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El cielo estaba dominado por las nubes aquella mañana, como era costumbre. Una leve neblina junto a una humedad notoriamente alta y un viento fresco intermitente eran el paisaje de una Amegakure que a pesar del clima no caía ni una sola gota de agua. Las calles estaban secas, y sin desayuno y con una heladera casi vacía parecía ser el día perfecto para el calvo para darse una vuelta y traer a casa unas cuantas bolsas para reponer.
Una buena idea sí, pero poco original. Parecía ser que ese día todos quisieron visitar el distrito comercial y, con la muchedumbre y la tremenda humedad, las calles de la ciudad se convirtieron en una estufa gigante que suplantaba la falta de lluvia con la transpiración que generaba. Y eso era cuando no pasabas junto a un puesto de comida caliente. Pocas cuadras aguantó el cenobita adentrado en aquel lugar antes de salir corriendo nuevamente a su casa.
— Toda la gente junta, podrían ser más organizados, como en el templo. Allí si que había organización. Mierda si te extraño templo, tendrían que aprender tanto de ti.— Karamaru mantenía unas quejas que últimamente se repetían más de lo quisiese y todo apuntaba a que no tardaría mucho en pegarse una vuelta por allí después de tanto tiempo.
Enfrascado en sus penas no pudo evitar a una figura negra que pasaba a gran velocidad y se desestabilizó, mas sin caer, con el choque. Karamaru se apresuró a disculparse pero una joven rubia se lo impidió al quitarse la capucha y empezar a hablar, comiéndose las palabras.
— Ninja, ninja, shinobi, eres shinobi. Necesito ayuda, necesitamos ayuda.— claramente había notado el hitai-ate que el calvo llevaba en la cintura. Él, mirándola impaciente.
— Mi hermano... Masao, las carretas y los caballos. Los perdimos, necesitamos ayuda, por favor.— una ojeras oscuras y gigantes le daban una terrible apariencia— Somos comerciantes, venimos de Yukio, y vimos... vimos...— se tomó unos segundos en seguir— En la ciudad fantasma, allí vimos... mi hermano, necesitamos ayuda, él está en una colina cerca de la ciudad te está esperando, ayuda por favor, ya pedimos ayuda pero es urgente.
La mujer hablaba más rápido de lo que podía teniendo una pronunciación extremadamente rara y, junto a su aspecto preocupante, le generaba al monje una gran molestia. Sus oraciones incompletas junto a información faltante dejaban grandes incógnitas pero antes de que pudiese siquiera apelar la rubia salió corriendo un busca de otro como él.
Kae, por su parte, al igual que su hermana recorría las calles de Amegakure a paso apurado buscando aquello que le enseñaron para cuando estuviese en problemas, la banda metálica con el símbolo de la aldea. Ataviada con una túnica negra sin capucha esquivaba a las personas hasta que vio una cabellera azulada a lo lejos con lo que tanto andaba buscando. La emoción de encontrarlo, junto a su horrible aspecto por la falta de sueño, provocaban una primera impresión un tanto asustadiza.
— Ayuda— fueron sus primeras palabras tras ponerse cara a cara frente a Amedama Daruu, casi pegándose a su cuerpo e invadiendo su espacio personal. Sus ojeras eran peores que las de su rubia hermana, pero su voz y ritmo, a pesar de tembloroso, eran mucho más calmos.
— Eres un ninja, necesito tu ayuda. Dejamos un pedido en el edificio de la Arashikage pero es urgente, perdimos a nuestro hermano y nuestras cosas en la ciudad fantasma. Vimos...— la mujer se estremeció— Necesitamos que nos ayudes, mi hermano, mi otro hermano está en una alta colina cerca de la ciudad. Ayuda, por favor, ayuda.
Y Kae salió corriendo en busca de un nuevo hombre o mujer dispuesto a ayudarla. No había tiempo de tratar de convencer, necesitaban encontrar a alguien lo antes posible. Si los shinobi se dirigían al Edificio de la Arashikage, podrían comprobar claramente que el pedido existía exactamente con las mismas descripciones que las apuradas mujeres trataron de describirles.
"El miedo es el camino al lado oscuro. El miedo lleva a la ira, la ira al odio, el odio al sufrimiento, y el sufrimiento al lado oscuro"
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Daruu caminaba por las calles de la Villa Oculta de la Lluvia cuando una mujer, ataviada con una túnica negra, se le acercó a toda velocidad por la calle. La primera reacción del muchacho fue la de cuadrarse en una posición defensiva, por instinto, quizás. Por mala experiencia con mujeres extrañas vestidas con túnica, es posible. Pero cuando estuvo más cerca e incluso se atrevió a plantarse a escasos centímetros de su rostro, pronunció la palabra "ayuda" y eso fue lo que cambió todo. La mujer tenía un aspecto terrible desaliñado.
—Eh, eh, tranquila. ¡Tranquila! —trató de calmar—. ¿Qué pasa?
—Eres un ninja, necesito tu ayuda. Dejamos un pedido en el edificio de la Arashikage pero es urgente, perdimos a nuestro hermano y nuestras cosas en la ciudad fantasma. Vimos...— la mujer se estremeció— Necesitamos que nos ayudes, mi hermano, mi otro hermano está en una alta colina cerca de la ciudad. Ayuda, por favor, ayuda.
—¡P-pero...! —alcanzó a protestar Daruu, extendiendo su brazo hacia ella. Sin embargo, la extraña se había perdido ya entre la gente y había torcido por un estrecho callejón.
«¿Debería hacerle caso...? Si ya ha presentado una solicitud en la Torre, de seguro que alguien acaba ayudándola...», pensó. «Pero... ¿y si es urgente? Maldita sea, bien podría ser una trampa, de todas formas. Argh, no sé. No sé.» El muchacho daba ahora vueltas sobre sí mismo, estrujándose la frente como si eso hiciera que su cerebro funcionase más rápido.
· · ·
El pájaro de caramelo de Daruu sobrevoló cerca de la susodicha colina y aterrizó a los pies de la misma. Daruu bajó de un salto, deshaciendo al animal, y caminó por la ladera, ascendiendo. Comprobaría de qué se trataba todo aquello, y si de verdad había alguien que necesitase ayuda urgente, trataría de hacer algo, lo que sea. O, en todo caso, juzgaría mejor si él podía, de verdad, ayudar personalmente a aquellas personas o si sería mejor esperar a la ayuda oficial de la aldea.
Y en caso de que se tratara de una trampa, tenía las espaldas cubiertas.
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Ya poco tiempo después de su encontronazo callejero con esa rara mujer, y luego de pasar por su hogar, Karamaru sin nada que hacer, curioso, y con ganas de cumplir su deber decidió emprender viaje hacia el punto establecido cerca de la ciudad fantasma. El camino hacia allí se podía seguir en cualquier mapa, y por si faltaba más gran parte del camino todavía estaba marcado por la gente y animales que lo tomaban.
«Al menos es un viaje relativamente corto»
Medio día hasta llegar a las cercanías de donde se necesitaba la ayuda yendo a un paso tranquilo. Ya las últimas huellas en la tierra iban desapareciendo a medida que se acercaba a la ciudad, pero la punta de los edificios que estaban en pie a pesar de su situación servían como faro.
— Debe de ser allí, seguro.— señalo literalmente la colina más alta que podía ver, y una pequeña luz con una línea de humo claro parecía ser la confirmación. Ya desde la distancia era claro como una arboleda cubría desde la base hasta casi la cima de la colina, dejando un pequeño claro en su punto máximo que actuaba de un lugar ideal para acampes y hermosas vistas.
Cauteloso de la situación, Karamaru se internó en los árboles y camino con cuidado hasta llegar a una de las últimas líneas de estos. Se escabulló entre dos arbustos y pudo ver, por su casi sincronizada llegada, lo mismo que su compatriota Amedama. La única diferencia, que desde el lugar del monje, se podía ver la bandana shinobi en el cuello de un enano.
Antes de tocar suelo, sobrevolando el cielo de un atardecer que estaba por irse por completo y sumergido en la leve oscuridad de una noche joven, Daruu ya podía divisar varias cosas en aquel claro sobre la colina. Dos carpas rojas bastante pequeñas estaban una frente a otra con las estacas extrañamente clavadas demasiado lejos de donde uno supondría que debían ir. En el medio de ellas, una fogata iluminaba a unas pocas figuras que sentaban a su alrededor.
Ya desde su punto de vigilancia terrestre, el shinobi podía distinguir a cuatro personas que hablaban en voz baja inentendible. Un hombre alto y moreno de cabello corto oscuro, un pequeño pelirrojo que se encontraba de espaldas a su lugar, y dos jóvenes bastante parecidos de pelo claro que parecían reírse de algo que escapaba a su conocimiento.
Más importante aún sería la vestimenta de estos dos jóvenes. En su frente un reluciente hitai-ate que brillaba siguiendo el movimiento del fuego, en su cuerpo el traje militar de la aldea de Amegakure, en sus brazos el ansiado por muchos símbolo que los identificaba como chuunin hechos y derechos.
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Daruu sorteó la arboleda con cuidado de no hacer mucho ruido, auspiciándose en el follaje y evitando pisar ramitas caídas. En otra ocasión más propicia, podría haberse ocultado entre la lluvia, que además hubiese enmascarado el sonido de sus pisadas, pero aquél día la tormenta había decidido no presentarse.
Se asomó desde detrás de un árbol. Allí habían cuatro personas: un hombre alto y moreno, de cabello corto y oscuro; uno bajo y pelirrojo, de espaldas a él, y un dos jóvenes de pelo claro que parecían hermanos. Por su indumentaria, chuunin de su misma aldea.
Su curiosidad acababa de dispararse. ¿La mujer le había pedido a él, un genin, que ayudase a unos chuunin? Es cierto que entre los genin se encontraba entre los más aventajados, pero dudaba mucho que pudiera prestar mucho soporte a un grupo en el que ya había dos chuunin. ¿O quizás ellos también habían sido llamados allí?
Daruu entrecerró los ojos y trató de leer los labios de los extraños integrantes de aquél campamento improvisado. «Mierda, con el Byakugan habría sido fácil, incluso sin utilizar la vista telescópica.» Tuvo que reprenderse por seguir pensando de esa manera.
Finalmente, el muchacho salió de su escondite y se acercó al grupo.
—Buenos días —dirigió la vista hacia los dos chuunin e hizo una sutil reverencia, casi saludando con la cabeza—. Mi nombre es Amedama Daruu. Una chica me pidió ayuda, parecía bastante asustada. Me dijo que viniera aquí. ¿Está todo solucionado, senpai?
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Ninguno de los cuatro que allí se encontraban se asustó ante la aparición de un shinobi más para el grupo. El moreno mantuvo serio su firme y duro rostro, y el pelirrojo tiró el cuello para atrás para poder ver al recién presentado dado vuelta. Los primeros en reaccionar, ante tal formalidad por parte de Daruu, fueron los hermanos.
—¿Senpai? ¿Me acaba de llamar senpai?— el primero de ellos se echó a reír.
—Pero si ni siquiera hemos empezado con la búsqueda aún.
Fueron ambos los que se rieron entonces durante un tiempo incómodo en el que el resto solamente compartieron miradas. Entre ligeros suspiros los hermanos rubios terminaron con las risas dando lugar al que parecía el solicitante de la ayuda.
—Ven, siéntate, esperábamos a más de ustedes antes de comentarles la situación y comenzar.
El hombre corpulento hablaba con una voz ridículamente gruesa y el más alto de los hermanos no pudo evitar mostrar una ligera sonrisa tratando de evitar volver a las risas anteriores.
Ya en la cercanía y la luz del fuego, el recién presentado podía comenzar a distinguir más detalles de los presentes. El pelirrojo llevaba su hitai-ate en la frente y ante la ausencia de un uniforme o placa distintiva, era de suponer que fuese un gennin como él. Tenía unos ojos de un fuerte y vivo color verde que brillaban con la luz en un rostro demasiado maduro para el tamaño que tenía. Y tal vez como lo más notorio del pequeño, era el molesto ruido que hacía al comer el chicle que tenía entre dientes y las burbujas que explotaba cada pocos segundos.
Los dos hermanos por su parte eran prácticamente iguales, aunque uno un poco más alto que el segundo, y los dos poseían ojos negros. Más allá de sus repetidas risas y sus rangos, poco era lo que identificaba al par de mellizos.
—Buenas tardes, vine por el pedido de ayuda.
No sabía si era ya para un "buenas noches", pero viendo la presencia de tres shinobi y uno recién presentado no pudo encontrar excusa para no seguir los pasos de aquel de pelo azulado. El moreno lo reconoció de inmediato por su bandana y le dirigió las mismas palabras que hacía segundos le había dado a Daruu.
—Creo que estamos bien. La idea era esperar hasta el anochecer y eso he hecho, y creo que somos suficientes para comenzar con esto de una vez por todas.— si recordaban la voz y los rostros de las mujeres que se cruzaron por Amegakure, a cualquiera de los allí presentes se les haría demasiado raro el contraste que daban la calma y la paciencia con la que hablaba el hombre.
—¿Les parece bien?— preguntó sin pensar que los shinobi no tenían casi ni la más remota idea de que era lo que hacían allí, o mejor dicho, qué es lo que deberían de hacer luego.
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Los hermanos se burlaron de Daruu, quien molesto chasqueó la lengua y pensó seriamente en largarse del lugar. Pretendía haberse mostrado respetuoso, pero aquellos dos idiotas se lo habían tomado a broma. ¿Pero quién coño se creían?
—Ven, siéntate, esperábamos a más de ustedes antes de comentarles la situación y comenzar.
Sin embargo, sentía una increíble curiosidad, y además la joven que le había reclutado parecía necesitar ayuda urgente. Por el momento, ignoraría a los hermanos circenses y tomaría asiento. Se acercó al calor de la hoguera y se sentó en un tocón cercano.
Desde allí, pudo distinguir que el hombre pelirrojo también era un shinobi, como los dos hermanos, pero al contrario de estos parecía ser un simple genin. Masticaba un chicle de forma ruidosa; le daba un poco de grima. No era bajito por ser un crío, sino que simplemente era... un adulto muy bajo. De modo que Daruu descartó, de momento, la posibilidad de que fuera alumno de aquellos dos payasos.
—Buenas tardes, vine por el pedido de ayuda. —Una nueva voz sorprendió a Daruu, que se dio la vuelta para mirar. «¡Habaki-san!» Aunque Daruu no tenía relación con él, recordaba haberlo visto en la Torre de la Academia. Y claro, es que aquél chaval llamaba la atención, ni que fuera sólo por la brillante calva que adornaba su cabeza. Decían que venía de una especie de templo de monjes.
—Buenas tardes, Habaki-san —dijo—. Soy Amedama Daruu. Creo que nos hemos visto alguna vez por Amegakure, en la academia. —Sonrió.
—Creo que estamos bien. La idea era esperar hasta el anochecer y eso he hecho, y creo que somos suficientes para comenzar con esto de una vez por todas. —El hombre corpulento llamó de nuevo su atención. Daruu entrecerró los ojos y lo miró de arriba a abajo, desconfiado—. ¿Les parece bien?
Daruu se levantó del tocón y se cruzó de brazos, ladeando ligeramente la cabeza.
—Pues no —cortó, tajante—. No al menos hasta que te expliques. ¿Qué está pasando aquí?
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Avergonzado en su asiento, Karamaru no pudo hacer más que asentir ante la pregunta del moreno. Un ligero, casi susurro, "Oh, hola" le salió en saludo a un gennin que ni siquiera se le hacia familiar a pesar de que el tal presentado Amedama Daruu recordaba hasta el apellido del calvo.
La voz del moreno interrumpió una posible conversación entre ambos y por último la voz de Daruu fue la que irrumpió en la nueva noche. Los brillos anaranjados cubiertos por las nubes ya casi eran imperceptibles en el lejano horizonte, y con una muy leve luz de luna, solamente el fuego iluminaba sus rostros.
—Oye tranquilo enano— respondió el más alto de los hermanos con rostro serio. Se había parado al igual que el gennin y este podría darse cuenta al instante que le sacaba al menos una cabeza de altura— Nadie aquí sabe mucho, a eso es lo que quería ir Kazuhisa. Así que siéntate y calla.
Es una orden.— sentenció sin derecho a replica.
El hermano del autoritario chuunin se estaba aguantando las ganas de descojonarse de risa en su lugar y antes siquiera de que todos tomaran asiento nuevamente el moreno ahora conocido por todos como Kazuhisa comenzó a hablar para amainar la situación.
—Ahora me explico, Amedama Daruu.— su voz lenta y pausada era armoniosa para los oídos y daba gusto escucharlo con el crepitar del fuego de fondo.
—Somos una familia de comerciantes, cuatro hermanos nacidos en Amegakure. Supongo que habrán visto al menos a una de mis hermanas, Kae y Miwa. Veníamos de un viaje de Yukio hasta Shinogi-To y sin darnos cuenta el camino que seguíamos terminamos por internarnos por las calles de la Ciudad Fantasma.
Era de noche, y encerrados entre los edificios empezamos a ver personas que se movían muy rápido. Corrían por calles paralelas, saltaban entre ventanas de edificios distantes, pero nunca nos tocaban. Tratamos de mantener la calma lo mejor posible, tratando de hacer nada para molestarlos, pero no fue suficiente.
Hizo una pausa larga con la mirada perdida en las cenizas que quedaban al fondo de la fogata. No fue una risa de los hermanos lo que rompió el tenso silencio, sino un globo de chicle que explotó frente a los labios del pequeño pelirrojo. No tarde en volver a meter los restos dentro de su boca, y el moreno recuperado volvió a hablar.
—Una de las tres carretas explotó, y el caballo que la llevaba salió volando por los aires dejando un rastro de sangre por el suelo. El humo nos cubrió, y lo único que pude hacer fue agradecer que ninguno de los cuatro estaba llevando de las riendas a ese caballo. No tardamos en juntarnos, Kae, Miwa y yo, pero mi hermano pequeño, Masao… nunca lo pudimos encontrar.
En la confusión pude ver que uno de los caballos salió corriendo tras desprenderse de la carreta que llevaba. El otro hizo lo mismo, pero llevándose el cargamento consigo. Escuché unas risas, y unas voces agudas en el momento pero dudó si fueron reales o mi imaginación. Corrimos y escapamos, solo cargados con dos mochilas con pocas cosas y, principalmente, las dos carpas que ven aquí.
Al instante mandé a mis hermanas a buscar ayuda a Amegakure mientras me quedaba aquí esperando a los que viniesen, atento si veía desde lejos a mi hermano por las calles. El pedido que realizamos en el Edificio de la Arashikage era justamente ese, encontrar a mi hermano y de ser posible nuestras pertenencias. Nosotros no nos animamos a volver a ese lugar.
Dándose por finalizado, Kazuhisa se rascó la nuca y largó un suspiro de desasosiego. Volvió la mirada al fuego para luego buscar con ella los ojos de los shinobi, esperando una respuesta. El primero de ellos fue uno de los mellizos, el más petiso.
—Iré con mi hermano ahora mismo, ellos tres pueden ir por su parte. ¿Recuerdas dónde fueron los hechos?— el moreno negó con la cabeza y en un abrir y cerrar de ojos los dos mellizos desaparecieron dejando a cuatro hombres bajo la seguridad de la luz de la fogata.
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El más alto de los hermanos le respondió con una contestación vulgar y totalmente carente de respeto. Era uno de esos chulos de rango alto que no dudaban en abusar de su autoridad. No había motivo para el insulto. Daruu lo desafió unos segundos con la mirada, apretando los puños y los dientes con rabia acumulada, tratando de morderse la lengua, porque si no lo hacía...
«Hijo de perra comemierda carahuevo, te partiría la cara hasta dejarla hecha un mosaico, papaya arrugada, perro sarnoso», pensó Daruu.
—Entendido —dijo Daruu, con voz átona, y tomó de nuevo asiento en su tocón.
El hombre corpulento pasó a comentar la explicación, y pidió paciencia de forma mucho más amable. De alguna manera, aunque estuviera relatando algo de lo más escabroso, su voz tranquila y tenue era motivo para calmarse. Al parecer, se trataba de un grupo de comerciantes, que cruzó por la Ciudad Fantasma y se encontró con unos espectros vengativos, que de seguro serían alguna especie de Genjutsu u otro tipo de técnica.
Si se estaban enfrentando con otros ninjas, la tarea era de demasiado rango para unos genin. ¿Quizás no para unos genin y dos chuunin?
«Es cruel, pero puede que su hermano estallase con esa carreta», pensó Daruu. «En ese caso, poco podremos hacer más que verificar que efectivamente es lo que sucedió.»
Daruu arrugó la nariz.
«En cualquier caso, ¿qué motivo tendrían para asaltar a unos comerciantes de aquella manera? Si hubieran querido robarles, no habrían hecho estallar la carreta.»
El otro mellizo sentenció que partiría con su hermano. Y que los genin podían ir de forma independiente. «Gran estratega, caraculo.» Los genin, solos. ¡Pero bueno!
Aunque Daruu no era ciego, y sabía perfectamente que su propio nivel superaba ya el que se esperaba incluso de un chunin. Por muy humilde que intentase llevarlo...
Cuando los hermanos desaparecieron, se levantó del tocón y movió los hombros en círculo.
—Bien. Empecemos por presentarnos. Aquí hay alguien todavía cuyo nombre no conozco —se dirigió al hombre del chicle—. ¿Cuál es tu nombre?
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El calvo se mantuvo en silencio durante la disputa de shinobi, durante la explicación de Kazuhisa, y tras la desaparición de los hermanos. La situación lo sorprendía, y trataba de entender qué fue, o fueron, lo que se encontraron aquellos comerciantes dentro de la ciudad. No parecía buena idea separarse ante tal peligro, pero Karamaru confió en la decisión de los chuunin que bien se podría decir que estaban a cargo.
El primero en actuar después de los hechos fue Amedama Daruu, quién se levantó de manera más enérgica de la que le hubiese gustado al pequeño hombre. De su parte el shinobi pastelero recibiría una dura y fría mirada, y sin poder evitarlo, unas cuantas masticadas y un globo de por medio. Sin embargo, las palabras nunca surgieron de la boca del pelirrojo.
— Yo soy Karamaru, del clan Habaki. Aunque creo que tú ya me recuerdas.— el calvo se levantó y se rio de sus palabras para romper un poco con la mala onda que daba el enano— Compañeros en la academia, ¿Verdad?
Buscaba la mejor manera de preguntarlo sin sonar tan irrespetuoso por su falta de memoria, ya se sentía demasiado mal por no reconocerlo que encima tenía que preguntarle. Durante sus palabras, y a sus espaldas, el molesto y cada vez más sonoro ruido que provenía de la boca del petiso era un no parar y agradecidos debían de estar que hubiese parado durante la explicación del moreno. Acompañados por los estallidos intermitentes de los globos rosados eclipsaban el sonido del fuego, pero las palabras seguían sin salir.
— Bueno, ¿Podrías parar un poco?— un tono que marcaba de manera clara su molestia ante el tema, pero la respuesta sería la misma que había recibido Daruu hacia segundos. Un rostro serio, una mirada fría, y el masticar de un chicle que ya debía de estar sin sabor— Que tipo...— terminó por susurrar.
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Pese a introducirse con toda la educación del mundo, aquél hombre bajito de las pompas de chicle le ignoró por completo. Sólo recibió de él una mirada fría y severa. Daruu entrecerró los ojos, irritado. El calvo le distrajo, presentándose por el nombre que ya conocía. No parecía ser el caso al contrario.
—Sí, lo que pasa es que no llegamos a hablar nunca. —Intentó hacerse oír aún por encima de los continuos estallidos del masticador—. ¡Encantado de hacerlo ahora!
Karamaru se enojó, no sin parte de razón, con el pelirrojo por no cesar de mascar su chicle de forma molesta. Daruu se dio la vuelta y lo miró. Intercambió miradas entre él y Karamaru.
—¿Eres mudo, tal vez? —dijo Daruu—. Mira, no quiero ser maleducado con nadie, pero necesito que no sean maleducados conmigo. Por favor, comunícate de alguna forma con nosotros. Es lo único que pido. Tenemos que colaborar en este asunto.
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El pequeño pelirrojo se limitó a abrir los brazos y mirar a ambos con cara de cansancio terminando de una vez por todas con el ruido. Se acomodó su lacio pelo en forma de hopo, se levantó y se acercó a los árboles preparado para comenzar a descender. Se quedó allí apoyando la espalda en un tronco de los tantos que había, claramente los estaba esperando.
— Miren— irrumpió el moreno cuando el enano se había alejado lo suficiente— Según me dijeron los dos hermanos, ese pequeño se llama Suka, y eso es todo lo que sé. A mi me basta con que esté dispuesto a ayudarme. Yo no lo escuché hablar, ni siquiera estuve cuando le preguntaron el nombre, así que tampoco puedo ayudarlos con tu pregunta Amedama Daruu. Suerte.
El mayor de los cuatro hermano volvió a callar y se metió dentro de una de las carpas rojas que allí había. Si eso era cierto, el muchacho de verdad podía comunicarse, aunque Karamaru no entendía por qué no quería hacerlo con ellos.
— Supongo que tendremos que seguir así. Lo mejor será empezar a caminar por las calles a ver si encontramos algo, que no tenemos detalle alguno prácticamente.
El monje comenzó a caminar hacia el pelirrojo tras sus palabras para luego, cuando los tres concuerden, ir en dirección a la ciudad. Mientras tanto, su cabeza seguía dando vueltas por el motivo de su falta de palabra. Su principal respuesta, la misma que la primera impresión de su compañero gennin, que pelirrojo era mudo.
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El enano abrió los brazos, molesto, y dejó de hacer el molesto ruido con la goma de mascar. Se colocó bien el cabello y adelantó la marcha, yendo el primero. Daruu, abatido, suspiró: aquella no sería una tarea fácil. Ya le era complicado socializar, como para encima tener que aguantar a esa clase de personas.
—Miren— irrumpió el moreno cuando el enano se había alejado lo suficiente— Según me dijeron los dos hermanos, ese pequeño se llama Suka, y eso es todo lo que sé. A mi me basta con que esté dispuesto a ayudarme. Yo no lo escuché hablar, ni siquiera estuve cuando le preguntaron el nombre, así que tampoco puedo ayudarlos con tu pregunta Amedama Daruu. Suerte.
Daruu se encogió de hombros.
—Una buena comunicación es la base para poder trabajar en equipo. En fin... —comentó Daruu.
—Supongo que tendremos que seguir así. Lo mejor será empezar a caminar por las calles a ver si encontramos algo, que no tenemos detalle alguno prácticamente —intervino el calvo.
—Ahora voy. Un momento, Karamaru. Discúlpenme, creo —dijo, elaborando una mentira—. Creo que tengo que ir a hacer un pis —completó, finalmente, y se alejó corriendo en dirección contraria, escondiéndose entre los árboles.
Una vez allí, suspiró y chasqueó la lengua contra el paladar, molesto. «¿Por qué siempre me meto en estos problemas? Son suficientes personas, podría largarme y aún les iría bien. Pero por otra... ese hombre parecía desesperado.»
Se mordió el dedo pulgar y dejó una marca sobre el tronco de un árbol. Formuló una serie de sellos. Hubo un destello rojo, tras el cual otro Daruu más aterrizó en el bosque. Llevaba un trozo de pizza en la mano, que cayó al suelo inevitablemente y se llenó de barro.
—¡Mierda! ¿Tenía que ser ahora? —intervino el recién llegado.
—Tío, me dijiste que te invocara si hacía falta que vinieras. —El Kage Bunshin se encogió de hombros.
—Agh, está bien, veamos de qué va la cosa —se quejó el original, y con un sello deshizo la copia, que liberó un estallido de humo blanco. Al instante, en un sobresalto, la información regresó a Daruu quien volvió a chasquear la lengua. Todo lo vivido por el Kage Bunshin ahora lo había vivido él—. Esta técnica es increíble, desde luego.
«Hora de volver al claro, no obstante, antes de eso...»
Daruu se mordió el dedo pulgar y dibujó un ideograma en la corteza de un árbol. Un seguro para el futuro.
Y luego volvió con Karamaru.
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«Supongo que siempre puede pasar»
Se encogió de hombros y dejó que Daruu siga el llamado de la naturaleza. Por su parte se acercó al enano y espero junto a él la llegada del tercer miembro de ese equipo de búsqueda.
—Ya debe de estar por llegar, fue a... hacer unas cosas.— no sabía por qué hablaba, después de todo solo el ruido del chicle y la explosión de un diminuto globo sirvieron de respuesta.
La espera de hizo larga ante tal silencio, a pesar de que estaba el lado bueno de que el muchacho ya no masticaba, y el calvo se sintió aliviado cuando vio a su compañero volver de mear. Se frotó las manos, sonrió, y se llenó de ganas de ver qué mierda pasaba, qué mierda hacía allí.
—Ahora si, vamos.— hizo un ademán para que lo sigan y empezó a descender la colina.
Lideraba al grupo, el pelirrojo lo cerraba, Daruu ya vería si caminaría entremedio o buscaría algún tipo de conversación caminando a la par de alguno. Lo cierto fue que el monje los llevó a paso acelerado y los árboles rápidamente se convirtieron en edificios. El paisaje oscuro de edificaciones destruidas y corroídas con el paso del tiempo estaba acompañado de la oscuridad de la noche y una leve niebla que corría por encima de los gennin y no les dejaba ver más allá de 300 metros.
El silencio era el rey y los pasos de cada uno sonaba como una marcha de mil soldados a los oídos. Las temperaturas habían descendido un poco pero al menos, y como gran punto positivo, no sufrían el frío del invierno. Caminando en línea recta cruzaron varias calles, todas desiertas, hasta llegar a una intersección un poco más grande donde algunos árboles y plantas desprolijas y crecidas dominaban el lugar.
—¿Y ahora para dónde?
El enano fue el primero en responder, el primero en callar. Otra vez, el ruido del chicle y de sus putos globos. Karamaru, como buena medida, decidió ignorarlo y mirar a Daruu que seguramente estaría tan perdido como él.
"El miedo es el camino al lado oscuro. El miedo lleva a la ira, la ira al odio, el odio al sufrimiento, y el sufrimiento al lado oscuro"
-Maestro Yoda.
◘ Hablo ◘ Pienso ◘
Nivel: 34
Exp: 152 puntos
Dinero: 2240 ryō
· Fue 40
· Pod 100
· Res 60
· Int 60
· Agu 80
· Car 40
· Agi 60
· Vol 60
· Des 100
· Per 80
Cuando llegó al claro, Suka y Karamaru le estaban esperando. Fue éste último quien, asumiendo el rol de líder del escuadrón, tomó la delantera y comenzó a descender por la colina. Daruu no hizo nada para evitar que el calvo tomase ese papel, ni mostró señales de ello. Sin embargo, cuando los tres llevaban un rato caminando, se sintió incómodo al lado de los continuos estallidos de pompa de chicle de Suka y se adelantó para ponerse al mismo nivel que él. Formaron un curioso triángulo de genin que caminaba en silencio con sus pasos cepillando la hierba y más tarde provocando ruidos secos en el frío cemento.
Los edificios de hormigón y de vidrio, abandonados y semi-derruidos, les rodearon. Daruu recordó la última vez que había estado en aquella ciudad fantasma: cuando Kaido y él se habían dirigido a Yukio para solucionar cierto problema con Hibagon. Y como entonces, no pudo evitar que su mente traicionera le hiciese sentir vértigo al imaginar a dos bestias gigantes luchando allí en medio, derribando torres.
Sacudió la cabeza. No era el momento.
La niebla les abrazaba como una madre que quiere proteger a sus hijos de ver lo que hay más allá del límite del vecindario. Cada vez era más densa y cada vez se hacía más oscuro, y aunque nunca había tenido miedo a la oscuridad, lo cierto es que llegó a sentir un ligero escalofrío y a pensar que podían ser víctimas fáciles de cualquier emboscada en aquellas circunstancias.
Cruzaron calles y calles esquivando, saltando y escalando por encima de los escombros, hasta que llegaron a una plaza en lo que lo salvaje se había adueñado de lo artificial, tomándose una venganza tardía. Karamaru, confuso, pidió consejo a sus compañeros. Suka volvió a explotar el globo de su chicle como única respuesta.
—En estas condiciones, con esta niebla y de noche —dijo Daruu—, va a ser difícil encontrar nada.
Nivel: 14
Exp: 13 puntos
Dinero: 500 ryō
· Fue
· Pod
· Res
· Int
· Agu
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· Agi
· Vol
· Des
· Per
— Pero tenemos que hacerlo— contestó rápidamente el calvo encogiéndose de hombros, con el ruido de chicle de fondo— Esos dos hermanos asumo qué están buscando, y deben de estar en las mismas que nosotros.
Karamaru se cruzó de brazos y apoyo la espalda en un fino tronco que había quebrado el cemento hacía ya bastante tiempo. Buscar a una persona en una ciudad inmensa, como una aguja en un pajar, solo que con animales hambrientos metidos dentro del pajar. Tampoco podían llamar mucho la atención a los gritos, las mencionadas sombras harían probablemente acto de presencia.
— Aunque no tenemos que encontrarlo a él, o no solo a él— se corrigó— Tenemos que encontrar uno de los dos carros también, tal vez nos den alguna pista, ¿No?
Se rascaba la nuca sabiendo que buscaba cualquier cosa para tener un punto de referencia, una zanahoria que lleve al caballo. Más bien estaba pensando en voz alta, por si alguno se le ocurría la manera de encontrar a esos caballos. Por fortuna para ambos el pelirrojo se había alejado, dejando el sonido del chicle como un fondo apenas audible.
«Como una aguja en un pajar.... eso se resolvería rápido con un imán.... Y si...»
— ¿Y si los atraemos en vez de buscarlo? No sé cómo, tampoco es que... yo que se... no sé.— seguía pensando en voz alta, sin siquiera mirar a Daruu, metido en su mundo. Hubiese estado bien ponerse a pensar esa situación bajo el cobijo del fuego del campamento en la colina.
"El miedo es el camino al lado oscuro. El miedo lleva a la ira, la ira al odio, el odio al sufrimiento, y el sufrimiento al lado oscuro"
-Maestro Yoda.
◘ Hablo ◘ Pienso ◘
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