nos es indiferente?» No lo sabía, pero de lo que sí estaba seguro era que la guerra traía mucho, mucho trabajo. Y eso, suponía, era bueno para el negocio ninja.

«¿Será alguien cercano al Señor Feudal quien quiere joder a Nahana por esto? Hmm… No, si supiesen algo simplemente los aplastarían. Hmm… ¿El proveedor al que dejan tirado, quizá? ¿Cómo venganza y, ya de paso, sacarse unas monedas?»

—Madre mía, pues es seria la cosa. E imagino que al antiguo proveedor nuestro no le debe hacer mucha gracia que justo cortemos relaciones ahora, ¿no? —preguntó, tratando de arañar más información.

—Madre mía, pues es seria la cosa. E imagino que al antiguo proveedor nuestro no le debe hacer mucha gracia que justo cortemos relaciones ahora, ¿no? —indagó Gūzen.

—No mucha, aunque desde luego desconoce que tenemos este negocio entre manos. Y así tendrá que ser hasta que lo cerremos.

—Ah, y yo que pensaba que ya lo habíais concretado —añadió Urami, como quien no quiere la cosa.

—Es que no podíamos aceptar sin tener este acuerdo en buen camino —Kitana alzó la vista y echó una mirada al reloj. Tarde —. ¿en dónde está ese viejo asqueroso?

Lógico. El antiguo proveedor no debería saber nada de aquel encargo tan secreto y peligroso. Debería, a no se que lo descubriese por otros medios. El Uchiha se quedó conforme, por el momento, con la nueva información obtenida. No creía poder rascar mucho más, y lo mejor sería esperar a ver cómo se iban desarrollando los acontecimientos.

—¿Es costumbre en él retrasarse? —preguntó, dejándose contagiar por la preocupación.

¿Y si le habían pillado? ¿Y si ahora mismo los guardias del Señor Feudal le estaban cosiendo a porrazos y sonsacando lo que iba a hacer? ¿Y si ya lo habían hecho, y ahora se estaban dirigiendo hasta allí?

«Calma, calma… Solo son unos minutos. Nada que tú no hayas hecho esperar.»

No obstante, también levantó la vista, buscando cualquier… irregularidad.

—No, la verdad es que n...

—¡Señores, señoras y señoritas! —exclamó el viejo Shoberu. Era un hombre regordete que aparentaba los sesenta años, la cara redonda y tupida de una barba bien poblada. Vestía de traje y corbata, elegante, y no parecía en lo más mínimo un hombre que hubiera picado una piedra para sacar nada en su vida. Era un empresario, más bien—. disculpen la tardanza. Perdí los tiempos en las tragaperras.

Se pavoneó como una mole hasta el interior del cubículo y se tiró en uno de los asientos cercanos a Kitana. Le guiñó el ojo y después miró a los dos críos con extrañeza.

—No sabía que hacías la de niñera en tu tiempo libre. ¿Este... para qué están ellos aquí?

—Simples observadores. Lady Tākoizu así lo ha querido. ¿Hay algún probema?

—¡No, por favor! ¡para nada! quién soy yo para llevarle la contraria a tu madre. Tú, tú, Shoberu picopala es mi nombre. Es un placer.