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— Pero tenemos que hacerlo— contestó rápidamente el calvo encogiéndose de hombros, con el ruido de chicle de fondo— Esos dos hermanos asumo qué están buscando, y deben de estar en las mismas que nosotros.
Daruu chasqueó la lengua contra el paladar como única respuesta. «Ya lo sé, Karamaru, ya lo sé.» Odiaba admitirlo, pero lo cierto es que no debían demorarse mucho. Había vidas en peligro potencial.
— Aunque no tenemos que encontrarlo a él, o no solo a él. Tenemos que encontrar uno de los dos carros también, tal vez nos den alguna pista, ¿No?
»¿Y si los atraemos en vez de buscarlo? No sé cómo, tampoco es que... yo que se... no sé.
—¿Atraerlos, dices? Eso será fácil —rio Daruu—. Con el ruido del chicle... Espera, —Daruu se dio la vuelta, consciente por primera vez de que los estallidos de goma de mascar habían bajado en volumen—. ¿Dónde está?
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Iban a tardar en encontrar al tercer miembro del grupo unos cuantos minutos. La pequeña selva que allí había les dificultaba un poco más la tarea pero tras la búsqueda, y con una buena y atenta mirada, podrían ver una pequeña figura alejándose y haciéndose uno con la niebla.
— Allí está— se apresuró a señalar Karamaru que, tras mirar a su compañero para comprobar que lo haya escuchado, salió a paso rápido por la calle sur en búsqueda del enano.
«Justo este loco tenía que haber, ¿cómo se le ocurre irse así?»
Ninguno de los dos gennin, si Daruu seguía los pasos de su compañero, tardaría mucho en alcanzar la posición de un pelirrojo que no paraba de caminar. De hecho, tardaron más en alcanzarlo que lo que tardaron en encontrarlo. Karamaru fue el primero en hablar tras caminar a la par.
— Ey, ¿qué te pasa? ¿Para dónde vas?— la voz fue clara y firme, pero no hubo respuesta. Al menos no verbal.
Nuevamente una mirada fría, dos globos reventados y un largo ruido del masticar del chicle. Sin siquiera aminorar la marcha el pequeño gennin dobló hacia la izquierda en la siguiente intersección. El ruido del chicle, al menos con la intensidad que lo solían escuchar, había cesado.
"El miedo es el camino al lado oscuro. El miedo lleva a la ira, la ira al odio, el odio al sufrimiento, y el sufrimiento al lado oscuro"
-Maestro Yoda.
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Karamaru se mostró igual de confuso que él y ambos buscaron entre los matorrales y los escombros al pequeño pelirrojo. Como si fuera un niño jugando al escondite, el enano les había dado el esquinazo sin preocuparse de mantener la cohesión del equipo. Daruu apartó las ramas de un frondoso árbol y se escurrió entre dos troncos para salir del bosque en miniatura por el lado contrario al que habían entrado. Karamaru vino detrás.
El calvo señaló al tercer integrante del trío, que pronto se desvaneció entre la bruma, a lo lejos.
—Mierda, ¿pero por qué no se mantiene junto a nosotros? —masculló Daruu, y echó a caminar a grandes zancadas junto a su compañero, que caminaba en la vanguardia.
Haciendo caso omiso de los reclamos de Karamaru, Suka dobló una esquina con su chicle vociferando estallidos como venía siendo habitual.
—¡Suka! ¡Empiezo a cansarme de ti! —gritó Daruu, para hacerse oír—. ¡Eres un puto ninja de Amegakure, colabora con tus compañeros!
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Caso omiso fue lo que recibió Daruu ante sus gritos, al menos por un rato. El enano continuó caminando hasta detenerse en la siguiente intersección, momento en el cual los dos shinobi parlantes no tendrían ningún problemas en alcanzarlo y tenerlo a su lado por más de un segundo. Cualquiera de los dos podía abrir la boca para decir algo, para reclamar, para criticar, pero se quedarían con las palabras en la boca.
El brazo extendido de Suka, quién no pareció ni inmutarse al escuchar su nombre, apuntaba al lado derecho de esa siguiente intersección. El pedido era claro y al fin se le podía entender algo de todo lo que había hecho. Karamaru miraría rápidamente y a pesar de no encontrar nada a primera vista se mantuvo firme con la búsqueda. Tal vez porque no quería creer que estaban ahí por nada y que el pelirrojo estaba jugando.
— Ahí no hay na…— pero una sombra se movió a lo lejos. Era borrosa, y mirándola bien más bien parecían dos sombras que una. Allí por donde la niebla les impedía ver dos figuras se mantenían en el lugar y afinando la vista podrían divisar que una de ellas era un cuadrado grande, la otra un principio de caballo.
«¿Pero cómo?» atónito de su encuentro el calvo se quedó mirando sorprendido al pequeño que fue el primero en reaccionar ante el peligro inminente. Kunai en mano se abalanzó a cubrir a sus dos compañeros.
Un chillido agudo rompió los oídos desde sus espaldas, varias calles en la distancia. Una risa estridente y claramente femenina se hizo escuchar por el camino que habían recorrido. Sin nada que hacer para ellos, una figura atravesó el grupo a una velocidad que sus ojos apenas si pudieron seguir con agilidad envidiable. Y así como apareció se volvió a meter dentro dentro de uno de los tantos edificios destrozados.
— ¿Q-qué fue eso?— tartamudeó Karamaru, que no había podido siquiera ponerse en guardia y se mantuvo durante todo ese rato congelado.
Podían pasar segundos, minutos, pero la calma volvería a reinar tras aquel momento de confusión. Suka guardaría su kunai y no pararía de dar vueltas mirando a su alrededor, mascando su chicle y explotando los globos. La velocidad era mayor de lo normal y por su forma de caminar se lo notaba nervioso.
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Daruu ahogó una maldición dentro de su mandíbula, y la mantuvo cerrada mientras ambos seguían de cerca a Suka, quien se había detenido en una intersección próxima. Cuando le alcanzaron, estaba a punto de soltar algún improperio, pero el enano señalaba a la derecha. Daruu siguió el brazo y el dedo con la mirada y se fijó más allá. Allí dos borrones se movían, uno cuadrado y el otro con forma de...
—Eh, ¿ese no es el carro que estábamos buscan...? —comenzó a preguntar Daruu. Pero no pudo acabar, pues una risa femenina hendió el aire a sus espaldas. Daruu se giró por puro acto reflejo. Fue entonces cuando algo pasó a su lado a toda velocidad. Ni siquiera lo vio. Lo supo porque sintió el soplo del viento al partirse en dos a su paso.
—¿Q-qué fue eso? —tartamudeó Karamaru a su lado. Suka guardó el arma que sujetaba y, visiblemente nervioso (o eso parecía, pues el endemoniado no paraba de explotar burbujas de chicle), dio vueltas buscando a la figura.
Daruu tragó saliva y se dio la vuelta.
—No lo sé, pero deberíamos buscar el carro y largarnos de aquí —dijo—. Lo teníamos, ya lo teníamos. Debe de estar por aquí cerca, ¿no?
«Y hay que tener mucho cuidado. Alguien está jugando con nosotros.»
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Karamaru tardó en dejar la perplejidad de lado, pero el tiempo y las palabras de su compañero habían ayudado. Asintió con la cabeza ante la pregunta y buscó con la mirada aquel punto que el enano los había mostrado, sin embargo, la niebla nuevamente se había llevado las sombras que habían encontrado.
— Si no me equivoco, era por allí.— señalo con su índice el mismo punto que el pelirrojo.
Estaba por caminar nuevamente con pasos temblorosos cuando otra vez se vio sorprendido. Esta vez Suka no sacaría ningún kunai, ni ningún fantasma les pasaría por al lado, sino que nuevamente ese par de hermanos se mostrarían ante sus ojos. Ansiosos, nerviosos, cansados, pero una sonrisa y actitud desafiante que ya parecían icónicas.
— ¿Lo vieron?
— ¿LO? Te dije que es "la" tonto, ¿Acaso no la escuchas? ¿La escucharon?
— Sí, la cosa esa, apenas si la podemos ver y es tremendamente rápida.
El monje se quedó sin palabras mientras sacaba conclusiones. No lo creía, pero esos dos estaban persiguiendo a lo que sea que fuese esa risa, esa cosa que rompió el aire. Y no estaban preocupados, para nada, estaban tomando solo un respiro para ir al siguiente round.
— No importa, Suka, cuídalos bien. Uno de los caballos esta allí delante, vayan a ver que nosotros no pudimos.— esta vez un rostro serio y una voz preocupada en ambos hermanos contrastaron con su actitud anterior.
— Nos vemos.
E igual de rápido como habían aparecido se esfumaron en el misma lugar en el que estaban parados. Sin dejar correr el tiempo el enano pelirrojo aplaudió dos veces y encabezó el grupo emprendiendo camino e insinuando que lo sigan con un ademán del brazo.
— Voto por la idea de ver el caballo y tomarnos el palos lo ante posible.— un leve trote lo puso al pelado a la par de su compañero intentando mantener un poco el humor de los hermanos con poco éxito debido a sus nervios.
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Daruu, irritado, chasqueó la lengua contra el paladar. Donde antes había un carro ahora no había nada, y tenía la extraña sensación de que si caminaban hacia allá no lo iban a encontrar tampoco, que la niebla no había aumentado de densidad o el sobresalto les había hecho perder la pista, sino que simplemente no iba a estar allí.
Karamaru arrancó a caminar hacia el lugar cuando en un suspiro los dos hermanos gilipollas aparecieron ante ellos. Instantáneamente, Daruu arrugó la nariz, quizás más porque le jodía que incluso verlos a ellos le reconfortara un poco. Dos caras conocidas, aunque fuesen las suyas.
Los hermanos preguntaron si los muchachos vieron a la sombra.
—Sí, pasó por aquí y nos dio un pequeño infarto —contestó el moreno.
Afortunadamente los parientes pronto cambiaron de actitud, y les confirmaron la posición del caballo que habían visto. Después, se marcharon, y Suka les mandó de nuevo marchar. Daruu se había acostumbrado ya a su excentricidad, a la manera en la que hacía explotar la pompa de chicle, de modo que ya más tolerante obedeció: Suka ya había sido antes más perceptivo que ellos.
Aunque también había una semilla germinando en la parte más mezquina de su cerebro.
—Voto por la idea de ver el caballo y tomarnos el palos lo ante posible —sugirió Karamaru a su lado.
—Hey, esto me parece raro, ¿no crees que los hermanos estos podrían ser lo mismo que la sombra? —susurró Daruu, con el volumen suficiente como para que Suka no le oyera—. Quiero decir, no es por nada pero ellos aparecieron justo después de la sombra, y Suka nos ha llevado hasta allí como si supiese a dónde tenía que ir. El punto es, ¿y si lo sabía, en verdad?
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30/08/2018, 19:48
(Última modificación: 30/08/2018, 20:25 por Karamaru. Editado 1 vez en total.)
Karamaru quedó perplejo ante la idea de su compañero pastelero, no lo había pensado pero parecía una idea lógica. Tal vez y había pecado de inocente, pero al escucharlo entendió que era posible. Pero no llego a contestar, a penas si pudo Daruu terminar de hablar que un kunai se había clavado frente a sus pies.
Una mirada de odio provenía de Suka quien se había dado la vuelta y apuntaba con el índice al peliazul. No masticaba y no hacía ruido, y en un segundo volvió a la marcha. El mensaje el calvo lo había entendido perfectamente; no hacer suposiciones sobre el par de mellizos. Pero esa actitud no hacía más que aumentar la credibilidad de Daruu.
— Puede ser.— susurró y Suka volvió a repetir su mirada de ira.
Caminaron en línea recta varios metros y la niebla les fue abriendo paso para dejarles ver el caballo y carro ya desde lejos. El enano lideraba a paso rápido y en cuánto recordasen distancias empezarían a ver más detalles. No parecía haber ninguna mercancía a bordo, ni nadie cerca. El caballo estaba en impecables condiciones a grandes rasgos y se dedicaba a pastar en un grieta del cemento. La risa aguda que escuchó la familia de comerciantes volvió, pero nadie pasó entre ellos.
Siendo el primero en la fila, y por lo tanto en primero en llegar, el pelirrojo se encaminó directamente al caballo para revisarlo. Se tomaba todo el tiempo del mundo y por más que esperasen seguiría dando vueltas alrededor de este, tomándose pausas solamente para acariciarle el hocico y mirarle a los ojos. El resto de la zona tendría que ser cubierta por los des gennin restantes por lo que el monje empezó a caminar alrededor del animal y su carga para intentar encontrar algo en el suelo.
La risa se volvió a escuchar.
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Daruu dio un brinco cuando el afilado filo de un cuchillo se clavó justo delante de él, muy cerca de los pies. Su comentario acerca de los gemelos le había sentado muy mal a Suka. El genin tragó saliva e imaginó que los hermanos eran en verdad buenas personas, o como mínimo no los causantes del ataque. De lo contrario, ¿qué llevaría a Suka ponerse tan a la defensiva?
Debía haber imaginado que se conocían. Qué torpe.
—L-lo siento —dijo, aunque parte de él seguía desconfiando de los desconocidos—. No pretendía ofenderte, de verdad. Es solo que... esto es muy raro.
El grupo se abrió camino a través de la niebla. Afortunadamente, no tardaron en vislumbrar, a lo lejos, la silueta inconfundible del carro y del caballo. Se movieron raudos, y prontamente alcanzaron al animal. Mas no encontraron nada anormal; el carro estaba simplemente vacío y el caballo rumiaba un poco más allá de unas hierbas que crecían a través de las grietas del cemento.
Entonces escucharon de nuevo esa risa, y Daruu se puso inmediatamente en guardia. Sus dos manos formaron sendos sellos y las katanas que usualmente escondía en sus antebrazos se liberaron y desplegaron. Mientras que Suka atendía el caballo y Karamaru buscaba pistas en el suelo, el de las espadas deambulaba por la plaza, ojo avizor, para evitar un ataque sorpresa.
«¿Por qué actúan con tanta naturalidad? Lo que sea que produzca ese sonido no es un amigo, precisamente.»
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Todo sería raro a partir de ese momento, si es que las risas y el ambiente oscuro no lo eran lo suficiente. El silencio gobernó los oídos de todos a la perfección, una extraña perfección. Ya no se escuchaba al caballo, no se escuchaba el chicle de Suka, no se escuchaban siquiera los pasos de cada uno de los presentes.
Pero la calma duraría solamente lo suficiente para hacerse notar. Solamente uno lo podía sentir, o eso parecía porque los demás seguían a su bola, como si nada pasara. El "tic-tac" de un reloj empezó a sonar cada vez con más intensidad sin tener un lugar de procedencia claro. Sonaba desde todas las direcciones y de ninguna a la vez, el tiempo haría entender que sonaba en la mente de uno.
Las risas, porque ahora se sentían más de una, volvieron a invadir la escena. Los gennin la escucharían, sí, pero seguirían en lo suyo. O al menos solo por unos segundos más.
Nadie se había podido hablar ni hacer gestos durante ese tiempo, mientras que el reloj sonaba, pero eso estaba por cambiar. Daruu y Karamaru, ambos pudieron ver al mismo tiempo como el pequeño pelirrojo sin siquiera enterarse comenzó a separarse en pedazos de papel negro que se llevaba el viento. Sin que nadie pudiera actuar el enano había desaparecido.
Las miradas de los gennin restantes se cruzarían una vez más y esta vez un destello rojo en las pupilas de cada uno llamaría la atención. Daruu podría ver por primera vez al calvo dejar de deambular alrededor del carromato, Karamaru vería a su compañero dejar la guardia y dirigirse a él. El destello había durado tan solo un segundo pero fue suficiente para que sus miradas de indiferencia ante la situación se volvieran malévolas y perversas, un rostro que estaba fuera de sí.
La risa se volvió a escuchar. El "tic-tac" del reloj, tras llegar a un volumen que punzaba la cabeza, se detuvo.
Karamaru tomó un kunai y se puso en guardia, o eso vería el peliazul. El monje solamente vería como el Amedama se acercaba a paso lento blandiendo su par de afiladas katanas.
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Daruu se acercó a una piedra al borde de la plaza y la pateó con desdén. «¿Pero quién me manda a mi meterme en estos marrones, macho?», pensó. El muchacho entonces alzó la barbilla y desvió la mirada hacia un lado, suspicaz. El ceño fruncido, miró a un lado y a otro. Le acababa de invadir una curiosa sensación. De pronto, se había dado cuenta de que no oía el chicle de Suka. Y es que un extraño silencio había invadido la plaza.
El tiempo, como si el reloj que lleva la cuenta de los días del mundo shinobi se hubiera caído y se hubiera roto, y ahora se estuviera derramando encima de ellos, sonaba en forma de un tic-tac que le puso los pelos de punta. La risa ahora eran las risas, y parecían venir de todas partes, y de ninguna al mismo tiempo. Daruu se giró y observó a sus compañeros. Suka comenzó a romperse como si sólo hubiera estado hecho de un extraño papel negro. Sin que nada pudieran hacer, el viento lo arrastró.
—¡Suka-san! —exclamó Daruu—. Karamaru, ¿qué está pasando? ¿Has visto eso? —Se volteó a su otro compañero, y cuando sus miradas se cruzaron, pareció ver un destello rojo. Sacudió la cabeza—. ¡Eh, Karamaru!
Pero había algo raro en la mirada de Karamaru, que ahora se le antojaba desfigurada y maligna. El calvo agarró un kunai y se puso en guardia, como si esperase pelear. Daruu entrecerró los ojos un momento y no pudo ignorar ya más los signos de que algo no iba bien. Con un rápido movimiento de muñecas, hizo que sus katanas volvieran a sus posiciones, y juntó las manos en un sello simple.
»¡Kai! —Aquello parecía a todas luces un Genjutsu. Y si lo era, tenía que romperlo en pedazos.
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Ya quisiera Karamaru tener el mismo pensamiento que su compañero. ¿Genjutsu? Él vio a un compañero desaparecer y a otro con unas hermosas ganas de pasar el filo por su piel. Si es que hasta lo delataban los ojos. Se puso nervioso, miró para todos lados...
— eu… eu… EU... EUEUEUEU... PARÁ— pero el pastelero no lo hacía y al monje le subieron los nervios más aún. Sacó un kunai de su portaobjetos y empezó a caminar hacia atrás a la misma velocidad de un sereno Amedama, la serenidad de un depredador confiado.
La vista de Daruu se volvió borrosa durante unos pocos segundos, pudo sentir un mareo en su cabeza, un punzante dolor en lo profundo de su mente, un calor que ascendió por su cuerpo. Pero todo volvió a la normalidad, con su calvo compañero frente a él con un kunai y recortando terreno.
Las risas se escucharon nuevamente, ambos lo hicieron esta vez. Sonaban diferentes, ya no eran lejanas, sino que sentían que estaban a la vuelta de la esquina o en una de las tantas ventanas que los rodeaban. Una picazón que iba y venía, más un calor corporal en aumento les provocaba percibir el aumento de su propia adrenalina. La respiración del calvo se aceleró pensando qué hacer frente a su compañero.
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La niebla volvió a sus ojos. Se mareó durante unos instantes, pero enseguida recuperó los sentidos, tras un intenso pinchazo en el centro de la cabeza. Karamaru seguía frente a él, sujetando un kunai, pero retrocediendo en lugar de parado en el sitio, en guarda. Ya no mostraba aquél demacrado rostro. Las risas seguían inundando la plaza, pero esta vez venían de lugares más materiales.
Daruu chasqueó la lengua y buscó a Suka, que antes se había desvanecido, por si había sido parte del Genjutsu también. No lo encontró. Se centraría pues en sacar a su compañero de aquella tortura.
Acercarse a él sería arriesgado. Si dentro de la ilusión le hacían ver que le atacaba, Daruu podía acabar con un kunai en el centro del pecho. De modo que tendría que tomar una acción drástica. Si bien Karamaru vería que Daruu le amenazaba dentro de la ilusión, si realmente estaba en una ilusión, no vería las acciones del real. Rápidamente, el muchacho tomó dos senbon del portaobjetos a su espalda y los lanzó para que rozaran el costado del calvo. Un pequeño dolor le haría salir, o eso esperaba, de la treta.
—¡Karamaru, despierta! ¡Están intentando enfrentarnos con un Genjutsu!
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Mientras un calvo se alejaba, el otro se acercaba. Uno con la mirada perdida y confundido, el otro determinado a acabar con lo que tenía delante. Ambos Daruu, él mismo y el visto por Karamaru, lograron quedar en la posición, quietos expectantes a las acciones de su compañero. Pero no se quedarían inactivos mucho tiempo.
El monje no pudo ver que fue lo que le había lanzado, si es que lo había hecho, pero por sus movimientos instintivamente se movió a un lado dejando pasar las invisibles- para él- armas del Amedama. Fue en ese instante en el que los ojos volvieron a brillar de aquel carmesí intenso. Pero esta vez, esta vez, ninguno de los dos lo notaría.
«P-por qué me ataca.... No puede ser Daruu… no lo es...»
La risa, en singular, sonó mucho más fuerte que las veces anteriores, más penetrante. La procedencia era obvia, clara. Sus propias cabezas. El cenobita titubeó, apretó con fuerzas el kunai con su mano sudorosa y pensó sobre qué hacer. Si aquel no era su compañero... no debía tratarlo como tal.
— ¡Karamaru, idiota! ¡Te voy a enfrentar con Genjutsu!
— ¿¡Qué está pasando!?— se susurraría a si mismo un confundido Karamaru, pero a los oídos del peliazul no llegarían las mismas palabras, ni con el mismo tono— ¿¡Qué estás tramando!?
Imitando a su homólogo el calvo lanzó su kunai con fuerzas en dirección a Daruu aunque sin intención de golpear, una descarga de impotencia.
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Pronto Daruu descubrió que todavía estaba dentro del Genjutsu, así que su técnica de liberación debió haber fallado por muy poco. Karamaru esquivó los senbon, pero eso no fue lo que le hizo sospechar que todavía le afectaba la trampa de chakra; sino la intencionalidad de aquél Karamaru fuera de sí que Daruu veía acercarse con malicia, y sus palabras cargadas de inquina.
El muchacho esquivó el kunai, pero movió el brazo y se hizo un pequeño corte en el brazo con su propio arma.
«Si es un Genjutsu sensorial, no va a surgir efecto, pero si fuera ambiental y Karamaru estuviese aquí, debería acabar con la ilusión...»
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